DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v22i58.1201


Por una democracia social mexicana


Alonso Solís Sillas*


Ortiz, S. (2023). Democracia y capitalismo: entre la socialdemocracia y el neoliberalismo. Ciudad de México: Gedisa-UACM.



“La democracia se encuentra en cuarentena”, escribe Sergio Ortiz Leroux en la Introducción general de su libro más reciente, Democracia y capitalismo: entre la socialdemocracia y el neoliberalismo:


Su “encierro obligado e inesperado” ha puesto al descubierto que sus otrora años de florecimiento y germinal esplendor parece que quedaron enterrados en un pasado inexpugnable. Poco queda del sueño liberador de las transiciones democráticas experimentadas en América Latina (Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, etcétera) y México, a finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado, y de los renovados esfuerzos de instauración y consolidación democráticos de la década de los noventa. Las nuevas generaciones de jóvenes, nacidas a finales del siglo XX y principios del XXI, no demuestran demasiado interés o suficiente empatía con las instituciones, reglas, valores y códigos democráticos. (p. 13)


Nuestra época se caracteriza por el resurgimiento de líderes políticos fuertes, autoritarios, autocráticos o populistas: lo mismo en Polonia, Hungría y Turquía, que en Brasil, Estados Unidos o Italia, aparecen movimientos, partidos y actores que pretenden atentar contra la justicia social y las instituciones democráticas en nombre del “Pueblo”, la soberanía nacional o incluso “el libre mercado” (pienso aquí en el antiestatismo libertario de Javier Milei). El populismo –o, si se prefiere, neopopulismo– es el desafío más serio para las democracias constitucionales contemporáneas. Este desafío no se limita a las democracias más débiles o precarias; incluso en los países de cultura democrática más consolidada y arraigada históricamente, surgen líderes y movimientos poco comprometidos con las normas básicas de la civilidad política y las instituciones y prácticas de la democracia liberal.

¿Cómo llegamos aquí? ¿Por qué pasamos, en tan poco tiempo, del entusiasmo por la tercera ola democratizadora, el optimismo desbordado por la integración global de las economías, la expansión de las libertades y los derechos humanos en el mundo, a un periodo de profundo desencanto con la democracia constitucional, el liberalismo político y la globalización económica? Si el vicio de los historiadores es estar atrapados en el pasado, el vicio de los científicos de la política suele ser estar atrapados en el presente. Una de las virtudes del libro de Sergio Ortiz es que recurre a la historia para comprender el presente y sus vicisitudes. “El ensayo que el lector (…) tiene en sus manos (…) navegará a caballo entre los mares de la teoría política normativa y los océanos de la historia (política, económica e intelectual). Sospecho que los cultivadores de la teoría política no suelen (solemos) otorgarle la importancia debida a la historia, sus acontecimientos y sus actores. La suelen (solemos) pasar de largo y dejar a otros esa tarea” (p. 25).

Ortiz Leroux no es, pues, un politólogo atrapado en el presente. Por el contrario, busca comprender las raíces de nuestro malestar con la democracia, así como las causas de la ola populista y autoritaria que recorre buena parte del mundo, a través del estudio de la historia política e intelectual. Democracia y capitalismo narra una historia en la cual nosotros mismos somos los protagonistas. Por más individualistas que seamos, por más empeñados que estemos en perseguir nuestros propios proyectos y cultivar nuestro jardín privado, nadie vive al margen de la historia y sus vicisitudes. El hombre es un ser histórico. Los mexicanos, además, vivimos en una democracia, amenazada y frágil, que enfrenta numerosos déficits, retos y limitaciones, y que no ha escapado a la seducción del autoritarismo.

Apoyado tanto en la investigación histórica como en la teoría política, la respuesta de Ortiz Leroux para explicar por qué y cómo llegamos aquí se encuentra en la actual relación de desequilibrio entre la política y la economía, el Estado y el mercado, la democracia y el capitalismo. Concluida la Segunda Guerra Mundial, en muchos países de Occidente, las élites económicas y políticas, junto con las clases trabajadoras y los sectores populares, lograron articular un nuevo pacto social centrado en un modelo político-económico socialdemócrata. La virtud de dicho pacto, modelo y momento de la historia contemporánea, fue haber atenuado significativamente la desigualdad socioeconómica y la pobreza, sin por ello generar crisis económicas recurrentes, desintegración social o conflictividad política radical. Es el momento del siglo XX que algunos historiadores llaman “la treintena gloriosa” o “los treinta dorados”: los años transcurridos entre 1945, año en que termina la guerra, y 1975, época en que el modelo económico y social comienza a mostrar desgastes y fisuras.

Hace mucho que el Estado de bienestar llegó a su fin. Pero durante sus treinta años de vida los países de la Europa occidental tuvieron un enorme desarrollo social y económico; las clases medias se expandieron y consolidaron, y los servicios educativos, la salud pública y la seguridad social se garantizaron de manera universal. Durante el momento socialdemócrata de la historia, señala Ortiz Leroux, la política democrática controlaba los excesos de la economía de libre mercado y hubo un orden político y social igualitario y justo. El capitalismo fue domesticado gracias al pacto socialdemócrata entre las élites y las clases trabajadoras. Hay estudiosos que sostienen que los Estados de bienestar europeos de la segunda posguerra desarrollaron las sociedades más igualitarias de la historia.

Sin embargo, el pacto socialdemócrata fue víctima tanto de su propio éxito como de la única constante de la historia: el azar. Sucesos como la guerra de Yom Kipur provocaron una subida de los precios del petróleo, que a su vez generó una espiral de déficits en muchos rubros económicos, lo cual condujo a una crisis económica generalizada de los Estados de bienestar. Las clases trabajadoras mejoraron tanto sus condiciones de vida que empezaron a virar hacia posiciones políticas de centro; se generaron desbalances entre el campo y la ciudad; se instaló hondamente en la sociedad el ideal del consumo como forma de vida, y surgieron numerosos problemas medioambientales: todos estos fenómenos son minuciosamente explicados por Ortiz Leroux.

Lo que se instala después de la crisis de los Estados de bienestar en los años setenta de manera paulatina en Europa, Estados Unidos y algunos países latinoamericanos, es un nuevo modelo de gestión de la sociedad y de la economía que llamamos neoliberalismo. Es un modelo que, en términos generales, implica la centralidad del libre mercado, “la desregulación económica y las políticas de privatización de servicios y bienes públicos” (p. 69). La sociedad neoliberal es diferente a las sociedades liberales clásicas del siglo XIX.


El ideario neoliberal se distingue por la idea general de que el mercado es un mecanismo para procesar información que, mediante el sistema de precios basado en la ley de la oferta y la demanda, permite conocer qué quieren los consumidores, qué se puede producir, cuándo hay que producirlo, dónde hay que producir y cuánto cuesta hacerlo (…) El programa neoliberal mantiene la idea de la superioridad técnica, moral y lógica de lo privado sobre lo público (…) –y– se caracteriza por la idea de que los individuos (…) están inclinados a perseguir su propio interés, y que por eso quieren siempre obtener el mayor beneficio al menor costo posible. (p. 71)


El modelo neoliberal que se implantó con éxito hacia los años ochenta hoy está en crisis, pero tuvo en su momento de esplendor no pocas ventajas y virtudes. Condujo a mayor crecimiento y desarrollo económico, generó una economía mundial abierta que integró a los países del mundo, potenció la creatividad tecnológica y los derechos individuales. Los arquitectos de la revolución neoliberal, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, se enfrentaron valerosamente a la Unión Soviética, que había erigido un aparato de dominación totalitario. No obstante, ya desde los primeros años del siglo XXI, y de manera más clara desde la crisis financiera global del 2008, el modelo neoliberal ha mostrado síntomas profundos de desgaste y decadencia. La desigualdad económica ha crecido en gran parte del mundo, así como los niveles de injusticia social. Los desequilibrios económicos causados por un capitalismo salvaje y excesivamente desregulado, los efectos indeseados de la globalización económica, el poderío de los imperios financieros y las empresas transnacionales, la polarización política, el individualismo atomista, el consumismo desbocado, la ética del hedonismo y la gratificación instantánea, la crisis medioambiental o la erosión de las clases medias, son algunos de los síntomas más palpables del fracaso del modelo neoliberal de sociedad. Este es el tema de nuestro tiempo. ¿Cómo afrontar estos problemas? ¿Qué hacer? ¿Queda alguna alternativa?

No es tarea del teórico político o del intelectual decirnos qué hacer en una situación específica: nadie puede pensar por nuestra cuenta y nada puede sustituir la necesidad de la acción pública, de la praxis política y moral creativa e inteligente. El teórico no es un profeta. Pero sí nos puede proveer cierta orientación, cierta iluminación. Ortiz Leroux provee una orientación general e iluminación para estos tiempos oscuros. Está convencido de que la alternativa más viable para enfrentar los problemas de la sociedad neoliberal, para salir de la crisis de la democracia liberal contemporánea, no es el populismo autoritario y demagógico, ni el libertarianismo (o libertarismo) à la Javier Milei, que sueña con la abolición de la política, con la extinción misma del Estado –algo que también buscan los marxistas dogmáticos–. Los libertarians como Milei creen que el problema fundamental no es que la política haya dejado de regular, controlar y vigilar a la economía, que el Estado tenga que recuperar sus capacidades institucionales frente al mercado capitalista, sino que la economía debería desembarazarse completamente de la política y que deberíamos vivir en una suerte de sociedad anarco-capitalista, sin autoridad estatal ni orden político. Ortiz Leroux tampoco cree en el “socialismo del siglo XXI” de Hugo Chávez, que no es sino una forma de populismo cesarista autocrático; ni en un capitalismo autoritario como el de China, país con una moderna economía de libre mercado, pero con una política fuertemente autoritaria, sin respeto a los derechos humanos, división de poderes ni pluralismo político. La alternativa que presenta Ortiz Leroux en su libro es la construcción de una democracia social, sustentada en la socialdemocracia, un ideario político y orientación intelectual que se remonta al siglo XIX y cuyo fundador es el político y teórico alemán Eduard Bernstein.

Este debate es crucial para nosotros. México vivió un auténtico cambio de régimen hacia el último cuarto del siglo XX. Pudimos desmontar un sistema político autoritario –o semiautoritario– e hiperpresidencialista, el antiguo sistema político priista; y edificamos en su lugar una genuina democracia política, aunque muy germinal –para utilizar el adjetivo de José Woldenberg–. Una de las limitaciones de la transición democrática es que no debatimos de manera adecuada cuál debía ser la nueva relación entre el Estado mexicano y el mercado, entre la política democrático-liberal y la economía capitalista. Nuestra transición quizás se centró demasiado en la cuestión electoral e institucional (es decir, en las reglas electorales e instituciones autónomas del Estado, como los organismos de transparencia y de derechos humanos) y dejamos de lado la cuestión social: el bienestar y calidad de vida de las clases trabajadoras (la educación, la seguridad social y el empleo). En pocas palabras, perseguimos la libertad política, pero relegamos la igualdad social. Y, como señalan los politólogos y economistas del desarrollo, sin una clase media extendida y robusta no puede haber una democracia sana, mínimamente vigorosa. La idea no es nueva; aparece ya en la Política de Aristóteles:


Es evidente que el régimen de tipo medio es el mejor, pues es el único libre de sediciones. Donde la clase media es numerosa es donde menos se producen sediciones y discordias entre los ciudadanos. Y las grandes ciudades están más libres de sediciones por la misma causa, porque la clase media es numerosa; en cambio, en las pequeñas es más fácil que todos los ciudadanos se dividan en dos clases, de modo que no quede nada en medio de ellas, y casi todos o son pobres o ricos. Las democracias son más firmes y más duraderas que las oligarquías gracias a sus clases medias (pues éstas son más numerosas y participan más de los honores en las democracias que en las oligarquías), pero cuando, en ausencia de estas clases, los pobres se extienden demasiado en número, surge el fracaso y pronto desaparecen. Debe considerarse una prueba de esto el hecho de que los mejores legisladores sean ciudadanos de la clase media. (Aristóteles, 1988, p. 251-252)


No puede haber una democracia estable sin una clase media fuerte, sin atenuar la pobreza y la desigualdad naturales entre las clases adineradas y las clases populares: tesis aristotélica que ha sido ampliamente confirmada por las investigaciones empíricas de los científicos sociales contemporáneos del desarrollo. Una conclusión del libro de Ortiz Leroux es que debemos dedicarnos a construir un verdadero Estado social. No debemos echar por la borda los logros de la transición democrática ni la arquitectura liberal y republicana de nuestra Constitución. Debemos defender instituciones y valores básicos como el imperio de la ley, el pluralismo político, la división de poderes, los equilibrios y controles constitucionales, el sistema plural de partidos, las elecciones libres e imparciales, la independencia de la Suprema Corte de Justicia, los avances en derechos humanos, transparencia y rendición de cuentas, el federalismo, la libertad de los medios de comunicación y la ampliación de las organizaciones de la sociedad civil. Pero debemos también atender nuestro rezago histórico en materia de desigualdad, comprometernos con el crecimiento económico, la distribución de la riqueza, la calidad educativa, los servicios de salud universales y la seguridad social. En síntesis: urge atender la cuestión social.

Por decirlo de otro modo, México requiere, política e intelectualmente, un liberalismo social y una nueva izquierda. La izquierda se haya en crisis –dicen tanto sus detractores como no pocos de sus partidarios– desde, por lo menos, la crisis del marxismo, de fines de los setenta, y sobre todo desde 1991, año en que se disuelve la Unión Soviética. La izquierda política –dicen algunos– se ha desdibujado ideológicamente: en temas económicos se ha corrido al centro o incluso al centro derecha. Está marginada y se ha refugiado en la academia o en los movimientos sociales que reivindican las agendas de la identity politics; hizo suya la búsqueda del reconocimiento de la identidad de diversos grupos sociales. Por consiguiente, la izquierda ha renunciado al proyecto de la repartición de la riqueza. La izquierda, en suma, ya no piensa en términos económicos, sino en términos de reconocimiento subjetivo y social. Hoy –se dice– la izquierda es posmaterial; el marxismo, superestructural. ¿Podrá la izquierda superar su crisis?

En el libro de Ortiz Leroux hay una promesa de reconstrucción de la izquierda, de una nueva izquierda política (esto es, no sólo académica o teórica). No se trata de una izquierda autoritaria, antimoderna, cerrada al mundo, iliberal, contrailustrada y no comprometida con las normas, valores e instituciones de la democracia. Tampoco fantasea con el nacionalismo revolucionario, ni mucho menos con el estalinismo o el marxismo-leninismo. La izquierda en la que cree Ortiz Leroux (así como otros numerosos intelectuales mexicanos de distintas generaciones, como Rolando Cordera, Luis Salazar o Carlos Bravo Regidor) es una izquierda democrática que asume el catálogo de libertades básicas e instituciones políticas del liberalismo y el proyecto de la modernidad ilustrada. Ortiz Leroux entiende a la socialdemocracia como el ideario político y la orientación intelectual que mejor ha podido articular y conjugar lo mejor de la tradición liberal con lo mejor de la tradición socialista.

Una nueva izquierda social y democrática se vuelve urgente ante la necesidad de restablecer un balance entre los dos valores políticos fundamentales que ha desplegado la modernidad: la libertad y la igualdad. Los valores, escribe Isaiah Berlin, colisionan, chocan entre sí; el exceso de libertad económica no regulada del momento neoliberal ha socavado demasiado la promesa de igualdad fundada en las democracias. Necesitamos un diálogo honesto, abierto y crítico entre la tradición liberal y la tradición socialista. Pero no se trata de un socialismo autoritario, a la manera de Mao, Stalin o Castro, sino de un socialismo liberal, como en el que pensó Norberto Bobbio o Carlos Pereyra. No debemos, dice Ortiz Leroux, renunciar a la democracia liberal, sino democratizar la democracia mediante una alternativa social.

¿Qué tanto está presente este ideario en los partidos políticos de México? Muy poco, probablemente. La alternativa socialdemócrata tanto a los excesos y fracasos del neoliberalismo como a la seducción del populismo debe ser construida, no sólo por las élites políticas o intelectuales, sino por los sectores populares y las clases medias. Elevar las condiciones de vida de las clases trabajadoras, ampliar la erosionada clase media, atender los problemas de la crisis medioambiental, mejorar y extender los servicios educativos del Estado, robustecer el sistema de salud pública, fortalecer el sistema de seguridad social, reducir la desigualdad oceánica que nos aqueja desde hace siglos, es la tarea que tienen por delante los socialdemócratas y los liberales sociales. En suma: la construcción de un Estado social y democrático de derecho es la tarea institucional más apremiante del Estado mexicano contemporáneo. Y, para imaginar ese nuevo Estado mexicano, para contrarrestar los efectos indeseados de una economía y un mercado excesivamente desregulados y para confrontar las amenazas de la política populista, mucho nos servirán las reflexiones del nuevo libro de Sergio Ortiz Leroux, Democracia y capitalismo: entre la socialdemocracia y el neoliberalismo.

Fuentes consultadas

Aristóteles (1988). Política. Madrid: Gredos.


DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v22i58.1201


* Profesor de filosofía de la Universidad de Guadalajara. Correo electrónico: alonso.solis8294@academicos.udg.mx

Volumen 22, número 58, mayo-agosto de 2025, pp. 539-546
ISSN versión electrónica: 2594-1917
ISSN versión impresa: 1870-0063