DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v22i57.1148
Resistencias al estigma territorial mediante la ocupación del espacio público. El caso de una batucada juvenil en Legua Emergencia, Chile
Lucaz González*
Resumen. Este artículo plantea que los jóvenes de Legua Emergencia, uno de los barrios más estigmatizados de Chile, confrontan la violencia y el estigma territorial mediante expresiones artísticas en el espacio público. Dichas manifestaciones buscan recrear un sentido de comunidad e identidad para confrontar los efectos sociales que el narcotráfico y los estigmas territoriales tienen en la vida de sus vecinos. A través del estudio etnográfico de una batucada, se argumenta que ese tipo de instancias, habitualmente invisibilizadas por enfoques sociológicos normativos basados en modelos deliberativos y racionales, constituyen formas de subjetivación y politización para los jóvenes a partir de experiencias afectivas que experimentan en el espacio público y que permiten disputar el sentido de las representaciones estigmatizantes y reivindicar la identidad de Legua Emergencia ante la comunidad política más amplia.
Palabras clave. Espacio público; estigma territorial; jóvenes, batucada; Legua Emergencia.
Resistance to territorial stigma through the occupancy of public space. The case of a youth batucada in legua emergencia
Abstract. This article proposes that the youth of Legua Emergencia one of the most stigmatised neighbourhoods in Chile. Confront violence and territorial stigma through public artistic performances. Such expressions seek to recreate a sense of community and identity in order to confront the social impact of drug trafficking and territorial stigma on the lives of their neighbours. Through the ethnographic study of a ‘batucada’, it is argued that their performances in the neighbourhood constitute forms of subjectivation and politicization for young people based on the affective experiences they have in public space, although they may be overlooked by normative sociological approaches based on deliberative and rational models. The performances of the ‘batucada’ contest the meaning of stigmatising representations and defend the identity of Legua Emergencia before the wider political community.
Key words. Public space; territorial stigma; youth; batucada; Legua Emergencia.
Introducción
Los jóvenes en Chile han sido uno de los principales protagonistas de las manifestaciones políticas durante las últimas décadas, como lo comprueba el movimiento estudiantil que en 2005 y en 2011 impulsó movilizaciones que convocaron a cientos de miles de personas en las calles para exigir una educación gratuita y de calidad, obligando a los gobiernos de Bachelet y Piñera, respectivamente, a hacer importantes reformas en el sistema educacional. En 2019, el llamado “estallido social”, en que millones de personas a lo largo de Chile participaron en intensas protestas que desembocaron en un proceso constituyente, tuvo una importante participación juvenil ya que el 55% de la gente que participó al menos una vez en alguna de las protestas tenía entre 18 y 24 años y el 37% tenía entre 25 y 34 años (González y Morán, 2020). Ello le valió al “estallido social” ser calificado por una de las voces públicas más reconocidas en Chile como una “cuestión generacional” que careció de una orientación ideológica debido a que los jóvenes eran “presas de sus pulsiones”, su “subjetividad”, su “fervor” e “intensidad de sus creencias” (Peña, 2019).
Aun con críticas, este contexto catapultó a Gabriel Boric, cuya carrera política se granjeó a partir de su rol como dirigente universitario, a ser el presidente más joven que alguna vez ha tenido Chile. A pesar de ser el líder del Frente Amplio, que comenzó como una coalición de movimientos de izquierda entre los cuales había sectores que se definan como una izquierda extraparlamentaria, su programa de gobierno se ha visto fuertemente condicionado por una agenda pública basada en el orden y la seguridad pública. Así lo confirma la cuenta pública más reciente del propio presidente, afirmando que “la delincuencia y la criminalidad son hoy nuestra principal amenaza”, siendo fundamental evitar que “el crimen se expanda y penetre en las comunidades, los barrios, los jóvenes” (Gobierno de Chile, 2024). En un intento por evitar enfoques punitivos, el gobierno ha enfatizado iniciativas preventivas asociadas al deporte, la cultura y la ciencia, dirigidas a los “jóvenes de barrios amenazados por la criminalidad” (Gobierno de Chile, 2024).
Estas preocupaciones y discursos probablemente resuenen en la juventud, ya que el 44% de los jóvenes señala la delincuencia como el principal problema que los afecta, siendo la situación particularmente grave para quienes viven en poblaciones de menos ingresos (Feedback y Universidad Diego Portales, 2024). Aun así, entre 2012 y 2022 se observa un aumento de jóvenes que dicen estar interesados o muy interesados en la política, ascendiendo del 19% al 29%, el porcentaje de interés más alto durante los últimos diez años (INJUV, 2022). La aparición abrupta e intempestiva de los jóvenes en el espacio público, que en el lapso de unos lustros pasaron a ser representados como los próximos dirigentes del país a las víctimas del narcotráfico, fueron procesos que germinaron paulatinamente.
Desde fines de la década del dos mil varias investigaciones en Chile advertían los peligros de una posible “guetización” de los barrios populares (Sabatini et al., 2013; Salcedo, 2008; Lunecke, 2016), que en el contexto de una economía neoliberal que ensalza el consumo y la riqueza como fuente de prestigio, haría particularmente proclive a los jóvenes a sentirse atraídos por el narcotráfico como mecanismo de movilidad social (Salcedo y Rasse, 2012). Sin embargo, es necesario matizar este tipo de visiones ya que, a pesar del aumento del estigma y la violencia con que viven los jóvenes, siguen manifestando apego e identificación por los lugares en que viven, aunque sea de forma conflictiva (Ropert y Di Masso, 2020; Ropert, González, Sharim y De Tezanos, 2021). Además, se ha señalado que los jóvenes chilenos tienen importantes instancias de politización gracias a organizaciones comunitarias y artísticas que tienen claras connotaciones contraculturales (Angelcos, Roca y Cuadros, 2020).
Precisamente, este artículo busca contribuir al entendimiento de formas alternativas de politicidad que han caracterizado a los jóvenes de sectores populares, muchas veces fundadas en experiencias afectivas e identitarias vividas en el espacio público y que son fundamentales para su subjetividad. Por medio del caso de la batucada Furia Leguina, en Legua Emergencia, se argumenta que las instancias comunitarias y artísticas constituyen uno de los principales espacios de subjetivación y socialización política entre los jóvenes que buscan reafirmar las relaciones sociales y el sentido comunitario de barrios estigmatizados y violentados. De este modo, se plantean matices a algunos de los efectos del estigma territorial, particularmente los que dicen relación con la desmoralización de las personas que socava su solidaridad social local (Wacquant, 2010a, p. 138-142) y produce la alienación espacial y la disolución del sentido de lugar (Wacquant, Slater y Pereira, 2014, p. 1272). Este artículo sostiene que los usos del espacio público permiten comprender que las performances artísticas y comunitarias realizadas por los jóvenes de Legua Emergencia expresan una resistencia al estigma territorial en tanto: 1) reivindican la identidad de la población y generan un sentido de comunidad entre sus vecinos; y 2) tienen un rol político que disputa ante la comunidad política más amplia las representaciones e imaginarios que estigmatizan a Legua Emergencia. El material y los resultados de este artículo son el producto de una investigación etnográfica realizada entre los años 2016 y 2018. Durante todo ese lapso se realizaron entrevistas en profundidad y observación participante en una batucada conformada por jóvenes de Legua Emergencia.
El artículo comienza con una discusión de la literatura sobre estigma territorial y espacio público, enfatizando algunos puntos en común para relevar formas alternativas de politicidad. Posteriormente, se caracteriza el barrio de Legua Emergencia, seguido de una descripción de la metodología empleada. En cuarto lugar, se exponen los resultados de investigación, detallando cómo los jóvenes ocupan el espacio público para enfrentar los estigmas. Por último, se ofrecen conclusiones sobre cómo los jóvenes logran disputar las representaciones estigmatizantes de sus barrios a partir de reivindicaciones comunitarias e identitarias.
Aproximaciones al estigma territorial y el espacio público. Más allá de los modelos normativos de la acción política
El concepto de estigma territorial plantea la necesidad de describir los efectos que tienen las estructuras simbólicas y las representaciones colectivas en la vida de las personas (Wacquant, Slater y Pereira, 2015). El estigma territorial sería un rasgo característico de la marginalidad avanzada (Wacquant, 2010a; 2010b), junto a la precarización laboral y el aumento de las desigualdades sociales al interior de los países a pesar del crecimiento de sus indicadores económicos. La novedad del estigma territorial radica en su relativa autonomía de otras formas de estigma (raza, clase, religión, etc.) y su proliferación en todas las capas de la sociedad, desde políticos y periodistas hasta las personas más pobres. Entre sus múltiples efectos se puede reconocer la corrosión del self, sentimientos de temor e ira entre los estigmatizados, el deterioro del sentimiento de pertenencia con los barrios sobre los que recae el estigma, la pérdida de redes sociales y capacidad de acción colectiva de las personas que viven en estos sectores, entre otros. Wacquant (2010a;2010b) ha descrito cuatro mecanismos con los cuales las personas responden a los estigmas territoriales, a saber: 1) el distanciamiento mutuo y la elaboración de micro-diferencias entre vecinos; 2) la denigración lateral, que reproduce y aplica etiquetas estigmatizantes entre pares; 3) el retiro de la gente a la esfera privada en busca de un refugio y; 4) la emigración de los barrios apenas se tenga la oportunidad.
Si bien muchas investigaciones reconocen la proliferación del estigma territorial, los supuestos efectos que tendría suelen ser cuestionados. En primer lugar, se ha reprochado que su idea de estigma territorial utiliza una retórica pesimista que sobredimensiona algunas de las aristas más negativas de la marginalidad (Patillo, 2009), subestimando las posibilidades de agencia política de las personas que viven en barrios marginales (Caldeira, 2009; Gilbert, 2010; Patillo, 2009). Las explicaciones de estas carencias han sido atribuidas a distintos factores, como una añoranza por los modelos de acción colectiva usados por la clase obrera en las economías fordistas (Caldeira, 2009); o una proclividad a magnificar los efectos del poder simbólico a costa de las estrategias individuales utilizadas por las personas (Jensen y Christensen, 2012). También se ha llamado la atención sobre una concepción de los espacios como si fueran contenedores u homogéneos (Gilbert, 2010). En esa línea algunos autores señalan que las personas, aunque reconozcan los estigmas que los afectan, no necesariamente están insatisfechos con los lugares en que viven (Jensen y Christensen, 2012)
Aunque muchas de estas críticas hayan sido parcialmente corregidas posteriormente por Wacquant, Slater y Pereira (2014) al incorporar nuevas estrategias de resistencia, como la defensa del barrio o la apropiación del estigma, el trabajo de Wacquant suele enfocarse casi exclusivamente en las estrategias sumisas (Slater, 2015). Por ello es de especial interés considerar marcos analíticos más flexibles, que puedan considerar cómo la resistencia y la dominación en la práctica no ocurren de forma totalmente opuesta, sino que muchas veces implica una internalización y negociación constante y ambivalente de las representaciones simbólicas que imponen los actores externos a los sectores subalternos (Garbin y Millington, 2012). Precisamente en esa línea, es necesario reconocer que la producción cultural de los barrios de bajos ingresos puede articular una importante crítica social y ofrecer un lenguaje para expresar la desesperación y la frustración que experimentan los jóvenes (Caldeira, 2015).
Aquí es donde la idea del espacio público cobra especial importancia para comprender cómo se ha erigido en un concepto con fuertes componentes normativos que definen un modo de acción política privilegiada, invisibilizando las formas de politicidad que se desvían de los modelos universales y racionales. Una de las exponentes más reconocidas de los enfoques normativos es Hannah Arendt (2009), quien a partir del ejemplo de la polis griega plantea que el espacio público es un lugar para los iguales, en oposición al espacio del hogar y la familia, porque trasciende los intereses individuales y pone en común distintas perspectivas. De modo semejante, para Jürgen Habermas el espacio público es la piedra angular del “principio organizativo del Estado liberal de derecho” (1981, p. 140), puesto que está constituido por un público con raciocinio suficiente para deliberar en función del interés general y el bienestar de la sociedad. Sin embargo, ambos autores advierten cómo el espacio público es corroído por los procesos de modernización. Arendt (2009) crítica que lo político se asimile a lo social debido a la que relevancia pública queda sujeta únicamente a las necesidades y actividades de subsistencia. Habermas (1981), con un tono similar, advierte el carácter manipulativo que adquiere la publicidad (publicness) debido a las presiones y contrapresiones entre el electorado y sus representantes políticos en el contexto de la masificación de los medios de comunicación y el surgimiento de los Estado de bienestar. Queda claro, entonces, que para ambos autores lo político debe trascender los intereses y afectos subjetivos, ya que sólo de ese modo se podría alcanzar un acuerdo en función de una voluntad general.
Sin embargo, los principales cuestionamientos a estos enfoques normativos apuntan a un modelo abstracto y universal de la acción política, sin considerar su desarrollo histórico (Delgado, 2011; Fraser, 1990) o las condiciones materiales del espacio público, como el espacio físico (Low, 1997; 2005; 2015; Mitchell, 2003) y el cuerpo de las personas (Butler, 2015). Desde una perspectiva proveniente de la filosofía política y el feminismo, Fraser (1990) critica a Habermas por omitir los aspectos históricos de los procesos de formación de clase que subyacen a su modelo de la esfera pública. Como señala, los protocolos y expectativas de comportamientos en la esfera pública siguieron los modelos culturales de los hombres burgueses del siglo XVIII, que fueron utilizados como una estrategia de distinción para relegar a las mujeres y a las clases populares al ámbito privado (Fraser, 1990). En un sentido similar, Butler (2015) cuestiona que Arendt, debido a su estricta escisión entre lo público y lo privado, invisibiliza las formas de agencia política al margen de las estructuras instituidas y legitimadas como si fueran expresiones prepolíticas o extrapolíticas. Por el contrario, existe una clara interdependencia entre las relaciones sociales y las instituciones que sustentan la vida, de modo que la esfera política no puede ser desembarazada de la supervivencia y la necesidad (Butler, 2015).
Precisamente, la idea de espacio público desarrollada por puntos de vista normativos ha sido puesta en tela de juicio por proyectar una coexistencia armoniosa entre los individuos, ocultando las contradicciones propias de una sociedad de clases (Delgado, 2011). Este legado liberal lleva a creer que las instituciones políticas se pueden desenvolver con independencia de su contexto social (Fraser, 1990). Sin embargo, en oposición al modelo habermasiano que supone la necesidad de poner entre paréntesis las diferencias sociales y los intereses particulares en favor del interés general, varios autores contemporáneos han señalado la importancia de que las reivindicaciones de las minorías sociales sean manifestadas públicamente para ampliar los principios de la democracia y subsanar situaciones de exclusión (Fraser, 1990; Melucci y Avritzer, 2000). En este sentido, la ocupación física del espacio público ha sido clave para que los grupos subalternos puedan obtener visibilidad y plantear sus reivindicaciones (Borja y Muxí, 2003; Cassegard, 2014; Fraser, 1990; Quiroz-Becerra, 2014), como lo han hecho los movimientos sociales que funcionan con una lógica de pertenencia cultural y grupal que es irreductible al sistema político representativo (Melucci y Avritzer, 2000).
En este sentido, Butler (2017) propone que el espacio público más que un lugar en sí, es un punto de encuentro entre los manifestantes. Pero no se trata de una abstracción, sino de acciones concretas que son soportadas por la materialidad de los cuerpos y las plazas, calles, etc. En este sentido, la acción y la presencia siempre es ante otros y ocurre entre las personas, que forman una alianza y constituyen un poder performativo al ejercer sus derechos mediante un reclamo público que no está siendo recogido por la ley. La cuestión relevante de notar es que mediante esa argumentación Butler abre las puertas para considerar las resistencias que se generan en el marco de la dominación, abriendo la posibilidad de pensar la exclusión como parte de la política misma. La presencia de los cuerpos en el espacio público significa “una forma de ser para el otro, que aparece en formas que no podemos ver ni oír; es decir, que corporalmente estamos presentes para otro cuya perspectiva no podemos anticipar ni controlar del todo. De manera que (…) me encuentro constituido y desposeído de la perspectiva de los demás” (Butler, 2017, p. 81).
Aquí es donde el concepto de espacio público presenta semejanzas con el de estigma territorial y se justifica complementarlos para entender las nuevas formas de agencia política que emergen desde los sectores populares y marginalizados. Cuando se toma en cuenta el efecto ideológico que los enfoques normativos tienen en la delimitación de lo que se percibe como lo posible o lo adecuado en el espacio público, resulta muy similar a la idea del poder simbólico planteada por Pierre Bourdieu y rescatada por Löic Wacquant para referirse a cómo ciertas representaciones construyen la realidad debido a que se las da por verdaderas (Wacquant, Slater y Pereira, 2014). En este sentido, resulta necesario preguntarse por los modos que tienen los sujetos marginalizados para responder a este tipo de representaciones sin imponer analíticamente un tipo de acción política privilegiada por sobre otras.
Habiendo reseñado brevemente el concepto de espacio público se opta por resaltar algunas dimensiones específicas para proceder con el análisis de los resultados. En primer lugar, se entiende que el espacio público está constituido por los soportes materiales y las performances de los cuerpos que aseguran la subsistencia y atienden las necesidades de los sujetos marginados por el orden hegemónico (Butler, 2015). El proceso mediante el cual se constituyen y se (re)presentan las personas en los espacios públicos está permeado por ideologías dominantes (Low, 1997; 2005), pero también por aspectos sensoriales y afectivos que movilizan a las personas a disputar las representaciones hegemónicas que definen los criterios de inclusión/exclusión que los aqueja (Goonewardena, 2005; Frers y Meier, 2017). En este sentido, el espacio público comprende aspectos materiales, simbólicos y políticos (Cassegard, 2014; Goodsell, 2003) en tanto es un terreno donde se disputan los significados de inclusión al interior de una comunidad política a través de apropiaciones que reivindican identidades, recrean sentidos de comunidad y elaboran nuevas representaciones colectivas que cuestionan las ideologías dominantes y sus lógicas de exclusión (Quiroz Becerra, 2014).
Estas ideas permiten analizar las políticas del espacio (politics of space), entendiendo que el espacio tiene un carácter relacional y dinámico, de modo que los cambios en las relaciones sociales requieren modificaciones espaciales que impliquen nuevos modos de relacionamiento con los entornos materiales y las personas (Dhaliwal, 2012). En este sentido, el espacio adquiere un rol catalizador para la acción política de los grupos situados en los márgenes del poder ya que les permite crear espacios alternativos de resistencia (Staheli, 1994), particularmente entre aquellas personas que no se sienten representados por partidos políticos o instituciones estatales debido que los excluyen simbólicamente (Dhaliwal, 2012). Este tipo de acciones tienen un carácter contencioso en tanto personas posicionadas diferencialmente se reúnen para desafiar los sistemas de autoridad dominantes para promover y representar imaginarios alternativos (Leitner, Sheppard y Sziarto, 2008), efectuando un rechazo activo a la subordinación y las representaciones espaciales concebidas por los grupos dominantes (Dhaliwal, 2012).
El análisis planteado por este artículo puede inscribirse dentro de lo que se entiende como the politics of place (Leitner, Sheppard y Sziarto, 2008), ya que el lugar es el sitio donde las organizaciones locales y las personas observan cotidianamente los efectos de procesos económicos y políticos más amplios, donándolos de significados, identidades, y disposiciones políticas específicas (Agnew, 1987; Nichols, Miller y Beaumont, 2013). De particular relevancia son las relaciones de proximidad que permiten crear ambientes de estabilidad y vínculos fuertes entre las personas marginalizadas para disminuir los riesgos que podrían implicar participar en acciones políticas que se oponen al poder (Nichols y Beaumont, 2013). Además, los lugares son espacios imbuidos de significados que pueden subvertir los imaginarios dominantes y renegociar las relaciones de poder mediante de las prácticas de las personas en escalas locales (Leitner, Sheppard y Sziarto, 2008).
Antecedentes de Legua Emergencia
Legua Emergencia es un sector de la población La Legua, ubicada en la municipalidad de San Joaquín, un municipio pericéntrico de la ciudad de Santiago. La Legua es un barrio con una larga historia, que fue poblándose en sucesivas etapas, albergando a tres poblaciones diferenciadas a partir de su historia y respectivas identidades. Entre la década de 1920 y 1930 llegaron los primeros habitantes a Legua Vieja, obreros provenientes de las minas salitreras del norte de Chile (Álvarez, 2010). Posteriormente, en 1947 nació Nueva La Legua, cuyos habitantes provenían de las conocidas poblaciones callampas que se emplazaban en las riberas del Zanjón de la Aguada y de la primera toma de terreno realizada en Chile: la toma de Zañartu (Gárces, 2002; Ganter, 2010). La última población en ser fundada fue Legua Emergencia. Su nombre se debe a que los hogares que componen la zona fueron concebidos como viviendas temporales para las familias damnificadas por la pérdida de sus hogares en las poblaciones callampas (Álvarez, 2010). La Legua Emergencia se pobló en dos etapas distintas. En 1949 se pobló el sector I, ubicado en el límite poniente de la comuna; en 1953 comenzó a ser habitado el sector II (Álvarez, 2010).
Mapa 1. Sectores de La Legua

Fuente: Elaboración propia
Legua Emergencia ha sido históricamente el sector más marginalizado de uno de los barrios más vulnerables en Chile. Sólo para proveer algunos datos que dan cuenta de esta situación, en 2019 se identificaron 1,724 hogares hacinados, en un sector con 1,139 viviendas (Harrison, 2021). En efecto, la densidad habitacional de Legua Emergencia, con 328 habitantes por hectárea, triplica a la de Legua Vieja (101 hab/Ha), según Larenas, Fuster y Gómez (2018). La precariedad habitacional también se refleja en la calidad constructiva de las viviendas, como lo dejan ver su tamaño de 3,6 metros de ancho por 9 metros de largo (Lin, 2012). Además, la tabiquería de las casas no cuenta con cortafuegos, siendo muy fácil que se propague el fuego cada vez que se produce un incendio (Lin, 2012).
A los hechos mencionados cabe añadir otro importante factor de exclusión: la exposición a distintas situaciones de violencia a lo largo de la historia de Legua Emergencia. A partir de la Dictadura Militar se comienzan a observar varios abusos por parte del Estado, como los rumores esparcidos por militares sobre un supuesto bombardeo a la población; o una razzia ejercida por militares que identificaron y ejecutaron públicamente a todas las personas con antecedentes penales (Álvarez, 2010). También durante el periodo de la Dictadura Militar el perfil y las actividades de los habitantes de Legua Emergencia cambió significativamente. Debido a la pobreza de sus habitantes era frecuente que varios de ellos se dedicaran a actividades delictivas asociados a pequeños hurtos, conocidos como choros, pero con el agravamiento de la crisis económica durante la Dictadura el narcotráfico adquirió más preponderancia (Álvarez, 2010).
A fines de la década de los noventa, ya en democracia, murieron un par de carabineros durante un allanamiento. La gravedad de la situación provocó que en 2001 fuera implementado el programa Barrio Seguro, cuyos objetivos se enfocaron en superar la pobreza, el narcotráfico, mejorar el control del espacio público y fortalecer tejido social (Frühling y Terán, 2012). Luego de que en 2004 se pusiera fin al programa, en 2011 comenzó a ser implementado la Iniciativa Legua, bajo la dependencia de la Subsecretaría de Prevención del Delito del Ministerio del Interior. La meta de la iniciativa consistió en coordinar el trabajo de los gobiernos locales con la comunidad y el gobierno central para disminuir la delincuencia y facilitar la labor de Carabineros (Larenas, Fuster y Gómez, 2018; Lin, 2012). Se realizaron intervenciones urbanísticas, como la ampliación de calles y la apertura de algunos pasajes sin salida; e intervenciones sociales, destinadas a financiar algunas organizaciones sociales y la construcción de viviendas sociales en paños industriales expropiados.
Metodología
La producción de los datos de esta investigación se enmarcó en un enfoque cualitativo, con el propósito de situarse en el marco de referencia de las personas investigadas, adoptando lógicas inductivas e interpretaciones holísticas (Taylor y Bogdan, 1987). Más específicamente, se adoptó el método etnográfico para evitar tener preconcepciones sobre el tema estudiado; extrañar lo familiar, contextualizar el fenómeno indagado; y encauzar las observaciones según el conocimiento teórico (Jociles, 1999). Dado el contexto urbano de la investigación, en lugar de residir por un tiempo extendido con la comunidad que se estudió, como suelen hacer los etnógrafos, en este caso se produjo un “ir y venir” constante en la ciudad (Bazán, 2002). A partir de las diferencias percibidas y experimentadas en esos desplazamientos fue posible construir y reflexionar sobre la otredad que se experimenta en la urbe.
Las técnicas empleadas consistieron en entrevistas en profundidad, con el propósito de comprender el punto de vista de las personas a las que se entrevistó con el cuidado de no imponer puntos de vista ajenos (Gaínza, 2006). Las entrevistas fueron realizadas a 12 personas siguiendo un muestreo estratificado, de modo que se entrevistó a individuos de diferente género, edad, sector de residencia, y vínculo con organizaciones sociales. Además, se realizó observación participante junto a la batucada Furia Leguina, con la meta de poner a disposición la reflexividad del investigador para vincular distintos universos de sentidos, requiriendo la disposición y capacidad de desplegar acciones en los términos nativos de los sujetos de estudio (Guber, 2001). La observación participante se prolongó por ocho meses, entre septiembre de 2017 y marzo de 2018. En dicho periodo se asistió una o más veces a la semana a los ensayos, además de participar ocasionalmente en algunos pasacalles y carnavales. La batucada estaba compuesta por jóvenes de entre 7 y 27 años, la mayoría de los cuales eran habitantes de alguno de los sectores de La Legua.
Finalmente, para analizar la información se procedió con los principios propuestos por la teoría fundamentada (Strauss y Corbin, 2002). Se comenzó con una codificación abierta para identificar temas emergentes con distintas categorías y códigos de análisis. Posteriormente se aplicó una codificación axial con el objetivo de sistematizar y establecer relaciones y tendencias entre las categorías. Es necesario consignar que por motivos de confidencialidad el nombre con el que se refiere a las personas entrevistadas son seudónimos.
Resultados
Los efectos del estigma territorial en la comunidad
El estigma territorial, a pesar de su origen simbólico, es experimentado de forma muy material y concreta por las personas que viven en Legua Emergencia, particularmente porque la mayoría de sus habitantes han admitido que se enfrentan cotidianamente al problema de que las personas provenientes de otras partes de la ciudad eviten acercarse al barrio o les imputen la categoría de delincuentes. En muchos casos esta situación afecta directamente la posibilidad de los residentes de Legua Emergencia de mejorar sus ingresos económicos, al ser discriminados en sus entrevistas de trabajo o porque sea difícil conseguir una clientela para los negocios que se ubican dentro del barrio.
La clientela que tengo de los colegios es de otra comuna. Al principio fue difícil que ellos vinieran acá. Era difícil tener mi taller dentro de la población. A los clientes les da miedo. Uno entiende que les de miedo si ha tenido tanta mala fama la población. Los medios muestran sólo lo malo. (…) Las noticias positivas aquí en Chile no venden, en cambio sí muestran el narcotráfico para que venda (Josefina, costurera, 57 años)
Muchas veces se cierran las puertas por lo que se oye de esta población. Al momento de buscar trabajo me preguntaban de dónde era. [Yo decía] “La Legua”, y de repente tenían esa estigmatización, como si dijeran “Es de La Legua, ¿será delincuente?” (Tomás, estudiante universitario, 21 años)
Si bien Josefina empatiza con el temor que podrían tener las personas al visitar Legua Emergencia, ello no implica una completa internalización del estigma territorial. Aunque sufra sus efectos es capaz de identificar que se trata de una representación colectiva impuesta arbitrariamente por agentes externos. Su crítica al funcionamiento inescrupuloso de los medios de comunicación pone en evidencia la violencia simbólica que afecta a las personas de los estratos más bajos de la sociedad, siendo víctimas de la desposesión simbólica al carecer del control de las representaciones sobre su identidad colectiva (Wacquant, 2010a). Sin embargo, esta crítica al rol ejercido por los medios de comunicación no impide que otras estrategias sumisas sean empleadas para lidiar con el estigma territorial, particularmente bajo la forma de la denigración lateral (Wacquant, 2010a;2010b; Wacquant, Slater y Pereira, 2015). Como indica Wacquant “lo que desde afuera parece un conjunto monolítico es visto por sus miembros como un cúmulo sutilmente diferenciado de “microrealidades” (2010a, p. 131), posible por el uso diestro que se hace de la estigmatización para desprestigiar a determinados vecinos y disociarse del estigma territorial. Precisamente eso es lo que sucede en La Legua, perjudicando particularmente al sector de Legua Emergencia. Incluso algunos de los niños que integraban la batucada en la que participé comentaron con un tono burlesco que les iba a llegar un balazo o que no iban a salir vivos una vez que ingresamos al sector de Legua Emergencia a tocar con nuestras percusiones.
Las diferenciaciones parecieran reproducirse continuamente en escalas cada vez más pequeñas, pues al interior de la propia Legua Emergencia las personas distinguen y discriminan la supuesta peligrosidad del lugar a partir de ciertas calles. Específicamente el sector II de Legua Emergencia, entre las calles San Gregorio y Venecia, suele ser percibido como relativamente seguro. Aunque en este caso vale la pena matizar que tales distinciones obedecen a motivos históricos, mucho antes de que el crimen organizado comenzara a operar en la población, por lo que más que corresponder a las dinámicas del estigma territorial podría ser producto de las distinciones entre establecidos y marginados (Elias, 1998). De acuerdo con Elias (1998), la convivencia con un grupo forastero suele ser percibida como una amenaza a su vida comunitaria y tradiciones. Marta comentó sobre su niñez en los setenta, viviendo en el sector II: “Yo máximo conocía dos calles más para allá, era todo lo que se nos permitía a nosotros, porque la población siempre ha sido conflictiva”.
Mapa 2. Sectores de Legua Emergencia

Fuente: Elaboración propia.
Otro grupo de vecinos estigmatizados corresponde a las personas de más reciente llegada al barrio o los sujetos más jóvenes, aunque en este caso parece haber algo más que sólo una confrontación entre establecidos y marginados, pues son personas vinculadas con el narcotráfico y el crimen organizado. Lo que se cuestiona en particular es la carencia de interés por el bienestar de la comunidad y la realización de actos violentos al interior del barrio. Si bien Legua Emergencia ha sido históricamente una población marginal en la que han convivido obreros manufactureros con personas provenientes del hampa (Álvarez, 2010), particularmente entre la primera mitad del siglo XX y principios de la década de los setenta, la delincuencia hasta entonces no eran más que algunos robos y atracos realizados fuera del barrio. Sin embargo, lo que las personas cuestionan, y que pareciera ser un síntoma de una creciente despacificación de la vida cotidiana (Wacquant, 2010a), es la prevalencia que adquiere el narcotráfico en las relaciones sociales.
Los niños van creciendo, ven que el entorno que va cambiando con las generaciones nuevas que van tomando el control de la delincuencia, del tráfico, a partir de las mismas costumbres familiares. Entonces se va como heredando todo eso. (Claudio, electricista, 36 años)
A pesar de la extendida reproducción de estigmas entre distintos grupos de vecinos, las personas reconocen y son enfáticas al acusar la ineficacia del Estado, particularmente de las policías. En este sentido, la mayoría de las personas señalan que el aumento de la delincuencia y la criminalidad ha sido el resultado de décadas de incapacidad del Estado. Marta indica: “Es que el Estado en realidad no ha hecho nada”. Claudio manifiesta de modo similar que “El Estado es poco y nada lo que hace acá”. Es más, en muchos casos las personas denuncian que las policías actúan de forma completamente arbitraria e ineficaz, discriminando y actuando en contra de jóvenes que participan en instancias comunitarias mientras ignoran a personas que reconociblemente están portando drogas, acentuando la sensación de exclusión y estigmatización hacia la juventud (Garbin y Millington, 2012).
Íbamos a hacer el taller [de batucada]. Íbamos en un carrito chico con 10 tambores, el Seba iba con dos tambores e iba un cabro pasando que iba cargado [con drogas] y a él no le hicieron nada. Otros pasaban fumando marihuana al lado de los carabineros y no les decían nada. Y a nosotros que nos vieron saliendo del centro comunitario nos querían revisar. El Seba se enojó y les dijo que cómo hacían eso, si estaban viendo que vamos a hacer un taller, que estamos tratando de salvar a los cabros de Legua Emergencia y el carabinero le dijo: “Puta, si no te gusta que te controlen, si no te gusta el país, mejor ándate. ¡Resentido!”. (Cristián, comerciante informal, 23 años)
Por el contrario, una necesidad e interés sentido por varios jóvenes y pobladores de Legua Emergencia es fomentar la participación y organización comunitaria. Si bien se reconoce a las intervenciones en el espacio público mediante la construcción o renovación de infraestructura pública, hace falta preocuparse por el bienestar de los jóvenes en un sentido integral, que contemple formas que puedan mejorar la convivencia comunitaria.
Aquí la Iniciativa Legua es un proyecto que es útil, pero son cosas que no son realmente necesarias para la sociedad. Porque aquí cuando vienen dicen: “¿Qué necesitan? Una cancha.” Está bien, la cancha puede llegar a ser algo productivo, pero qué pasa con los mismos niños a los que no le gusta jugar fútbol. En realidad no hay un proyecto detrás que [implique] organizar a la gente. (Tomás, estudiante universitario, 21 años)
Los soportes materiales y los afectos del espacio público
Muchos de los espacios comunitarios que hay en Legua Emergencia fueron lugares que cayeron en desuso y que posteriormente fueron reapropiados por los vecinos. De este modo se pone en evidencia la importancia que adquieren los soportes materiales para hacer posible la vida de los sectores excluidos (Butler, 2015), sin por ello reducirlo a una cuestión exclusivamente fisiológica, pues hay elementos sensoriales y afectivos fundamentales para explicar la emergencia de nuevas formas de agenciamiento (Goonewardena, 2005; Frers y Meier, 2017). Así ocurrió con el actual centro comunitario que hay en la Legua, que previamente había funcionado como una escuela y un Centro de Salud Familiar (Cesfam). Cuando la infraestructura fue abandonada, miembros de un colectivo artístico cultural comenzaron a darle un nuevo uso con la colaboración de otras pocas organizaciones del barrio. A pesar de que el centro comunitario alberga a organizaciones como la Radio Experimental La Ventana, Legua Televisión, y la Batucada Furia Leguina, su funcionamiento no está exento de suspicacias y disputas. Con la llegada de Iniciativa Legua, también se abrió la oportunidad de obtener financiamiento para otras iniciativas. Pedro, dirigente y administrador del centro comunitario, exigió que se realizaran reparaciones al espacio porque desconfiaba de que los fondos no fuesen invertidos en la población, lo que le mereció recibir epítetos como “traidor”, “vendido” y “amarillo” por parte de otras organizaciones. Aun así, Pedro dice que independiente de la propiedad de la infraestructura, lo fundamental para el funcionamiento del centro comunitario es la activa participación y apropiación por parte de habitantes de Legua Emergencia.
Si bien es cierto [que] un lugar como el Centro Comunitario es de responsabilidad del municipio, eso es en el cincuenta por ciento solamente, el otro cincuenta por ciento tiene que ver con cómo la comunidad cuida el espacio. Por lo tanto, hicimos un llamado a la gente a tratarnos con cariño. No se trata de besos y abrazos, tiene que ver con ser cariñosos en el hacer, como cuidar los baños, apagar las luces, botar los desechos a un basurero. (Roberto, administrador público, 46 años)
La alusión a “tratarnos con cariño”, proyectando un sentido de identidad a los espacios públicos que son un soporte para la acción de las personas (Butler, 2015), alude directamente a una dimensión afectiva que es un motivador constante para la participación y organización comunitaria. En este sentido, la vida y la esfera pública que se constituye en La Legua adquiere dimensiones muy concretas, siendo posibilitada precisamente por la materialidad de los lugares y los servicios prestados por algunas instituciones (Butler, 2015), que proveen condiciones necesarias para que las personas puedan desarrollar su vida. Sin embargo, se necesita que ese apoyo también represente una identidad para los jóvenes, como señaló Sebastián al explicar el surgimiento de la batucada Furia Leguina.
Nosotros éramos un grupo de amigos que nos juntábamos en La Caleta [una ONG] a hacer cosas, y en un momento decidimos no seguir bajo el alero de La Caleta. Era riesgoso, porque teníamos todas las chances de hacer las cosas que quisiéramos, ir a paseos, seguridad en el espacio, material, todo. Nos fuimos a otro espacio que estaba emergiendo en ese entonces, era la Red OLE, y ahí nosotros nos fuimos a armar este grupo incipiente. También uno necesita tener su espacio, no estar siempre tan estructurado por una ONG que impone los temas, porque ellos también tienen que cumplir productos, sus metas a las que tienen que llegar, sus objetivos que les piden los proyectos. Nosotros queríamos hacer nuestras cosas, queríamos tomar nuestra identidad propia. (Sebastián, trabajador social, 31 años)
Los enfoques normativos sobre el espacio público afirman que las acciones de las personas sólo adquieren un carácter público cuando representan los intereses generales de la sociedad, requiriendo que las personas suspendan sus necesidades más inmediatas que han de ser satisfechas en el ámbito privado (Arendt, 2009; Habermas, 1981). Si bien lo indicado por Sebastián puede parecer un deseo particularista que fragmenta lo público, ya que decidió apartarse de una organización de antiguo funcionamiento y gran convocatoria en la población, merece una interpretación alternativa. En primer lugar, la necesidad que manifiesta Sebastián remite a un deseo colectivo, dando cuenta que las necesidades no sólo refieren a aspectos físicos o de subsistencia, sino también a aspectos relacionales y simbólicos. En segundo lugar, al señalar ciertos condicionamientos de las ONG, asociados generalmente a mecanismos de transparencia y rendición de cuentas a los que están sujetos las instituciones financiadas con fondos públicos, está poniendo en cuestión la publicidad de las organizaciones de la sociedad civil que están subordinados a la burocratización del Estado y están desacopladas de los intereses reales de las personas.
Contrariamente a los modelos normativos, vale la pena pensar cómo las experiencias y afectos involucrados en las interacciones en público pueden llegar a construir instancias de politización (Cassegard, 2014; Goonewardena, 2005; Frers y Meier, 2017). Esto es lo que explica el surgimiento fortuito de la batucada Furia Leguina, puesto que comenzaron a tocar percusiones por petición de los vecinos del barrio para una actividad infantil. A pesar de la renuencia inicial por causa del nerviosismo, Sebastián comentó que “A la gente le gustó y siempre pedían ‘¡otra, otra!’”. Entonces fue súper gratificante y ahí partió todo, desde esa actividad le dimos el vamos a la Furia”. Desde entonces la batucada es reconocida incluso fuera de Legua Emergencia por organizar el Carnaval 500 Tambores por la Vida y por la Paz, inspirados por el Carnaval de los Mil Tambores realizado en Valparaíso. En la oportunidad que asistieron los jóvenes legüinos al carnaval porteño, un dirigente que los acompaño dijo: “nosotros deberíamos hacer un carnaval igual en La Legua, no con mil porque son muchos weones, con quinientos y que se llame Quinientos Tambores”. En honor a aquel vecino, la batucada Furia Leguina decidió organizar su propio carnaval y bautizarlo en base a aquella anécdota.
La dimensión afectiva que comparten los integrantes de la batucada se debe en buena medida a que la mayoría de ellos ha llegado por sugerencia de algún amigo o familiar, de modo que la mayoría se conocen indirectamente. Este ambiente de familiaridad e intimidad cumple un papel clave para sus vidas cotidianas y las posibilidades que tienen de sobrellevar las dificultades de vivir en un barrio marginalizado, pues les permite aconsejarse y apoyarse. Por ejemplo, Sebastián una vez comentó su molestia con su amigo Rafael, un joven integrante de la Furia Leguina que no asistió a un examen que le habría permitido graduarse de la educación secundaria. Por este motivo Sebastián le escribió a Rafael por WhatsApp para reprenderlo, logrando que Rafael se pusiera en contacto con su profesora para volver a rendir el examen. Este tipo de historias suelen ser comunes entre los jóvenes de la batucada, quienes expresan que su participación en la batucada fue fundamental para que pudieran imaginar un mejor futuro para sus vidas y evitar verse involucrado con el crimen organizado, como muchos de sus familiares lo han hecho.
Me abrieron el espacio, me abrieron la vista. Ir a otra villa, a otras comunas, a otras poblaciones, ver a otros niños disfrutando, viendo que realmente no todo es delincuencia, no todo es pleito, sino que puedes dialogar con otra persona. Me dije “Puedes ser mejor, no es necesario llegar a la delincuencia para ser alguien, para tener recursos”. (Tomás, estudiante universitario, 21 años)
Yo creo que [aprendí] el respeto hacia mí mismo, ponerme metas. Si tú no te respetas, nadie te va a respetar. Lo primordial es que [la batucada Furia Leguina] me hayan enseñado a tener mis metas, a mirar más allá de lo que ves. (Cristián, comerciante informal, 23 años)
Las referencias visuales aludidas por ambos jóvenes, como “me abrieron la vista” y “mirar más de lo que ves”, indica la importancia que las experiencias sensoriales en el espacio tiene para la construcción de la ideología de las personas, es decir, la delimitación de lo que perciben como lo real y lo posible (Goonewardena, 2005). En el contexto de Legua Emergencia, donde permean las situaciones de violencia debido al recrudecimiento del narcotráfico y el crimen organizado, la batucada les brinda a los jóvenes la oportunidad de conocer otros lugares y extender sus redes interpersonales más allá de Legua Emergencia. Esto produce un quiebre epistemológico de la ideología a la que estaban habituados (Goonewardena, 2005), asociada fuertemente a una cultura callejera que privilegia la violencia como principal fuente de respeto (Bourgois, 2010).
Las disputas por las representaciones en el espacio público
Este carácter ideológico del espacio es aún más evidente al considerar el estigma territorial que pesa sobre Legua Emergencia, razón por la cual los jóvenes buscan cambiar su representación a través de performances en el espacio público que permitan reivindicar la identidad leguina y estrechar lazos comunitarios, por un lado, y construir nuevas representaciones y auto-narrativas frente a la comunidad política más amplia, por otro lado. De este modo, las acciones y apropiaciones que empiezan por el espacio público se extienden a aquello que se entiende como la esfera pública. Para explicar esto es fundamental relevar el rol que cumple el carnaval “quinientos tambores por la vida y por la paz”, más conocido como el “Carnaval de la Legua”, y el propósito con que nació la batucada Furia Leguina.
A pesar de las casualidades que sirvieron como puntapié inicial para que los jóvenes decidieran formar la batucada, al momento de organizar el carnaval de La Legua, fueron claros y explícitos sobre sus objetivos e intenciones. Por un lado, la meta fue demostrar su oposición a la situación de violencia en que viven. Como mencionó Sebastián: “El carnaval nace como respuesta a estos grupos armados de la población que se están agarrando a balazos. (…) Por eso el carnaval se llama ‘Carnaval quinientos tambores por la vida y por la paz’”. Por otro lado, el interés también fue promover instancias que pudieran fortalecer la organización comunitaria y el sentido de identidad de Legua Emergencia. Es por eso que varias actividades acompañaban a las performances artísticas, como foros de discusión en los que se invitó a participar a varias organizaciones que pudieran concientizar sobre los derechos de los jóvenes. Estas formas de articulación contravienen la supuesta pérdida de solidaridad y acción colectiva que afecta a los pobladores de barrios relegados (Wacquant, 2010).
La Legua necesitaba tener un carnaval, necesitaba tener una experiencia artística fuerte, por eso nacen los 500 Tambores como una necesidad de la gente que también tiene [derecho a] la oportunidad y el acceso a tener cultura de calidad en su territorio. (…) Entonces era como una necesidad que La Legua tiene, la necesidad de tener cultura y una cultura de calidad y digna. (Sebastián, trabajador social, 31 años)
Ese interés en tener un acceso igualitario al arte y la cultura es interpretado como una necesidad, como una búsqueda por fortalecer la dignidad de las personas de Legua Emergencia, que rompe con las dicotomías entre la necesidad y la política (Butler, 2015). Las palabras de Sebastián dan cuenta de que la búsqueda de dignidad no sólo se refiere a prácticas sociales desarrolladas al interior de la esfera privada, sino que también se expresa a través de reivindicaciones políticas hechas en público (Pérez, 2022). La alusión de Sebastián a la dignidad no debe ser entendida como parte de un orden moralista con que se expresarían las manifestaciones culturales de las periferias urbanas y que serían indicio de su ensimismamiento (Caldeira, 2006), sino que, como plantea Zigon (2014), se trataría más bien de un imperativo ético que excede lo que puede expresar el vocabulario de los discursos morales dominantes. En este sentido, la dignidad no refiere a una cualidad inherente del ser humano, sino que se la concibe como el resultado de una configuración social particular de políticas y servicios que atiendan las necesidades que las personas demandan para ser-en-el-mundo (Zigon, 2014). Ese ser-en-el mundo, de acuerdo a Sebastián, también nace como respuesta al crimen organizado para manifestar que hay otras alternativas de vida y formas de habitar por medio del carnaval.
Es necesario advertir que los procesos de ocupación del espacio público no están exentos de disputas y conflictos. La violencia derivada del narcotráfico siempre se cierne como una amenaza, lo que quedó de manifiesto en noviembre del 2017, cuando fallecieron dos personas como resultado de una balacera a una semana de la realización del carnaval. Los dirigentes de la batucada, en conjunto con otras organizaciones, optaron por suspender el carnaval ya que no podían garantizar la seguridad de los asistentes y consideraron pertinente respetar el luto de los hogares que perdieron a sus familiares. Sin embargo, a comienzos de diciembre se realizó otro carnaval llamado “A mano y Sin Permiso”, cuyo nombre hace alusión a la autogestión para diferenciarse de las organizaciones que reciben financiamiento público, a las que acusan de ser cooptadas por el Estado. Sin embargo, uno de los asistentes al carnaval con los que me reuní dijo que mientras seguía el pasacalle uno de los organizadores vociferaba con un altoparlante que se fueran los carabineros de La Legua, lo que provocó que una mujer saliese de su casa para interpelarlo: “¿Y si se van los pacos [carabineros] tú vai a ir a los pasajes a hablar con los narcos cuando quede la cagá?”.
El impasse mencionado da cuenta de la compleja situación que las personas experimentan en barrios afectados por el narcotráfico y el crimen organizado. Aunque el actuar de las policías sea objeto de críticas lapidarias, aun así, la gente teme que no haya ningún tipo de autoridad que pueda contener la alzada de la violencia. Este tipo de dilemas son parte de las discusiones entre los jóvenes de la batucada, ya que ellos mismos cuestionan la legitimidad y eficacia del Estado para solucionar la situación de inseguridad en Legua Emergencia, pero también son conscientes de que no tienen medios a su disposición para detener el crimen organizado. A pesar del temor y la frustración, la batucada se erige como un espacio para la discusión y socialización política de los jóvenes. Frecuentemente, sus integrantes discutían temas de contingencia política y en algunos casos participaban en manifestaciones en el centro de Santiago que fueron convocadas por algunos movimientos sociales, como ocurrió para una marcha por el derecho a la vivienda.
Durante el tiempo que hice observación participante, hubo otras instancias que permiten argumentar la importancia que tiene la batucada como un espacio de socialización política. A fines de 2017 se realizaron elecciones presidenciales en Chile. En ese contexto, cada vez que la batucada se tomaba una foto grupal, Sebastián señalaba a sus compañeros que indicaran el número cinco con los dedos de sus manos, haciendo alusión al número que la candidata Beatriz Sánchez tenía en la papeleta de sufragio. Beatriz Sánchez fue la primera candidata presidencial que tuvo el Frente Amplio en Chile, con un programa que señalaba que en Chile hay un “problema con el poder” y, en consecuencia, era el “programa de esos muchos y muchas. De quienes no tenemos ese poder aún, pero queremos tomarlo y distribuirlo” (Frente Amplio, 2017). Meses después, durante 2018, hubo una importante ola de manifestaciones que fueron conocidas como parte del llamado “mayo feminista”. En una de las movilizaciones convocadas en el centro de Santiago muchas mujeres marcharon con sus pechos descubiertos. Tobías reprobó este tipo de manifestación por encontrarla ofensiva e impúdica, pero sus compañeras que participaban en la batucada le señalaron que justamente esa protesta en el espacio público tenía la finalidad de desnaturalizar y cuestionar la sexualización que se hace del cuerpo femenino. El joven no pareció del todo convencido, pero sus opiniones se vieron confrontadas al debate con sus compañeras de la batucada, permitiéndole ampliar los argumentos que estaba acostumbrado a oír.
Estas experiencias de socialización política de los jóvenes sólo son posibles y adquieren sentido en el contexto comunitario de Legua Emergencia. Como ya fue comentado, es innegable que la violencia y la estigmatización territorial ha deteriorado las relaciones entre los vecinos del barrio. Sin embargo, esta misma situación es la que impulsa a muchos vecinos y jóvenes a organizarse para levantar instancias que puedan congregar a las personas en el espacio público. La poca oferta de servicios e instituciones accesibles para los habitantes de Legua Emergencia hace del arte un área particularmente desatendida, pero con un alto poder de convocatoria. Gracias a que los participantes de la batucada son mayoritariamente jóvenes del propio barrio concitan el apoyo de la mayoría de sus vecinos. El carnaval, en este sentido, sirve como una celebración que reúne a los vecinos de Legua Emergencia bajo una lógica semejante a la idea de communitas, puesto que las diferencias entre las personas pueden ser temporalmente suspendidas mediante la celebración de ritos colectivos que refuerzan el sentido comunitario (Turner, 1988). Así, los efectos del estigma asociados a las micro-diferencias, la denigración lateral y la disolución del lugar (Wacquant, 2010a; 2010b; Wacquant, Slater y Pereira, 2014) son superados, al menos temporalmente, en favor de una reivindicación de la identidad y comunidad leguina. En esta línea Cristián destaca que uno de los principales logros del carnaval ha sido que Legua Emergencia sea reconocida más allá de los estigmas, gracias al trabajo y apoyo de las organizaciones y vecinos del barrio.
Yo creo que el trabajo comunitario que tienen [los vecinos de Legua Emergencia] es fundamental. Trabajar todo el año en un carnaval que realmente es conocido. Hace poco hablaron en un canal de televisión del carnaval de los 500 tambores, hay hartos famosos que mandaron saludos. Yo creo que todas esas cosas se logran a través del trabajo en conjunto. (…) El trabajo en comunidad que tiene La Legua yo creo que es un punto a destacar. (Cristián, comerciante informal, 23 años)
Las alusiones a los medios de comunicación dan cuenta de la importancia que tiene para los participantes de la batucada que el carnaval tenga un alcance y escala de incidencia que trascienda lo local, pues entienden que allí es donde se juega la disputa por las representaciones que puedan modificar el estigma territorial. Frente a las adversidades ocasionadas por el narcotráfico, la violencia y el crimen organizado resulta difícil imaginar una forma de resistencia abiertamente contenciosa. No obstante, la ocupación del espacio público no carece de politicidad, ya que mediante la realización de carnavales se forma una auto-narrativa de los vecinos de la población, que articula la forma en que se observan a sí mismos con el modo en que son reconocidos por los demás, constituyendo un acto político a través del cual el grupo se define a sí mismo y el modo en que establecen una relación con la comunidad política más amplia (Quiroz Becerra, 2014).
Conclusiones
Es un importante desafío descifrar el significado e influencia política que pueden tener los jóvenes en la sociedad chilena, particularmente cuando provienen de barrios de bajos ingresos que son continuamente marginalizados y estigmatizados y en los que hay una obvia desconfianza hacia las instituciones políticas. Sin embargo, en lugar de pretender que adopten un comportamiento según los modelos clásicos del liberalismo político (Butler, 2017; Cassegård, 2014; Melluci y Avritzer, 2000) o reivindicaciones y acciones políticas de antiguos movimientos obreros (Caldeira, 2009); resulta más pertinente contemplar cómo las nuevas formas de manifestación, aunque sean de carácter artístico y cultural, guardan relación con procesos de subjetivación que se mueven de forma ambivalente entre lógicas de dominación y resistencia (Garbin y Millington, 2012).
Son indesmentibles los efectos negativos que ha tenido el estigma territorial sobre Legua Emergencia, particularmente en lo que dice relación con la reproducción de estigmatizaciones entre sus propios habitantes (Wacquant, 2010a; 2010b; Wacquant, Slater y Pereira, 2014). Si bien existe una evidente internalización del estigma, también es necesario reconocer que se fragua un sentimiento de injusticia y crítica hacia la labor que cumple el Estado, la policía y los medios de comunicación, de modo que las personas también son conscientes de las lógicas de dominación y las relaciones de poder que los subyugan. Precisamente frente a este tipo de situaciones, muchos jóvenes de Legua Emergencia perciben la necesidad de organizarse para ofrecer alternativas de vida a sus vecinos.
Resulta completamente lógico que frente a la magnitud del problema de la violencia los jóvenes se vean imposibilitados de realizar acciones clásicamente contenciosas. Puede que sus formas de resistencia no tengan la épica que suelen tener las grandes protestas o manifestaciones. Sin embargo, en lugar de que las personas se retiren a la privacidad de sus hogares y disminuyan su solidaridad y acción colectiva como supone la teoría de la marginalidad avanzada (Wacquant, 2010a; Wacquant, 2010b), la situación de violencia que los jóvenes viven cotidianamente los impulsa a organizarse para tratar de interpelar el dominio del crimen organizado. Como ellos mismos plantean, se trata de una necesidad básica. Es prácticamente una cuestión de subsistencia, pero no por eso pierde su carácter público ni su potencial como acción política (Butler, 2017).
Por el contrario, siendo la ocupación del espacio público a través de performances artísticas una de las pocas estrategias disponibles para manifestar la disconformidad con la situación de violencia que aqueja al barrio, la batucada no sólo constituye una instancia de subjetivación y socialización para los jóvenes que podrían verse tentados de involucrarse con el narcotráfico, sino que también es una forma de construir un sentimiento de communitas que trasciende las diferenciaciones y estigmatizaciones al interior de la población (Turner, 1988). Lo que podría parecer meramente como una actividad y demanda identitarista, al considerar la apropiación del espacio público hecha por los jóvenes para representarse a sí mismos y a la población Legua Emergencia, reivindica formas de vida más dignas que se resisten al estigma y buscan disputar las representaciones e ideologías hegemónicas ante la comunidad política más amplia.
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Fecha de recepción: 1 de agosto de 2024
Fecha de aceptación: 4 de diciembre de 2024
DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v22i57.1148
* Antropólogo social y magíster en Desarrollo Urbano. Profesor colaborador, Universidad Alberto Hurtado. Correo electrónico: lucazge@hotmail.com
Volumen 22, número 57, enero-abril de 2025, pp. 145-176
ISSN versión electrónica: 2594-1917
ISSN versión impresa: 1870-0063