DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v22i57.1169


El rebaño de los ganadores: el narcisismo autoritario como dispositivo de gobierno neoliberal


Alberto Coronel Tarancón*

Resumen. Ser un ganador en la sociedad neoliberal ya no es un resultado de la competencia económica, sino una disposición hacia la competición misma. Siguiendo esta clave interpretativa, el artículo estudia el narcisismo autoritario como el modo de autoerotización que, en convergencia con las estrategias de gobierno de la gubernamentalidad neoliberal, divide la sociedad en dos comunidades existenciales: ganadores y perdedores. La identificación de una matriz teológico-deportiva en la gubernamentalidad neoliberal nos lleva a concluir, en convergencia con José Luis Villacañas Berlanga y contra la tesis de Byung-Chul Han, que el poder neoliberal no puede ser explicado sin comprender su oferta teológica.

Palabras clave. Narcisismo; autoritarismo; competencia; teología; neoliberalismo.

The herd of winners: authoritarian narcissism as a neoliberal government device

Abstract. Being a winner in the neoliberal society is no longer a result of economic competition, but a disposition towards competition itself. Following this interpretative key, the article studies authoritarian narcissism as the mode of autoeroticization that, in convergence with the governmental strategies of neoliberal governmentality, divides society into two existential communities: winners and losers. The identification of a theological-sporting matrix in neoliberal governmentality leads us to conclude, in convergence with José Luis Villacañas Berlanga and against Byung-Chul Han’s thesis, that neoliberal power cannot be explained without understanding its theological offer.

Key words. Narcissism; authoritarianism; competition; theology; neoliberalism.

No temo competir. Es todo lo contario. ¿No lo entiendes?

Lo que temo es que siempre voy a competir, eso es lo que me da miedo. (...)

El hecho de que esté terriblemente condicionada para aceptar los valores de los demás,

y que me gusten los aplausos y que la gente me ponga por las nubes, no lo justifica en absoluto.

Me avergüenzo de ello. Me da asco.

Me da asco no tener la valentía de no ser nadie en absoluto.

Franny y Zooey, J.D. Salinger

No vine a guiar corderos, vine a despertar leones.

Javier Milei

Introducción. Los estratos del narcisismo autoritario

Este artículo estudia la relación entre el narcisismo y el autoritarismo en distintos estratos o dimensiones de la sociedad neoliberal (Foucault, 2009; Laval y Dardot, 2013; Brown, 2017). Como dispositivo de gobierno, el narcisismo autoritario que puede ser comprendido como el producto de un doble proceso de trabajo: el trabajo del sujeto neoliberal sobre sí mismo para identificarse como parte de la comunidad existencial de los ganadores (gobierno de sí) y el trabajo del gobierno neoliberal sobre el campo de acción de los sujetos, orientado a maximizar su rendimiento productivo (gobierno de los otros).1 En este marco teórico, el narcisismo autoritario forma parte de la red de dispositivos de la gubernamentalidad neoliberal, entendida en sentido amplio como la superficie de contacto entre las técnicas de gobierno y de autogobierno (Foucault, 1992: 159; Castro, 2007; Bröckling, 2016).

Mediante el uso de la caja de herramientas foucaultianas (Foucault, 2009; Taylan, 2017), los estudios de Freud, Lacan y Sennet sobre el narcisismo (Freud, 1976; Lacan, 1998; Sennet y Cobb, 1972) y los estudios sobre la personalidad autoritaria inspirados en la noción de “personalidad autoritaria” desarrollada por Adorno, Frenkel-Brunswick, Levinson y Sanford a mediados del siglo XX (Levinson et al., 1950), se ofrece un análisis del narcisismo autoritario dividido en cinco niveles o estratos ontoepistemológicos: conceptual, psicológico, sociológico, político-cultural y teológico-deportivo. A medida que se avanza de un estrato a otro, el concepto de narcisismo autoritario adquiere mayor complejidad y profundidad. Ante todo, esta forma de análisis estratificado no debe concebirse como una estrategia arbitraria: se trata de una respuesta metodológica adecuada al reto epistemológico que supone el análisis de dispositivos, caracterizados por la heterogeneidad radical de los elementos objetivos y subjetivos movilizados en sus dinámicas.

En primer lugar, como concepto político, el narcisismo autoritario refiere a un modo de autoerotización subjetiva de raíz aristocrática por el cual el sujeto se identifica a sí mismo como parte de la comunidad de los ganadores, y fuera de la comunidad de los perdedores sociales. Este modo de autoerotización (“Soy un ganador”) adquiere un grado más de complejidad cuando es analizado en términos psicoanalíticos. Mediante el concepto de imago que Lacan extrae del estadio del espejo, el narcisismo autoritario se define como la tensión libidinal polarizada entre dos identidades imaginarias contrapuestas, la imago del yo-ganador, como ideal aspiracional o polo atractor de las aspiraciones del sujeto, y la imago abyecta o repugnante del yo-perdedor, en el sentido que le da Julia Kristeva a lo abyecto: “lo abyecto no tiene más que una cualidad, la de oponerse al yo” (Kristeva, 1988, p.27).2 En los dos primeros apartados del trabajo (2 y 3), se explora esta polaridad como fuente de energía psíquica utilizando como caso de estudio y signo de época las declaraciones realizadas por la atleta norteamericana Simone Biles tras su retirada de las olimpiadas de Tokio de 2021. A través de estas declaraciones iluminamos la estructura conceptual y psicoanalítica del narcisismo autoritario.3

En cuarto lugar, el narcisismo autoritario refiere a la comunidad sociopolítica de quienes comparten dicha disposición a identificarse como ganadores sociales en un contexto específico: el medioambiente neoliberal. Un medioambiente que es a la vez el espacio en el que los sujetos empresarios de sí mismos interactúan entre sí y un producto de la intervención del neoliberal como poder ambiental (Taylan, 2017).4 En continuidad con las tesis de Christian Laval, Pierre Dardot y Fehrat Taylan, el texto muestra como este esquema psicoanalítico ha metastatizado desde la esfera del deporte de élite al mercado de trabajo a través del coaching, la cultura y las redes sociales, configurando un milieu neoliberal (Taylan, 2017), que envuelve y canaliza el deseo del sujeto como empresario de sí mismo (Foucault, 2009), voluntariamente dispuesto a autoevaluarse y autoexplotarse para maximizar su propio capital humano (Laval y Dardot, 2013, p. 133).

Desde estas coordenadas, se ahonda en las psicopatologías del sujeto competidor que habita un milieu competitivo en el que la meritocracia redirige o transforma los efectos estructurales de la competencia a la psique del sujeto. De este modo, como muestra Richard Sennet en Narcisismo y cultura moderna (1979), la ficción de la meritocracia económica se apoya en la disposición narcisista del sujeto al aceptar como merecido el resultado de la competencia. Sin embargo, el argumento principal del trabajo es que esta disposición a aceptar como natural los resultados de la meritocracia forma parte del juego del dispositivo narcisista-autoritario en un aspecto que ni Byung-Han ni Laval y Dardot identificaron en sus respectivos diagnósticos: la dimensión teológico-deportiva subyacente a la aceptación de la meritocracia como régimen de veridicción (Foucault, 2009, p. 30-31) que revela una determinada verdad del mundo que tiene la capacidad de distinguir a comunidad de los elegidos (los ganadores) y los condenados (los perdedores).

Esta hipótesis, convergente con la tesis defendida por José Luis Villacañas Berlanga en Neoliberalismo como teología política (2020), se refuerza en el último apartado mediante el salto del polo narcisista al polo autoritario. Este último apartado parte de los estudios de realizados por Theodor W. Adorno, Frenkel-Brunswick, Daniel Levinson y Nevitt Sanford a mediados del siglo XX sobre los rasgos de personalidad que podían ser proclives a abrazar el fascismo desactivando la solidaridad y la empatía con las víctimas de un determinado orden social. Entre estos rasgos se encuentra aquel que encontramos en el caso Simone Biles: la relación agónica entre un superego fuerte y un ego débil que debe someterse a él.

Estos estudios son actualizados en diálogo con el trabajo de Gandesha Samir y Heras Monner Sans (2017), donde aparece tematizada la crisis de la autoridad patriarcal en la sociedad neoliberal: el declive de la autoridad del padre sustituido por la autoridad del ganador. Para el análisis de esta mutación, el texto aborda el análisis filosófico de un producto cultural de masas destinada a captar esta misma mutación: la teleserie Sucesión, dirigida por Jesse Amstrong y protagonizada por Brian Cox (Amstrong et al, 2018-2023), cuyo protagonista es simultáneamente directivo exitoso y un padre fracasado. La forma en que la autoridad del padre es vaciada o fagocitada por la autoridad del CEO (constantemente acosado por la competición con sus hijos) ilustra a la perfección la dualidad teológico-deportiva del ganador en el reino de la competencia capitalista.

Por último, este análisis de Sucesión nos permite converger con la hipótesis planteada por José Luis Villacañas Berlanga en Neoliberalismo como teología política (2020), según la cual el poder neoliberal, en lugar de actuar de forma invisible para capturar y reconducir la libertad del sujeto (Han, 2010), lo que hace, más bien, es ofrecer un sentido teológico-político a la existencia de ese mismo sujeto; una oferta de sentido y pertenencia que lleva consigo tanto la promesa de salvación a través del mercado como el goce eufórico de la competencia (Villacañas, 2020). Esta tesis verificaría la existencia de un narcisismo-autoritario que estaría implícito en el argumento de Villacañas Berlanga, pero no tematizado ni desarrollado.

El texto concluye identificando en el auge de los populismos neoliberales de Javier Milei o Donald Trump la prueba de la existencia de una matriz teológico-deportiva del neoliberalismo. Desde la óptica teológico-deportiva del pensamiento neoliberal que ambos líderes políticos abrazan, tanto Milei como Trump pueden ser coherentemente definidos como pastores neoliberales cuya misión es conducir a sus rebaños de ganadores hacia la salvación prometida por el mercado y obstaculizada por el estado. Esa es lo que comunica a figuras tan aparentemente distantes como Simone Biles o Javier Milei: la creencia de que la salvación solo puede llegar a través de la competencia.

Simone Biles como signo de época: la agonía del ganador

En julio de 2021, la atleta norteamericana Simone Biles se retiró de la competición olímpica de Tokio cuando ya era considerada la mejor atleta del mundo. En este momento, Biles era siete veces campeona de Estados Unidos y cinco veces campeona del mundo. La única gimnasta que había logrado ser campeona del mundo tres veces de forma consecutiva (2013, 2014, 2015) y la primera mujer del mundo en ejecutar el doble mortal Yurchenko. Con todas estas condecoraciones a sus espaldas, Biles se retiró de la competición olímpica de Tokio tras fallar en la realización de un salto relativamente sencillo para sus estándares. Simone Biles, al igual que muchas de sus compañeras, padecía crisis de ansiedad recurrentes fruto de los abusos sexuales padecidos por Larry Nassar, médico del equipo nacional,5 y por el peso de las expectativas sociales depositadas sobre ella. Al retirarse, dijo a los medios: “Tengo que concentrarme en mi salud mental. Simplemente creo que la salud mental es más importante en los deportes en este momento. Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos, y no solo salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos”.6

La retirada de Simone Biles causó una gran sensación en los medios de comunicación. Su renuncia reactivó la reflexión social en torno a la presión a la que se ven sometida las atletas y los atletas de máximo rendimiento. Sin embargo, la presión visible no es más que la punta del iceberg de una presión invisible e interiorizada que se refleja en el argot propio de la gimnasia, una disciplina que posee un lenguaje para describir el miedo que bloquea a una atleta durante el ejercicio: los twisties (giros) nombran el enigmático fenómeno por el que una atleta ya no puede hacer un salto, viraje o pirueta que antes sí podía hacer (un twistie fue lo que le sucedió a Biles al no poder ejecutar correctamente un salto por debajo de sus capacidades). Las atletas lo describen como un momento en que el cerebro y el cuerpo dejan de cooperar.

El headcasing, en cambio, significa un colapso o bloqueo mental que impide a la atleta realizar hasta las acciones más sencillas. El balking define la duda anterior al despliegue de una acción que la ralentiza y puede provocar accidentes graves como caer boca abajo sobre una barra (Reeve, 2021). A todo ello, se le suma una atmósfera o milieu repleto de estresores como la ansiedad competitiva, la presión de los padres, la calidad de la relación entrenador-atleta y el equilibrio entre competición, estudios y ocio (Kovács et al., 2022). Días más tarde, y en respuesta a las personas que la acusaron de ser una quitter (lo que en español se podría traducir como “rajada”), Biles respondía lo siguiente:

He aguantado mucho en los últimos dos años. La palabra ‘quitter’ no está en mi vocabulario. Puede que algunos me definan así, pero que sigan hablando, porque no los oigo por encima de mis siete medallas olímpicas, que me convierten en la gimnasta más condecorada de la historia, así como la gimnasta americana más condecorada.7


Esta declaración manifiesta la complicidad de la propia Simone Biles con la glorificación del éxito y la degradación de la derrota: cuando se contrapone esta declaración (“no les oigo por encima de mis siete medallas”) con la anterior (“Tengo que concentrarme en mi salud mental”) se observa claramente una tensión bipolar entre la necesidad de proteger al yo-ganador (apuntalado con las siete medallas) y el gesto aparentemente innecesario y paradójico de rechazar frontalmente toda identificación con la quitter: quien se rinde, quien abandona, quien prefiere abandonar antes de continuar a cualquier precio. ¿Por qué decir que dejarlo no forma parte de su vocabulario en vez de decir que dejarlo debe formar parte de todos los vocabularios?

En la primera declaración, Biles cede a la pulsión de la autoconservación frente a las expectativas superyoicas y sociales depositadas en el sujeto ganador. En la declaración posterior, sin embargo, Biles apuntala el yo-ganador como el único sujeto que tiene derecho a retirarse: su dignidad no reposa ya en la decisión de cuidar su salud mental, sino en su estatus de ganadora indiscutible. Mientras la voluntad de autoconservación hace posible la empatía igualitaria bajo la forma del “yo-también he tenido que retirarme para protegerme”, la autoafirmación del ego-ganador imposibilita esa misma empatía, porque ubica al sujeto de forma solitaria en el lugar de la victoria: “solo-yo tengo derecho a retirarme”. Ambas respuestas arrastran consigo políticas de la subjetividad diametralmente opuestas.8

Ahora bien, si el caso de Simone Biles tiene un valor teórico para el estudio de las políticas de la subjetividad neoliberal es, precisamente, porque refleja la superposición tensional o agónica entre múltiples instancias: una atmósfera en el que confluyen las acciones y las expectativas de una pluralidad de sujetos (entrenadores, médicos, medios de comunicación, familiares, compañeras, etc.); un conjunto de actividades regladas física y discursivamente (gimnasio, barra, suelo, bola, aros, etc.); un régimen disciplinario en el que el tiempo y el espacio están definidos milimétricamente (horario de entrenamientos, nutrición, descanso, competición, etc.), y un cuerpo que habla, piensa, siente y habita dicho espacio-tiempo en primera persona (el flujo de pensamiento autoconsciente que debe dejar paso a las acciones). Todas las primeras instancias son perfectamente legibles bajo la óptica de los dispositivos disciplinarios que analizó Foucault en Vigilar y castigar. Sin embargo, consideramos que el último elemento, relativo a la psique privada de la atleta que habita y conduce el cuerpo competitivo, puede ser analizado con las herramientas del psicoanálisis sin condicionar la centralidad teórica del dispositivo.

Identificación por erotización: un trabajo infinito

Foucault denominó técnicas de sí a los: “procedimientos prescriptos a los individuos para fijar su identidad, mantenerla o transformarla en función de cierto número de fines, gracias a las relaciones de dominio de sí sobre uno mismo o de conocimiento de uno por sí mismo” (Foucault, 2002, p. 160). Lo que rechazó analizar, entre otras cosas, por recelos ante el carácter ahistórico del sujeto psicoanalítico, fue la forma en que la fijación de la identidad implica cierta política del deseo que, en Freud, aparece ligado a la identificación con el padre,9 y que en Lacan se reformula a través del estadio del espejo: el momento en que el niño se reconoce en el espejo y su cuerpo fragmentario se convierte en un cuerpo unificado.10

Lacan subraya que lo que obtiene el niño de la imagen no es tanto la imagen visual de sí mismo como una imago del yo: la silueta dentro de la cual circularán todas las imágenes con las que el sujeto se unifica su pluralidad imaginaria. La conciencia, afirma: “encadena los desconocimientos constitutivos del yo la ilusión de autonomía en que se confía” (Lacan, 1998, p. 104). A estas imágenes unificadoras, pero siempre fallidas, Lacan las denomina identidades secundarias. Tanto en Freud como en Lacan, identificación y erotización son dos procesos que no siempre se distinguen11 y, en este sentido específico, permiten analizar el trabajo de identificación-erotización cuyo producto es la invención del yo-ganador: la imagen que debe ser asimilada e interiorizada para poder ser perseguida.

Este fenómeno, lejos de ser extraño, es ubicuo: la identificación mimética de los niños con jugadores de fútbol, así como la repetición de los gestos que realizan en la celebración de los goles, refleja claramente cómo el medio brinda las imágenes con las cuales los sujetos se identifican de forma muy temprana. A través de la publicidad, la televisión, internet, el milieu neoliberal bombardea al público con imágenes de ídolos que los niños mimetizan mucho antes de entender el sacrificio y el azar implícito en la posibilidad de llegar a ser deportistas de élite. En todo caso, el deseo por las camisetas con los nombres de ídolos refleja claramente lo que Freud denominó el narcisismo secundario (Freud, 2014): el tipo de identificación que va del objeto al sujeto (de la camiseta al niño que lo imita). En el caso único de Biles (quien ha logrado ser la atleta más condecorada de la historia), la identificación que va desde el objeto “medallas de oro” al ego de la medallista.12 Esta relación antropológica concreta queda, sin embargo, indeterminada en la niebla analítica del dispositivo. Ante la pregunta, “¿qué rol juega el trabajo de autoerotización en la elección o rechazo de ciertas técnicas de sí?”, el dispositivo foucaultiano guarda silencio, pero el dispositivo neoliberal no deja de ofrecer al sujeto todo un abanico de imágenes con las que autoerotizarse para lograr su sometimiento ambiental a un régimen de producción determinado.

Para Lacan (1998), quien piensa el narcisismo desde el estadio del espejo, el anudamiento entre lo real, lo simbólico y lo imaginario exige, para el sujeto-ganador, un esfuerzo agónico por inacabable. Donde la imagen unifica, el estrés, la ansiedad y el miedo desintegran: twisties, balkings, headcasings, todas ellas palabras que nombran la desconcentración frente a la concentración, el fracaso frente a la ejecución perfecta del movimiento. Un miedo que no ceja (y esto es lo que nos enseña el caso Simone Biles) por muchas victorias que se encadenen, precisamente, porque el proceso de autoerotización está de antemano condenado a ser parcial, incompleto e imperfecto. Ante la pregunta, ‘¿cuántas medallas de oro son suficientes para poder rendirse?’, el caso de Simone Biles responde: “infinitas”.

El dispositivo narcisista y el sujeto neoliberal: la agonía del competidor

En la naturaleza infinita de la autoerotización, el poder neoliberal ha encontrado petróleo psicológico; la fuente inagotable de energía libidinal que los sujetos entregan voluntariamente gracias a la imagen social de que dicha entrega es reflexiva: la inversión permanente del sujeto en su propio capital humano. En La nueva razón del mundo (2013) Christian Laval y Pierre Dardot dedican valiosas páginas al estudio de este problema. Concretamente, señalan que la razón neoliberal, cuando construye una sociedad de mercado: “apunta a introducir, a restablecer o sostener dimensiones de rivalidad en la acción, y más fundamentalmente, a modelar a los sujetos para hacer de ellos emprendedores capaces de aprovechar las oportunidades de ganancia, dispuestos a comprometerse en el proceso permanente de la competencia” (2013, p. 136).

Esa rivalidad sostenida se comporta como un diferencial extractivo de energía psicosomática: una relación donde los cuerpos están forzados a superarse, a competir con ellos mismos, a dar siempre más de sí. El mercado, como conjunto que engloba todos estos escenarios productivos, produce subjetividad; acostumbra a los sujetos a ese ejercicio. Para hacerlo, se apoya en la burocracia estatal que instala la meritocracia en todas las fases formativas del sujeto. En esas fases, el niño que antes imitaba la imagen del mejor va comprendiendo los costes reales de encarnar dicha imagen.

Esta tesis constituye una de las ideas centrales de Richard Sennet, publicadas en su obra de 1977, Narcisismo y cultura moderna, quien nos ofrece una imagen clara de cómo el circuito disciplinario se comporta no solo como un dispositivo de inscripción de los cuerpos (Foucault, 1975), sino también como un dispositivo de extracción y canalización del deseo:


Las estructuras burocráticas a gran escala funcionan en un sistema de recompensas prometidas basadas en el supuesto talento, la afabilidad personal y el carácter oral del empleado que trabaja. Así, la recompensa llega a estar ligada al ejercicio de la capacidad personal; y el fracaso de no ganar la recompensa –de hecho, una necesidad sistemática dado que las grandes burocracias son agudas pirámides– es interpretado por quienes se encuentran en las posiciones medias más bajas cada vez más como un fracaso en su condición de merecedores de recompensa en virtud de sus personalidades. (Sennet y Cobb, 1972, p. 54)


Esta idea no solo no ha perdido vigencia cincuenta años después. Por el contrario, se ha generalizado y extendido gracias a la mediación de los dispositivos tecnológicos que han permitido la cuantificación de la rivalidad a través de redes sociales que miden el número de amigos y seguidores, (FB, Instagram, X, TikTok), el número de matches (Tinder, Greender), el número de visitas a tu perfil laboral (Linkedin) o el interés que generan tus investigaciones (Academia.edu). Estos ejemplos virtuales no deben ensombrecer la importancia de los dispositivos arquitectónicos urbanos que, según Fehrat Taylan, definen el poder interventor del neoliberalismo en la acción de los sujetos. En Environmental Interventionism: a Neoliberal Strategy (2013), Taylan subraya la diferencia entre el dejar hacer liberal y el intervencionismo neoliberal del siguiente modo: mientras que para el liberalismo el individuo era un átomo de libertad irreductible, el competidor neoliberal es un hombre “eminentemente gobernable” a través de una política ambiental. En el milieu neoliberal, el sujeto:


Ya no es el átomo de la libertad, el ser natural de interés que debe ser tomado como punto de referencia para la acción gubernamental. Aparece ahora como una figura cuyo comportamiento económico puede ser modificado a través de lo que Foucault llama “acción ambiental”, entendiéndose el término no en el sentido de acción del Ministerio de Medio Ambiente, sino en el sentido de alteraciones hechas al medio ambiente de un actor económico para producir efectos específicos sobre él. Así, de ser el socio intangible del laissez-faire, el homo oeconimicus se convierte ahora en el correlato de una gubernamentalidad que actuará sobre el medio ambiente y modificará sistemáticamente sus variables. (Taylan, 2013, p. 1)


La práctica expuesta distingue los dispositivos psico-ambientales del neoliberalismo norteamericano de otros neoliberalismos, como el alemán, donde la defensa de lo biológico desempeñaba un rol estructural contra los efectos de la competencia y el libre mercado (Foucault, 2009, p. 240). Al poner el acento económico en la elección individual, la dimensión biológica de la población como problema político desaparece. En el marco del neoliberalismo que comunica a figuras como Reagan, Thatcher y Pinochet, el problema es extraer el máximo de energía de trabajo y disminuir al mínimo la capacidad asociativa del sujeto mediante ambientes en los que este ya no se comprenda como beneficiario de prestaciones sociales, sino como productor individual de prestaciones mercantiles (esta era la agenda de Thatcher). La sustitución de los servicios educativos y sanitarios gratuitos por sistemas de crédito en países como Estados Unidos, Inglaterra o Chile (y cuyo modelo todavía amenaza con expandirse al resto del mundo) son solo un ejemplo de este giro ambiental del poder neoliberal que, desde la década de 1980, ha ido permeando tanto el espacio de la empresa privada como la lógica de la contabilidad y la evaluación de méritos en la administración pública.

Otro ejemplo que ilustra la metástasis de la lógica competitiva orientada al incremento de la productividad es la evolución del trabajo académico, donde la importancia de ser citado y seguido fomenta la ansiedad y la rivalidad a lo largo de etapas consideradas tradicionalmente como formativas.13 Un estudio publicado en 2018 en Nature Biotechnology mostraba que los doctorandos estadounidenses son “seis veces más propensos a desarrollar ansiedad o depresión en comparación con la población general” (Evans et al., 2018). Esta es la cara B del narcisismo: cuanto mayor es el sacrificio personal y psicológico realizado por el sujeto para cumplir las expectativas del yo-ganador, mayor es el ensimismamiento y el riesgo de depresión vinculado a lo que, primero Sennet, y luego Byung-Chul Han, identifican con el agotamiento del sujeto consigo mismo (Sennet, 1977; Han, 2014a; 2014b).

El filósofo Byung-Chul Han no hace otra cosa que retomar el argumento defendido por Sennet: la indistinción entre el yo y el mundo desemboca en un psicomorfismo donde todo lo que ofrece el mundo no es sino una continuidad infinita de un yo vaciado. La diferencia entre el mundo exterior y el interior desaparece. El resultado es la indiferencia y la decepción frente a cualquier novedad que se presenta como una repetición de lo mismo. En términos del propio Sennett: “Como la gratificación desde este exterior oceánico y sin límites nunca parece suficiente, el yo se siente vacío y muerto. El contenido evidente de un desorden del carácter es un no siento, el contenido narcisista es ‘el mundo me decepciona y por eso no siento’”. (Sennet, 1977, p. 52). En palabras de Han: “Enfermedades como la depresión y el síndrome del burnout son la expresión de una crisis profunda de la libertad. Son un signo patológico de que hoy la libertad se convierte, por diferentes vías, en coacción” (Han, 2014, p. 12). En otro lugar, Han condensa lo que considera el núcleo narcisista de la depresión bajo el régimen de autoexplotación neoliberal:


La depresión es, ante todo, una enfermedad narcisista. Conduce a la depresión una relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada. El sujeto narcisista-depresivo percibe tan solo el eco de sí mismo (...) Al final se ahoga en el propio yo, agotado y fatigado de sí mismo. Nuestra sociedad se hace hoy cada vez más narcisista. Redes sociales como Twitter o Facebook agudizan esta evolución, pues son medios narcisistas. (Han, 2014b, p. 89-90)


La relación entre competición, ansiedad y depresión explicaría en gran medida el auge de los antidepresivos y de los ansiolíticos en la sociedad neoliberal: si la adaptación competitiva exige la autoafirmación incesante en lugar de la búsqueda de la alteridad estimulante, el sujeto acaba inmerso en un mundo idéntico a su propia subjetividad. Es el signo de una política de la subjetividad que exige a los propios sujetos un trabajo de autoerotización narcisista y deprimente que no solo se basan en la autoexplotación, sino también, como señala Laura Quintana frente al argumento que expone Han en La sociedad del cansancio, en la instrumentalización de los otros (Quintana, 2021; Han, 2012).14

El problema, o el límite interno de las lecturas que enfatizan exclusivamente la acción del poder neoliberal sobre el sujeto, es que se pierde de vista el rol que desempeña la libertad en relación con la resistencia o aceptación de una relación de gobierno; una libertad que, según Foucault, está necesariamente implícita en la relación de la acción del sujeto con la acción del poder. Según Han, lo característico del poder neoliberal sería la imposibilidad de la resistencia y la sustitución de una libertad genuina por una experiencia falsificada de libertad (Han, 2012). Según Laval y Dardot, el proceso de formación de sí del sujeto neoliberal se agota en la esfera económica, mercantil y empresarial (Laval y Dardot, 2013, p. 147-156). En el caso de Han, el problema de la libertad es eludido, no resuelto, mediante la tesis de que el poder neoliberal no admite resistencia. En el diagnóstico de Laval y Dardot, y en esto coincide con el de Wendy Brown,15 la absolutización de la racionalidad económica como configuradora del sujeto neoliberal eclipsa la importancia de la matriz teológico-deportiva del ejercicio de la libertad neoliberal. Nuestra hipótesis, convergente con la de Villacañas Berlanga, es que el elemento teológico implícito en la estructura deportiva del neoliberalismo explica simultáneamente la libertad con la que el sujeto neoliberal se integra al juego del dispositivo, y el autoritarismo con el que vigila, juzga y castiga al yo-perdedor.

Y este elemento teológico-autoritario es el que nos sitúa ante el infierno de los perdedores: el hecho de habitar un espacio social en el que nadie quiere verse a sí mismo. Tal espacio constituye el margen externo del deseo social. Un espacio cercado por la capacidad de repulsión de quienes están en condiciones simbólicas, estéticas y materiales de participar del juego de la competencia. Tanto en la topología del sujeto (tensionada por la autoridad del yo-ganador sobre el perdedor-abyecto) como en la topología de la sociedad estratificada (dividida entre ganadores y perdedores del juego económico), el narcisismo que emerge en la relación competitiva es necesariamente autoritario y profundamente religioso: su autoafirmación exige la conservación de una jerarquía ontológica entre los ganadores y los perdedores en cuyo interior es preciso formar parte del conjunto ganador para ser alguien. Porque ser “alguien” exige que exista el infierno homogéneo de los “nadie” para poder afirmarse.

La agonía de los perdedores: autoritarismo y teología deportiva

Según Adorno, Frenkel-Brunswick, Levinson y Sanford, la personalidad autoritaria se caracteriza por la relación entre un superego y un ego; un superego estricto y fuerte que controla un ego más débil.16 Esta relación de control entre dos superegos, en los que uno se somete al dictado del otro, converge con la relación autoritaria que subordina al yo-perdedor frente a la autoridad del yo-ganador en el seno de la relación narcisista-autoritaria, pues es el narcisismo el que eleva un extremo y el autoritarismo el que mantiene al otro en un estado de sumisión. El patrón básico de la “personalidad autoritaria”, leemos en las conclusiones, venía a mostrar, atendiendo a las características de la familia burguesa de mitad del siglo XX:


Una relación padre-hijo, de carácter fundamentalmente jerárquico, autoritario y explotador, puede derivar en una actitud de dependencia, explotación y deseo de dominio respecto a la pareja o a Dios, y puede culminar en una filosofía política y una perspectiva social que sólo dé cabida a un desesperado aferramiento a lo que parece fuerte y un desdeñoso rechazo de todo lo relegado a posiciones inferiores. (Levinson et al., 2006, p. 195)


La pérdida de las autoridades familiares –y la crisis de legitimidad del patriarcado– ya fue asociada por Horkheimer y Adorno en la década de 1930 con la pérdida de puntos seguros para orientarse e identificarse. Como señalan Gandesha y Heras en De la personalidad autoritaria a la personalidad neoliberal:


Esta debilidad relativa del ego en relación al superyó externo (“social” y anónimo) lleva a una excesiva obediencia en las autoridades externas. Pero para que esto sea soportable, a su vez, el individuo (el tipo personalidad autoritaria) tiene que generar una agresividad fuerte con aquellos que son socialmente más débiles. Es por ello que esta personalidad también puede llamarse sado-masoquista; es sádicamente cruel y potencialmente violento para con los débiles y masoquistamente auto-subordinado al poderoso. (Gandesha y Heras, 2017, p.13)


Esta agresividad “fuerte” con aquellos que son socialmente más débiles es otro de los rasgos elementales del autoritarismo implícito en el narcisismo autoritario. Pero la tesis de la personalidad autoritaria estaba ligada a las premisas del psicoanálisis freudiano, aquellas que asocian el desarrollo normativo del ego se realice en confrontación exclusiva y excluyente con el padre. Jessica Benjamin denunció que esta premisa introduce un elemento patriarcal evidente en la media en que oculta el rol de otras figuras, como la madre o los familiares, en el desarrollo normativo del ego (Benjamin, 1978). Pero no es necesario esencializar el rol del padre para identificar que la constitución del sujeto neoliberal ya no puede encontrar en el entorno familiar una referencia válida para su autoafirmación libidinal. Con una excepción: que sus padres sean percibidos como ganadores en la competición capitalista. Esto explica que este trabajo haya preferido apoyarse en la noción lacaniana de identidad secundaria que en la figura del padre en Freud: a pesar de que el término patriarcado asocia el poder a la figura del padre, el patriarcado no se entrelaza con la sociedad neoliberal desde la figura tradicional del padre, sino desde la figura del ganador como figura de autoridad, lo cual es radicalmente distinto. La autoridad atribuida al hecho de “ser padre”, presente en la estructura política de la familia religiosa y monoteísta (ya fuese católica-romana, protestante, musulmana, o judía-ortodoxa), lleva décadas en crisis.

Merece la pena recordar que, para Adorno, el apoyo de las masas a la figura de un dictador fascista nunca fue una prolongación del poder patriarcal como una crisis de la autonomía económica y material de las familias en las que residía dicho poder paternalista.17 El único padre cuya autoridad no se ha visto radicalmente trastocada es el padre verificado por la competencia mercantil: el padre empresario, el padre CEO o magnate, tal y como ha sido representado en la serie Sucesión, dirigida por Jesse Amstrong y protagonizada por Brian Cox, y televisado en la cadena HBO. Para entender la forma en que el poder neoliberal se yergue sobre un infierno de don-nadies, como los rascacielos de Manhattan sobre las barriadas del Bronx, Sucesión constituye una referencia audiovisual extremadamente clarificadora (Amstrong et al., 2018-2023).

Sucesión es el retrato autoritarismo neoliberal encarnado en la confusión de la relación padre-hijo con la de jefe-empleado. El personaje protagonista, Logan Roy, es un tirano deificado por su éxito profesional corporativo: un magnate hecho a sí mismo cuya característica principal es la de no poder perder. Logan Roy es un Dios del Olimpo corporativo, alguien que puede hacer lo que quiera porque nadie tiene el poder de hacerle pagar las consecuencias. Lo fascinante del personaje de Logan Roy es que sabe que, por su posición social, no puede ser el padre de sus hijos. Si, como dice Alejandro Zambra en su novela Poeta chileno (2020), “ser padre consiste en dejarse ganar hasta que la derrota es verdadera”, Logan Roy no puede dejarse ganar: si lo hiciese, sus hijos o usurpadores lo devorarían. Aterrorizados por la posibilidad de no ser nadie, cada hijo espera el turno para matar al padre para ocupar su posición: la única forma en la que podrían llegar a ser alguien. En efecto, Sucesión ofrece un retrato espectacular del orden neoliberal; la geografía política donde el “ganador” se eleva como la única figura capaz de suturar el vacío que han dejado las formas tradicionales de la autoridad.18 A su vez, la serie televisiva ilumina la matriz olímpica y religiosa del neoliberalismo, cristalizada en la emergencia de élites económicas exoneradas respecto de las obligaciones o deudas comunitarias. Desde la evasión fiscal masiva hasta el lanzamiento de prostitutas desde barcos, la familia Roy vive en el interior de un paraíso fiscal y moral donde el fraude, el homicidio involuntario o el asesinato aparecen como actos que no pueden llegar a salpicarles.

Esta reflexión sobre Sucesión permite criticar uno de los puntos ciegos del enfoque de Byung-Chul Han, quien rechaza que el capitalismo pueda dotarse de una estructura teológica. A su juicio, el capitalismo es solamente endeudador, mientras que la religión exige categorías de deuda (culpa) y desendeudamiento (perdón). Nuestro argumento, en línea con la tesis de Villacañas Berlanga, es que el capitalismo neoliberal sí tiene una matriz teológica y que, en consecuencia, es posible identificar disposiciones religiosas en los procesos de subjetivación neoliberal. Como veníamos anticipando desde la elección de Simone Biles, dicha matriz no puede ser otra que la del deporte. Eso le transfiere un problema específico a la gubernamentalidad neoliberal: “cómo motivar a que todo el mundo entrase en ese deporte”. Para ello, escribe Villacañas:


La dimensión deportiva tendría que formar parte de una concepción del mundo general de la vida humana. Aquí teología hace referencia a la racionalización exclusiva que parte de un único motivo elevado a tema central de la existencia. Para ello, resultaba imprescindible afinar y aplicar a la vida personal los elementos psíquicos que motivan al deportista en general a enrolarse en una carrera sin fin por superar récords y metas. Por supuesto, ese elemento psíquico fundamental es el goce. El motivo que se elevó a centro ético necesitado de racionalización fue la euforia del goce. (Villacañas, 2020, p. 109)


En términos del filósofo Byung-Chul Han, las técnicas psicopolíticas del neoliberalismo logran que el sujeto se explote a sí mismo bajo la creencia subjetiva de que está autorrealizándose (Han, 2014a). Bajo esta premisa, el filósofo surcoreano afirma: “en la libre competencia no se pone como libres a los individuos, sino que se pone como libre al capital”. (Han, 2014a). Pero la idea de que la competición neoliberal anula o falsifica la libertad del eclipsa la matriz teológico-deportiva que permea de principio a fin la teología deportiva del neoliberalismo. En palabras de Villacañas Berlanga:


Por supuesto, su base [la del neoliberalismo] es el darwinismo idealizado, sublimado y racionalizado a través de todas las herramientas modernas. La consecuencia es una cosmovisión que tiene todos los aspectos de una teología política, en el sentido de que genera una dualidad social, un sentido de salvación, una culpabilización de los fracasados, y una diferencia radical entre aquellos que gozan de vida plena y de vida precaria, con todo su sentido de elegidos y condenados. Su mayor éxito consiste en que han logrado traducir la desnuda competencia darwinista a racionalidad económica en el marco de una coacción competitiva construida como una segunda naturaleza a la que hay que adaptarse como esquema de necesidad. (Villacañas, 2020, p. 209)


Esta idea también pone en evidencia uno de los puntos ciegos de aquellas lecturas del neoliberalismo que, como Christian Laval, Pierre Dardot o Wendy Brown (2017), circunscriben la razón neoliberal a la esfera económica sin advertir sus ramificaciones teológicas. Por supuesto, el sujeto el sujeto neoliberal es un sujeto económico perpetuamente obligado a mejorar sus marcas, o un sujeto plusmarquista comprometido con su propia autosuperación. No solo un empresario de sí mismo, sino también un atleta de sí mismo. La cuestión es que dicho plusmarquismo se sostiene sobre la fe en la salvación mediada por la victoria y sobre el miedo al infierno de los perdedores. Luego, el sujeto neoliberal no solo es un atleta de sí mismo, sino también un creyente de sí mismo. Como muestra el caso Simone Biles, la euforia del goce tiene un contrapunto socio-político y teológico esencial: el terror ante el infierno del fracaso. Por ello, el hecho de que la figura del coach fuese trasladada del deporte al mundo empresarial y laboral por John Withmore señala algo importante.

Las técnicas que vuelven al sujeto adicto a la euforia de la victoria competitiva y temeroso de la mediocridad son tan importantes para la competición deportiva como para la económica: el ethos deportivo de la autosuperación y la autoevaluación incesante es tan adecuado para el deporte como para el comportamiento en todas las esferas de la sociedad neoliberal. Esto hace que la búsqueda de riqueza sea, en realidad, el medio para un fin que no es en sí mismo la riqueza. En términos de Donald Trump: “el dinero nunca fue una gran motivación para mí, excepto como una forma de mantener la reputación. La verdadera emoción está participar en el juego”.

A través de las emociones emerge una dimensión teológica en el interior de la meritocracia que explica por qué ésta es tan permeable y transversal a las clases sociales, por qué el neoliberalismo que promueve al sujeto infatigable también es, y en gran medida gracias al deporte de masas, una suerte de religión popular. La idolatría a los deportistas como Cristiano Ronaldo o Messi, no solo promueve la mímesis en millones de niños: llena y levanta estadios que son considerados templos por sus “fanáticos”; producen biografías escritas en primera persona por otras personas que los niños leen como hagiografías contemporáneas. Vidas ejemplares que definen paso a paso el sacrificio que antecede a la beatificación. Los mantras y las fórmulas proféticas del tipo “si quieres, puedes” o impossible is nothing revelan una actitud espiritual que refuerza la creencia en la predestinación a la victoria.19 No por casualidad, la firma de zapatillas más famosa del mundo lleva por nombre a la diosa griega de la Victoria.

A modo de conclusión: tomarse en serio la oferta de la religión neoliberal

Con el nombre de narcisismo autoritario hemos radiografiado la estructura del dispositivo neoliberal que entrelaza la disposición ética del sujeto neoliberal a fabricarse como sujeto ganador con las tecnologías de gobierno ambiental que encauzan esta disposición a través de escenarios de competencia económica. Por supuesto, se trata de un análisis parcial de la realidad neoliberal que debería ser completado con los sistemas de coerción material, directa o indirecta, que empujan al sujeto a participar de la competencia (Lazzarato, 2013; Waquant, 2020). Es decir, no todo sujeto que compite en el medioambiente neoliberal cree en la victoria como vehículo de salvación. Sin embargo, la efectividad de este dispositivo teológico-deportivo pone de relieve la productividad del nexo entre libertad y verdad implícito en la noción foucaultiana de gobierno como acción sobre las acciones de los otros. En palabras de Foucault: “Cuando se define el ejercicio del poder como un modo de acción sobre las acciones de los otros, cuando se caracterizan estas acciones por el «gobierno» de los hombres de los unos por los otros –en el sentido más amplio del término– se incluye un elemento importante: la libertad” (Foucault, 2007, p. 16).

El texto concluye que el juego de libertad implícito en el narcisismo autoritario tiene una raíz teológico-deportiva que es capaz de explicar la potencia hegemónica del neoliberalismo sin necesidad de recurrir al esquema de la libertad alienada subrepticiamente reintroducido por Byung-Chul Han en su análisis del poder neoliberal. Al mismo tiempo, la potencia subjetiva de las creencias del sujeto acerca del mundo y de sí mismo supera el “reduccionismo economicista” en el que incurren diagnósticos clásicos como el de Christian Laval y Pierre Dardot en La nueva razón del mundo, o el de Wendy Brown en su obra El pueblo sin atributos.

En la actualidad, tanto la victoria electoral de Javier Milei como la reciente reelección de Donald Trump han revitalizado la hipótesis de Villacañas, la cual no depende tanto de la eficacia de dispositivos como el Big Data como de una oferta de sentido existencial que no puede ser menospreciada desde el interior de esquemas paternalistas que convierten a sus seguidores en carne de fake news. A este tipo de convicción religiosa apeló el argentino Javier Milei con una de sus frases más célebres, “No viene a guiar corderos, vine a despertar leones”. Con esta reformulación de la expresión de Cristo “No vine a traer la paz, sino la espada”, Milei invitó a sus seguidores a sentirse parte de la comunidad de los leones, a romper sus lazos de solidaridad con los corderos y a aceptar su sacrificio junto al de sus instituciones. Donald Trump acusó a los demócratas de haber intervenido fraudulentamente el resultado de las elecciones por las que perdió frente a Joe Biden porque era imposible que “los ganadores” hubieran perdido. Su reelección ha puesto de manifiesto una gran resistencia comunitaria por parte de sus seguidores, quienes se han beneficiado de una caída en picado del apoyo electoral a la demócrata Kamala Harris.20 Como mostró el análisis de Peter Collet publicado por SkyNews, la demarcación entre ganadores y perdedores ha sido desde 2018 la distinción retórica que vertebra todo su discurso.21

Aunque hay muchos otros factores en juego, tanto la victoria de Milei como la reelección de Trump pone en evidencia que la potencia retórica de la dicotomía ganadores-perdedores radica en su potencia pragmático-religiosa, capaz de apelar a la búsqueda de salvación personal sin negar la realidad del mercado como milieu en el que se desenvuelve la lucha económica por la supervivencia. Este fenómeno contradice la esperanza de Steinbeck, expresada en Las Uvas de la Ira, donde la acumulación de promesas incumplidas por parte del capital engorda y cultiva el malestar y la ira social que, algún día, habría de volverse contra las élites. Lo que Steinbeck no pudo ver —o la razón por la cual la fórmula caricaturesca del pensamiento revolucionario “cuanto peor, mejor” nunca llega a cumplirse en el escenario de la competencia neoliberal— es la capacidad que tiene el discurso hegemónico para encauzar la ira no contra las élites, sino contra aquellos que, presuntamente, trampean el juego de la competencia impidiendo que la meritocracia revele la comunidad de los elegidos. De este modo, son los tramposos quienes impiden que la mano invisible del mercado señale a quien realmente merece ganar. Como fue advertido por el psicoanalista Paul Verhaeghe:


Nuestra sociedad constantemente proclama que cualquiera puede alcanzar el éxito si solamente tratan de hacerlo esforzándose lo suficiente, mientras, al mismo tiempo, refuerza el privilegio y pone cada vez más presión sobre los ciudadanos que ya están por demás exigidos y cansados. Un número creciente de gente comienza a fallar, se siente humillada, siente culpa y vergüenza. Permanentemente nos dicen que somos más libres hoy que nunca de elegir el curso de nuestras vidas, pero la elección por fuera de la narrativa del éxito está limitada. Además, los que fallan son vistos como perdedores o aprovechados del sistema de la seguridad social. (Verhaeghe, 2014; citado en Gandesha y Heras, 2017)


La imagen de los perdedores como aprovechados, parásitos y tramposos resulta permeable a todas las clases sociales. Sin embargo, la propia escisión material de las clases es ocultada por el psicomorfismo narcisista: nada en la miseria de lo real puede convencer al más miserable de los sujetos de que no es un elegido. Por ello, el narcisismo autoritario es un dispositivo de autogobierno religioso tan funcional para el orden neoliberal: pospone, ad infinitum, tanto la verificación como la falsación de la creencia del sujeto acerca de su propio destino de ganador. Desde este punto de vista, la adhesión a aquellos líderes mesiánicos que prometen garantizar el juego limpio del mercado capitalista y la mano dura contra los “mantenidos” del estado social constituye el icono o el arquetipo del narcisismo autoritario. Y es presumible que su aparición con distintas caras se repetirá hasta que el juego colapse.

Por ello, si tiene sentido identificar la fase neoliberal del capitalismo con la era dorada del narcisismo autoritario es porque ha logrado transformar el malestar en una promesa de salvación; la pobreza, en una prueba de fe; el mercado en un sujeto omnisciente capaz de reconocer y separar a los vencedores de los perdedores. De este modo, el “pueblo” que podría revelarse contra la injusticia estructural del mercado la resignifica como una ley de la moderna naturaleza, y la comunidad de los elegidos se moviliza como un rebaño de ganadores a los que es posible pastorear mediante la promesa de que su victoria y salvación les está esperando en el paraíso de la competencia perfecta.

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Fecha de recepción: 10 de abril de 2024

Fecha de aceptación: 12 de diciembre de 2024


DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v22i57.1169


  1. 1 Empleando la célebre herramienta foucaultiana, por dispositivo (del francés, dispositif) nos referimos a un dispositivo de gobierno. Este involucra un conjunto heterogéneo de elementos discursivos y no discursivos (prácticas y saberes) estratégicamente dispuestos para determinar el campo de acción de un sujeto con el objetivo de conducirlo (Foucault, 2008, pp. 115–116); y segundo, un conjunto de prácticas al que el sujeto se adhiere “libremente” como jugador de un juego que funcionan conforme a reglas de verdad y falsedad. El uso del término “(auto)gobierno” quiere dar a entender la bidireccionalidad de las relaciones gubernamentales en Foucault, las cuales refieren a la superficie de contacto entre las técnicas de gobierno de sí y de los otros.

  2. 2 La imagen del yo-ganador puede ser concebida como ideal superyoico para conducir la energía del ello en Freud, o como imago que entrelaza lo simbólico y lo imaginario como objeto de deseo inalcanzable, en Lacan. Como contraposición, la imagen del yo-perdedor debe quedar fijada en el lugar abyecto.

  3. 3 Un ejemplo ilustrativo de narcisismo autoritario como disposición ética es precisamente lo que vende en redes sociales el influencer español Amadeo Lladós (alias Lladós Fitness). Este influencer vende su propia imagen y su propio hábito como imago del yo-ganador, en contraposición al yo-fracasado, yo-pobre o “yo-panza”, la figura gordofóbica que ha popularizado el influencer como símbolo de la falta de compromiso y la falta de respeto hacia uno mismo. Contra el yo-fracasado, Amadeo Lladós comercializa una imagen estereotípica del ganador en el neoliberalismo, vídeos de “coaching” para motivar a seguir ese camino, y las técnicas de sí necesarias para alcanzar esa imagen.

  4. 4 La forma en que el milieu neoliberal determina el campo de acción del sujeto, y la forma en que el sujeto neoliberal actúa sobre sí mismo, no debe ser comprendido como una mera actitud o predisposición favorable a la competencia, sino como un trabajo de management del sujeto sobre sí, en el sentido de Marcela Zangaro (2011). Este trabajo de sí, muy estudiado en la psicología del deporte de alto rendimiento, implica todo un conjunto de requerimientos cognitivos análogos a los requerimientos deportivos: “la automotivación y la psicorregulación en relación con la eficacia de las acciones deportivas” (Ureña, 2003).

  5. 5 En una entrevista a New York Magazine, Simone Biles dijo: “Si te fijas en todo lo que he pasado en los últimos siete años, nunca debería haber formado parte de otro equipo olímpico. Debería haber renunciado mucho antes de Tokio, cuando Larry Nassar estuvo en los medios durante dos años. Era demasiado (...) Pero no iba a dejar que se llevara algo por lo que he trabajado desde que tenía seis años. No iba a dejar que me quitara esa alegría. Así que lo superé todo lo que mi mente y mi cuerpo me permitieron”. The Guardian (2020).

  6. 6 En estas declaraciones, publicadas en el diario BBC, se observa perfectamente la coincidencia de la acción ambiental (“lo que el mundo quiere que hagamos”) y la acción del sujeto sobre sí “tengo que concentrarme en mi salud mental”); el sujeto tensionado por dos instancias distintas, el imperativo ambiental de la victoria y la vulnerabilidad del sujeto a sus exigencias.

  7. 7 En el Tweet original: “I’ve pushed through so much the past couple years. The word ‘quitter’ is not in my vocabulary. For some of you, that may be how you define me, but keep talking, because I can’t hear you over my seven Olympic medals, which tied me for the most decorated gymnast EVER, as well as most decorated American gymnast”.

  8. 8 Ese sujeto que agoniza entre el mandato de la victoria (“debes ganar”) y el deseo de la derrota (“no puedo más”) es el mismo sujeto que habla en la novela de Salinger con la voz de una de sus protagonistas: “Estoy harta de ego, ego, ego. El mío y el de los demás. Estoy harta de que todo el mundo quiera llegar a alguna parte, hacer algo notable, ser alguien interesante. Es repugnante…, lo es, lo es”. (Salinger, 2011, p. 38). Lo que muestra Salinger es exactamente lo contrario a lo que expresa Biles: que el infierno no es perder, sino necesitar ganar para ser digno de valor social.

  9. 9 En Psicología de las masas y análisis del yo, Freud describe la identificación como: “la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona. Desempeña un importante papel en la prehistoria del complejo de Edipo. El niño manifiesta un particular interés hacia su padre, querría crecer y ser como él. Digamos simplemente, que toma al padre como su ideal” (Freud, 1976, p. 198).

  10. 10 Este acto refiere al fenómeno observable de autoidentificación del niño la primera vez que se reconoce en el espejo: “Este acto, en efecto, lejos de agotarse, como en el mono, en el control, una vez adquirido, de la inanidad de la imagen, rebota en seguida en el niño en una serie de gestos en los que experimenta lúdicamente la relación de los movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente reflejado, y de ese complejo virtual con la realidad que reproduce, o sea con su propio cuerpo y con las personas, incluso con los objetos que se encuentran junto a él” (Lacan, 2009, p. 99).

  11. 11 Como señala Dolors Arasanz: “Tras este desarrollo sobre la identificación, Freud pasa al enamoramiento y la hipnosis. Se trata de destacar que en un punto la identificación y el enamoramiento se confunden. En el estado de enamoramiento se produce el fenómeno de la sobreestimación sexual del objeto, Freud señala que se tiende así a la idealización, siendo el objeto tratado como el yo del sujeto” (Arasanz, 2019, p. 2).

  12. 12 La fragilidad de este ego-ganador, o su carácter artificioso, se refleja en las tres contradicciones performativas realizadas por Biles en su intento de ponerse a cubierto del poder corrosivo de lo abyecto: 1) Usar una palabra (“quitter”) que no está en tu vocabulario. 2) Responder a alguien a quien no puedes oír. 3) Añadir que eres “la mejor de Estados Unidos” una vez se ha afirmado que se es “la mejor de la historia”. Como si fuera un vacío que nunca se deja colmar completamente, el ego-ganador recurre de forma compulsiva a todas las imágenes con las que se autoidentifica, y apela a la verdad social de la medalla para invocar la verdad de su valor como atleta.

  13. 13 Fenómenos como el “síndrome del impostor” reflejan la necesidad y la imposibilidad del auto-erotismo en aquellas fases de la formación en los que el sujeto no goza de un reconocimiento institucional estable (Feenestra et al., 2020). Si pensamos este ejercicio a través de lo que Lacan denominó el estadio del espejo, observamos que esta búsqueda de reconocimiento social, lejos de ser caprichosa, es algo necesario para el apuntalamiento de una identidad secundaria que contrarreste la atracción por la abyección

  14. 14 Por ejemplo, la transformación de las relaciones sociales en net-working (definidas por la lógica que instituye al Otro como reflejo del propio capital social), expresan la instrumentalización del Otro para el apuntalamiento del yo-ganador durante la competencia. Mediante la cercanía a los sujetos mejor valorados, el yo-ganador se autoafirma. A la inversa, la cercanía con los sujetos peor valorados se convierte en un riesgo en el trabajo de autoerotización neoliberal. Conscientes de este imperativo estético-ambiental, quienes ocupan posiciones de prestigio detentan un poder relacional asimétrico y, en palabras de Pierre Bourdieu, profundamente proclive a relaciones autoritarias (Bourdieu, 2000a, p. 85).

  15. 15 El diagnóstico de Wendy Brown en El pueblo sin atributos (2017) enfatiza la definición de la razón neoliberal como portadora de un economicismo extremo o absoluto que fuerza la economización de todas las esferas de la vida social. Por ejemplo: “Las normas y los principios de la racionalidad neoliberal no dictan una política económica precisa sino que plantean formas novedosas de concebir el Estado, la sociedad, la economía y el sujeto y de relacionarse con ellos, a la vez que inaugura también una nueva «economización» de esferas y empresas previamente no económicas” (Brown, 2017, p. 61). Lo que no hace Brown es los elementos teológico-deportivos implícitos en la forma en que el neoliberalismo lleva a cabo la economización de todas las esferas de la vida social.

  16. 16 El problema del ego débil se remonta al trabajo de Horkheimer de 1930 (denominada Studien Über Authorität und Familie). Allí, Horkheimer recupera la problemática freudiana de la relación entre el complejo de Edipo y la autonomía psíquica del niño como resultado de la separación completa del padre. A diferencia de Freud, Horkheimer propone una lectura de la conquista de la autonomía como condición de posibilidad de un acto de oposición a las autoridades ilegítimas (Gandesha, 2017).

  17. 17 “La imagen del dictador fascista no es ya una imagen paternalista. Este hecho refleja el declive de la familia como unidad económica autosuficiente, independiente, en la actual fase del desarrollo social. Del mismo modo que el padre deja de ser el garante de la vida de su familia, así deja de representar psicológicamente un agente social superior” (Adorno, 2008, p. 37).

  18. 18 Respecto a esta debilidad, leemos en La personalidad autoritaria: “Apelar a la compasión cuando se trata de personas que experimentan un gran temor a ser identificados con la debilidad o el sufrimiento puede ser tan perjudicial como beneficioso” (Levinson et al., 2006, p. 197).

  19. 19 Tal y como señaló Freud en su Introducción al narcisismo de 1914, uno de los rasgos centrales del narcisismo es: “la sobrestimación del poder de sus deseos y de sus actos psíquicos, la «omnipotencia de los pensamientos», una fe en la virtud ensalmadora de las palabras y una técnica dirigida al mundo exterior, la «magia», que aparece como una aplicación consecuente de las premisas de la manía de grandeza” (Freud, 2014, p. 7).

  20. 20 En 2020, un total de 70.916.946 votaron a favor de Biden, que venció en las elecciones frente a los 74.223.975 votos que recibió Trump. En las elecciones de 2024, Trump recibió solamente un 3,6% más de votos (76.917.069) mientras que los demócratas perdieron un 8,4% al recibir 74.441.442. Esto muestra que la pérdida de votos en el partido demócrata ha jugado un papel más relevante que el aumento del apoyo popular a Trump.

  21. 21 En un vídeo publicado por SkyNews titulado “Winners vs Losers: Trump’s language analysed”, el experto en lenguaje Peter Collett (2018) examina el estilo de hablar del Presidente y por qué todo se reduce a ganar.

* Investigador Posdoctoral y docente en el Departamento de Filosofía y Sociedad de la Universidad Complutense de Madrid, España. Correo electrónico: acoronel@ucm.es

Volumen 22, número 57, enero-abril de 2025, pp. 491-518
ISSN versión electrónica: 2594-1917
ISSN versión impresa: 1870-0063