DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v22i57.1172
Sobre la verdad y algunos enredos
Carlos Pereda*
Hurtado, G. (2024). Biografía de la verdad. México: Siglo XXI, UNAM.
A veces se afirma que vivimos en mundos asediados por la posverdad. En ocasiones se es todavía más escandaloso –suponiendo que ello es posible–, y se agrega que estamos secuestrados por sociedades de la información que sólo confunden. Al mismo tiempo se califica que nuestra mente se encuentra constituida por noticias falsas, cuando no por engaños, y hasta por una red compacta de mentiras que ha convertido este mundo cruel en una caverna construida por enredados laberintos. Laberintos: corredores en los que la gente inevitablemente se pierde, porque son corredores que desembocan en otros corredores que, a su vez, conducen a oscuros corredores que confunden… y construyen una caverna de donde no se puede salir.
Guillermo Hurtado descree de tales afirmaciones escandalosas. En contra de esos insultos a lo que somos y a las sociedades que nos tocaron habitar, como terapia Hurtado propone en su libro Biografía de la verdad reexaminar con cuidado “el papel de la verdad en nuestra vida” (p. 11).
Para discutir ese valeroso reexamen ofreceré dos argumentos que, si los comprendo bien, no constituyen críticas radicales, ni mucho menos, sino más bien matices a algunas de sus posiciones. Por eso, los llamaré “argumentos matizadores”.
I
Mi primer argumento matizador distingue entre verdad y valor. Sin embargo, un poco antes, tomo como punto de partida afirmaciones de Hurtado. Considero como él que cuando se pregunta qué es la verdad es inevitable reiterar la intuición aristotélica. Si no me equivoco, es la intuición que compartimos en la vida cotidiana: “la verdad es decir de lo que es que es, y de lo que no es que no es (Metafísica, IV 7, 1011 b 25-29)” (p. 16). Como apunta Hurtado: “ni el césped ni la nieve son verdaderos, lo que puede ser verdadero es lo que se dice de ellos: que el césped es verde o que la nieve es blanca” (p. 21). A lo largo de los siglos se ha retomado esa intuición y se la ha teorizado de numerosas maneras e incluso de maneras harto diferentes. En el siglo XX, famosamente Tarski propuso rescatar la intuición aristotélica con teoremas de la forma:
“S” es verdadera si y sólo si S
Y la siguiente es una instanciación de esa fórmula:
|“La nieve es blanca” si y sólo si la nieve es blanca.
Donald Davidson extendió la teoría de Tarski a los lenguajes naturales y, anota Hurtado, propuso que era posible formular una teoría del significado de esos lenguajes “que tuviera como núcleo una teoría tarskiana de la verdad” (p. 31). No entraré en las complicadas discusiones especulativas y técnicas que se desataron a partir de estas propuestas. Sólo quiero defender que frente a la pregunta qué es la verdad el único tipo de respuesta, insisto el único tipo de respuesta que considero razonable se encuentra en algunas de las variaciones de esta compleja tradición, a la que llamaré “la tradición realista”.
Sin embargo, ha habido oponentes. A veces Hurtado parece tender a contraponer la teoría realista de la verdad a las teorías coherentistas y pragmatistas. Es un error común que con frecuencia cometen los propios coherentistas y pragmatistas. Porque, si se apela a un principio mínimo de caridad, hay que indicar: no estamos ante una oposición entre teorías –que además suelen calificarse de “revisionistas”– sino ante cambios de preguntas. Al coherentismo y al pragmatismo, si se es razonable, se los debe comprender como respuestas a tipos muy diferentes de preguntas que la pregunta “¿qué es la verdad?”.
¿En qué sentido?
Una razonable teoría coherentista de la verdad es una respuesta a un tipo de preguntas como: “¿con qué buenos criterios contamos para evaluar verdades?” Frente a una pregunta como ésta vale la pena responder: la coherencia entre las creencias es una virtud epistémica básica para juzgar, aunque en ocasiones no baste, y hasta encontremos conflictos entre las diversas virtudes epistémicas.
A su vez, una razonable teoría pragmatista de la verdad es una respuesta a un tipo de preguntas como: “¿cuáles son las consecuencias de disponer de creencias verdaderas?” “¿Qué valor tiene ese disponer?” En este caso surgen dificultades porque la palabra “consecuencias” se dice de muchas maneras, de tantas maneras que es posible trazar una larga línea en uno de cuyos polos se encuentren consecuencias como el placer inmediato para un individuo –un placer que puede provenir de drogas que matan– y en el otro polo consecuencias con valor epistémico o con valores morales y políticos que no poca gente considera, con razón, como centrales a cualquier sociedad, y a cualquier vida humana.
Por eso, creo distanciarme un poco de Hurtado si él considera que la intuición aristotélica y la intuición platónica, que verdad y valor, pues, poseen algo así como estatutos paralelos, o propiedades internamente vinculables sin más, en el sentido en que, como señala Hurtado “al responder que la verdad es un modo del bien establecemos que su realidad se mide por su valor” (p. 38). Tiendo a pensar que las relaciones entre verdad y valor no son de simple compatibilidad sino de muchas y variadas clases, clases positivas pero también negativas, y según los contextos de algunas situaciones –solo de algunas situaciones–, de presuposición necesaria. ¿Por qué lo afirmo?
Los ejemplos suelen servir de buenas herramientas no sólo para aclarar, sino también como flechas que indican dimensiones desatendidas de una discusión. Investiguemos, pues, un ejemplo de Hurtado: las circunstancias que padecen los prisioneros que ven sombras engañosas en la caverna, tal como se narra en el libro VII de La República. Cito un fragmento de la exposición de Hurtado:
Los prisioneros creen que esas sombras son todo lo que existe. Como siempre ven las mismas figuras proyectadas sobre el muro. [Pero…] un prisionero logra liberarse de sus cadenas y descubre el engaño. (p. 39)
Se trata, por supuesto, de una alegoría sobre nuestras sociedades como teatros de sombras. Si lo son, esos teatros lo son cuando se encuentran constituidos por la doxa (las opiniones) y poco más. Cuidado: otra propiedad de los ejemplos es su efecto productor, pues cada ejemplo suele suscitar otros ejemplos. En este caso me permito prolongar la discusión del célebre ejemplo de la caverna platónica con una situación cotidiana muy cerca de nosotros:
Estamos apoltronados y atontados viendo la televisión. Es el programa “La hora de opinar”. Creemos que aquello a que se hace referencia en las opiniones vertidas es verdad. Pero alguien se pone de pie, apaga el televisor, miramos un rato en varias direcciones, leemos un poco, reflexionamos y se descubre el engaño.
En ambas versiones de la alegoría lo que ven y escuchan los prisioneros y quienes, presas de una adicción muy moderna, se encuentran casi inmóviles absortos en la tele, no están viendo y escuchando lo que es que es, sino engañados, creen que lo que no es, es. Conceptualmente, pues, el descubrimiento del valor según la intuición platónica, en este caso presupone la verdad según la intuición aristotélica. Porque, notoriamente, las creencias falsas no suelen promover el buen actuar: no aconsejan a abandonar cavernas sino a quedarse ahí, Sin embargo, por desgracia, no pocas creencias verdaderas también nos conducen por caminos perversos. (Ya recordaba Kant que un asesino sabio o, al menos, inteligente y sabiondo es mucho más peligroso que un asesino ignorante o con pocos conocimientos.)
Por otra parte, respecto del segundo ejemplo, el de la tele, Platón puntualizaría: los programas de opinión no otorgan conocimientos. Porque no hay que pasar por alto la diferencia entre doxa (opinión) y episteme (saber).
II
Mi segundo argumento matizador gira en torno al capítulo III, una genealogía de la verdad. Hurtado señala:
Propondré una genealogía negativa de la verdad. Así como Villoro nos hizo ver que la injusticia nos resulta más cercana que la justicia, lo mismo se puede decir de la no-verdad en sus distintas modalidades. […] Lo que hay que subrayar ahora es que una genealogía negativa de la verdad nos habilita para aprehender mejor sus distintas modalidades porque las rutas de la no-verdad a la verdad son más de una. (p. 65)
Estoy en parte de acuerdo con Villoro y Hurtado. Una genealogía negativa, en general las vías negativas de pensar nos iluminan ámbitos, a la vez del valor y del no-valor o disvalor que el hábito de razonar siguiendo vías positivas suele ocultar o dejar de lado. Incluso abrazarse a una reflexión sólo de acuerdo con la vía positiva exhibe una paradoja o algo parecido a una paradoja. Porque de hecho en la historia la mayoría de la gente ha vivido y con frecuencia apenas continúa sobreviviendo en medio de falsedades e injusticias. Precisamente por eso a cualquiera de nosotras o nosotros nos es más fácil dar ejemplos concretos de multitud de falsedades e injusticias padecidas, que comprobar la presencia de algunas verdades o agradecer actos justos.
No obstante, no considero que ambas vías de pensamiento y, por lo tanto, que la genealogía negativa y la genealogía positiva, se puedan llevar a cabo con completa independencia entre sí.1 Por el contrario, pienso que entre ambos caminos del pensamiento implícita o explícitamente sus interdependencias producen constantes interacciones. O, si se quiere usar una palabra más pomposa y, por eso, más temible, inevitablemente enfrenamos una dialéctica entre ambas vías de pensar.
Más todavía, en una pura vía negativa no se sabría con qué razones evaluar lo que se considera negativo; de modo similar a como ciertas puras resistencias tarde o temprano pierden su valor y, antes todavía, su sentido.
De seguro he sido algo injusto al discutir con tanta rapidez unos pocos aspectos de esta Biografía de la verdad. Se conoce: cuando se discute en serio se llevan a cabo experimentos: al menos nos tentamos con sugerencias que invitan a caminar por otro lado. Pero precisamente por eso habría que proseguir leyendo esta Biografía de la verdad. Porque este libro contiene numerosas y sutiles observaciones y no pocos razonamientos de la mayor importancia.
DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v22i57.1172
1 Sobre las relaciones entre la vía positiva y la vía negativa de pensar, cfr. mi prólogo al Diccionario de injusticias. México de 2022.
* Investigador Emérito del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, México e Investigador Nacional del SNI Nivel III. Correo electrónico: jcarlos@filosoficas.unam.mx
Volumen 22, número 57, enero-abril de 2025, pp. 537-542
ISSN versión electrónica: 2594-1917
ISSN versión impresa: 1870-0063