Textos inéditos


DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v21i55.1096


Subdesarrollo y Derechos Humanos


Ignacio Ellacuría

Presentación del texto: Ignacio Ellacuría, a medida que su prestigio y reconocimiento crecía tanto como pensador y como hombre de acción que luchaba a favor de la justicia, recibía muchas invitaciones para participar en eventos a escala global. El inédito que acá se presenta contiene el discurso pronunciado por Ellacuría durante el Tercer Encuentro Internacional de los jóvenes en Venecia, organizado por alguna organización católica o cristiana de relevancia, en el año de 1987. Estamos hablando ya de un Ellacuría con un pensamiento filosófico y teológico de gran complejidad y madurez pero que, sin embargo, es capaz de colocarse en un plano de empatía y cercanía con la juventud, en este caso europea y, por tanto, privilegiada en términos de acceso al bienestar material. En el discurso Ellacuría logra con un persuasivo lenguaje apelar a dicha juventud, a su energía, imaginación y racionalidad para despertar en ella la conciencia de los males que la injusticia ocasiona en el más extenso y hondo mundo subdesarrollado. La tesis general que desarrolla en este discurso sostiene que la insolidaridad entre los pueblos es la base de la mayor parte de los problemas del subdesarrollo y es asimismo una de las principales fuentes que alimenta el abuso ocasionado a través de las graves violaciones a los derechos humanos. Se trata de un discurso, que salta a primera vista, guarda hoy en día la mayor vigencia y actualidad.*


El Tercer Encuentro Internacional de los jóvenes organizado en Venecia por ENARS ACLI enfocado bajo el título general de Jóvenes y Solidaridad me invita a enfocar el tema de Subdesarrollos y Derechos Humanos precisamente desde los jóvenes y, sobre todo, desde la solidaridad. La insolidaridad está a la base de la mayor parte de los problemas del subdesarrollo y de la violación de los derechos humanos así como también se entrelazan muy estrechamente el subdesarrollo con las más distintas formas de violación de los derechos fundamentales de la persona humana. Mostrar estos puntos y comprobarlos con testimonios fehacientes será el propósito de esta presentación.

No es suficiente suscitar la emotividad juvenil, aunque sea ésta una de las mejores condiciones para captar el problema y para vigorizar una respuesta solidaria. Hay también que suscitar la racionalidad juvenil, la cual, aunque de características específicas, no deja de ser una exigencia para la profundización de los problemas y, en definitiva, para la consolidación y prolongación del compromiso en favor de la solidaridad con los menos favorecidos. Cuántas veces los jóvenes dejan de ser contestarios y solidarios cuando dejan de ser jóvenes. Suele estimarse este fenómeno negativamente, como si fuera propio de la juventud un ilusionismo idealista sin raíces, que se cura y se supera con el paso de los años. Pero esta estimación es interesada. Es interesada porque se hace desde el realismo de la madurez, pero esta madurez realista muchas veces indica falta de imaginación, falta de energía y falta de compromiso, amparado todo ello en un egoísmo y en un cansancio, entre los que la vida va perdiendo sentido. Al contrario, los movimientos contestatarios y revolucionarios aprovechan cada vez más la protesta juvenil, sobre todo aquellos países, como es el caso de El Salvador, en el que más del 50% de la población tiene menos de 16 años. Si la mayor parte de la población de un país –y este parece ser el caso de la mayor parte de los países subdesarrollados, esto es, de la mayor parte del mundo– está constituida por jóvenes con edades inferiores a los 25 años, es claro que esos países y con ellos el mundo entero deben estar más centrados sobre el presente y el futuro de los jóvenes que sobre el presente y el futuro de quienes con la pérdida de la juventud han perdido también muchos de los valores más altos, profundos y dinámicos de la vida humana. Cuando la emotividad juvenil pone en juego la racionalidad juvenil estamos en las mejores condiciones para aprovechar un gigantesco dinamismo capaz de transformar al mundo o, al menos, de dejarlo en tal inquietud desnuda que los más viejos al ver descubiertas sus flaquezas se ven forzados a cambiar, mientras dura la presión juvenil. Ya están lejos las protestas juveniles del 68 francés o de los jóvenes norteamericanos contra la guerra del Vietnam. Pero siguen las protestas de los ecologistas y, desde luego, las de los movimientos revolucionarios en varios países del Tercer Mundo, entre los que se cuenta el caso de El Salvador. Suscitar, pues, la emotividad dinamizadora de los jóvenes a la par que la racionalidad consolidante de la juventud será el propósito de estas palabras.

Subdesarrollo, violación de los derechos humanos e insolidaridad

El estado de subdesarrollo es en sí mismo y en relación con estados de superdesarrollo una flagrante violación de la solidaridad humana, esto es, de la naturaleza misma del fundamento de los derechos humanos y lleva consigo la permanente violación de esos derechos.

No puede pensarse el subdesarrollo sino desde el desarrollo. Podrá discutirse hasta qué punto hay ricos porque hay pobres, hay países ricos porque hay países pobres pero hay fenómenos manifiestos en los que esta relación de causalidad o, al menos, de interrelación es innegable. Empecemos por lo más fácil de constatar. Una muy pequeña minoría de países que albergan una muy pequeña parte de la población mundial explotan los recursos de la humanidad (el aire que respiramos, el petróleo y las materias primas, los alimentos, la cultura, el poderío militar, el capital, etc.) de una manera masiva mientras que la mayor parte de los países y la mayor parte de la población no puede disfrutar de esos recursos ni siquiera en forma mínima. Los siete países más ricos e industrializados del mundo, representando tan sólo con sus 615 millones de habitantes el 12.3% de la población mundial representan un producto interno bruto acumulado correspondiente al cerca del 60% del Producto Interno Bruto Mundial, quedando por tanto para el 87.7% de la humanidad tan sólo el correspondiente 40% del Producto Mundial Bruto: doce personas se comen más del 60% del pastel y para las 72 restantes se les deja tan sólo el 40% del mismo. Podrá decirse que ellos lo producen y que, por tanto, tienen el derecho a disponer de lo producido por ellos. Pero es aquí donde está parte del problema. Los países de mayor producto nacional y de mayor consumo tienen ciertamente su mérito propio por haber podido y sabido aprovechar las oportunidades que han tenido o han conquistado, pero a su vez tienen enormes responsabilidades por lo que han hecho o por lo que han dejado de hacer. Gran parte de su acumulación originaria se ha logrado con la explotación de los países más pobres y con sus clases sociales más pobres, la explotación de las materias primas arrancadas en los lugares de origen con salarios absolutamente injustos e inhumanos y la explotación de la fuerza de trabajo de las clases productoras en sus países. Está, en segundo lugar, el intercambio desigual entre los bienes y servicios que ofrecen los países más pobres a los países más ricos y los bienes y servicios que reciben de estos. Está en tercer lugar todo el conjunto de mecanismos financieros que han venido a parar en el fenómeno de la deuda mundial que sólo en América Latina supera en la actualidad los 400,000 millones de dólares, lo cual hace que sólo en intereses los países de América Latina se constituyan actualmente en francos exportadores no sólo de materia prima a precios muy bajos sino del capital que necesitarían para su acumulación, yéndose con ello a un constante empobrecimiento, cada vez mayor y más afectante en intensidad y extensión a la población. Y están también las prácticas mercantiles que hunden la competitividad libre de los países pobres en los mercados mundiales. Pero supusiéramos que la riqueza de los países más desarrollados no dependiera causalmente de la pobreza de los países subdesarrollados. Todavía tendríamos el hecho inaceptable que la mayor parte de las naciones y la mayor parte de los hombres, mujeres y niños del mundo viven no sólo en condiciones muy desiguales respecto de las minorías ricas sino en condiciones absolutamente inhumanas con el agravante de que esa condición inhumana sería corregible con un mínimo de solidaridad entre los hombres, entre los pueblos y entre las naciones. De poco sirve ser hombre para poder contar con lo necesario para sobrevivir, para tener una vivienda mínima, para que los niños enfermos tengan un mínimo de medicinas, etc. Es menester ser norteamericano, europeo, soviético o japonés para poder contar con los recursos suficientes para sobrevivir y para poder disfrutar de los recursos que Dios a través de la naturaleza y de la razón puso en el mundo para todos. Es, de hecho, más importante ser ciudadano de un país poderoso y rico que ser hombre, aquello da más derechos reales y más posibilidades efectivas que esto. Queda así rota la solidaridad humana. No es sólo, como suele explicarse, que se endurezcan los corazones de los poderosos y se cieguen los ojos de los ricos para no ver ni sentir el mal ajeno, la miseria de las mayorías mundiales. Es algo peor. Es la ruptura de la solidaridad humana, ruptura de lo principal, ruptura de la unidad del género humano. Se tiene derechos por ser ciudadano de un país más que por ser humano y para defender esos derechos surgidos del nacionalismo se entra en la negación de los derechos surgidos del humanitarismo.

Esta prioridad de lo accidental sobre lo sustancial es un desorden ético fundamental. Puede formularse de esta forma más generalizada que la del enfrentamiento de los derechos humanos con los derechos ciudadanos: lo que se hace para desarrollar a cada hombre va en menoscabo de todo el hombre y de todos los hombres. Así se supone, por ejemplo, que se requiere una cantidad de bienes materiales y de recursos y de un sistema de propiedad privada tal que sin ellos no hay plenitud humana y posibilidad real de independencia y libertad. Pero, seguidos estos supuestos, nos encontramos, primero que no son de aplicación a todos los hombres, porque de hecho esos principios suponen la acumulación excesiva y la mala distribución y, segundo, que ni siquiera sirven para desarrollar plenamente al hombre así favorecido. Efectivamente por ese camino se marcha hacia formas absurdas de egoísmo e insolidaridad y hacia un desesperado consumismo que entran en contradicción con el desarrollo armónico y feliz de la persona.

No es que el desarrollo del individuo, de la clase social, de la nación o del bloque económico y político sea totalmente negativo. Lo negativo de ello está en su absolutización, en pensar que el individuo, la clase, la nación y el bloque son lo sumo a lo que debe sacrificarse todo lo demás. Cuando esto ocurre lo que tiene de positivo se destruye y lo que debiera servir para el crecimiento de uno mismo y de la humanidad se convierte en destrucción de la humanidad y de uno mismo. Contra ello ha de lucharse si queremos salvar al hombre y a la humanidad, a cada hombre y a todos los hombres. Probablemente los jóvenes aquí reunidos sienten más su unión de jóvenes que su separación de lengua y de nación y en nombre de esa unidad de humanidad joven debe plantearse de forma nueva el problema de la solidaridad. No puede permitirse que la idolatría de la nación y del nacionalismo ponga en peligro los valores mucho más altos de la humanidad, sobre todo en una situación tan dramática del mundo como la que pasamos a describir.

El dramatismo de la situación de subdesarrollo mundial

De muchas formas puede verse el malestar de nuestra cultura. La carrera armamentista que consume multitud de recursos para la destrucción y hace de la fuerza la principal arma del derecho; la paulatina destrucción de la naturaleza por su despiadada explotación y por el empeoramiento constante del medio vital; el temor a un holocausto nuclear determinado posiblemente por unas pocas personas de unos pocos países; la pérdida de ideales de una sociedad consumista preocupada no ya por tener más en vez de ser más sino por consumir más y más… son otros tantos signos de que algo va mal en la llamada civilización occidental tanto en su vertiente de capitalismo privado como en su vertiente de capitalismo de estado. Pero una de las pruebas más fehacientes de la mala dirección y aún de la perversión de nuestra cultura, entendida ésta como la orientación global del conjunto de las acciones de los pueblos dominantes, es la situación dramática de los pueblos subdesarrollados. La mayor parte de la humanidad vive en condiciones inhumanas cuando no sólo una parte muy pequeña de ella vive hastiada en la sobreabundancia sino, lo que es peor, cuando eso sería plenamente casi y fácilmente resoluble si se impusiera la voluntad moral de los pueblos sobre el dinamismo ciego y dominante de los intereses económicos y de la prepotencia política.

Sobre ello se ha tratado mucho tanto en escritos de la Iglesia católica (algunas encíclicas papales especialmente la Populorum Progressio de Pablo VI, la constitución pastoral de la Iglesia en el mundo (Gaudium et spes), documentos como los de Medellín y Puebla y los aportes de la teología de la liberación, los escritos de la conferencia episcopal norteamericana, etc.) como en declaraciones de otras instancias religiosas y políticas, humanitarias y científicas. En vez de recoger todo este cúmulo de advertencias y de análisis voy a centrarme en la presentación más cualitativa que cuantitativa, más testimonial que analítica de lo que es la situación centroamericana y, más en particular, la situación de El Salvador, donde la injusticia estructural, como causa principal del subdesarrollo, ha suscitado una protesta popular, que se ha tratado de acallar con más de cincuenta mil asesinatos de civiles en cinco años y ha suscitado asimismo poderosos movimientos revolucionarios que mantienen a un país ya de por sí pobre en una guerra civil, cuyo final no se avizora si siguen predominando en la región los intereses extranjeros con su correspondiente injerencia y siguen predominando las soluciones de tipo militar y violento sobre las nacidas del diálogo, de la negociación y, en definitiva, de la no violencia.

Ya en otra presentación, tenida en Roma (Factores endógenos del conflicto centroamericano: crisis económica y desequilibrios sociales) he tratado de argumentar con cifras y análisis lo que supone el subdesarrollo como causa del conflicto, lo que supone la pobreza como fuente de violación de los derechos humanos. Cito tan sólo un párrafo donde se señalan unas cifras básicas: “Según estimaciones de la CEPAL a finales de los años 70, esto es, a finales del boom del desarrollo centroamericano, el 65.2% de la población centroamericana vivía en estado de pobreza y de este 65.2% un 42.1% vivía en estado de extrema pobreza. Por estado de “extrema pobreza” la CEPAL entiende que el ingreso familiar no cubre el costo de la canasta básica de alimentos, mientras que por “no satisfacción de necesidades básicas” (pobreza que no llega a extrema pobreza) entiende que el ingreso familiar cubre el costo de la canasta básica alimenticia, pero no el costo de los servicios básicos: vivienda, salud, educación, etc.” Quiere esto decir que en límites indignos de la persona humana (sin vivienda, sin salud, sin educación) vivía el 65% de la población y sin capacidad material de subsistir, esto es, sin contar con una alimentación mínimamente suficiente, vivía de ese 65% un 42%. Y no se olvide que Centroamérica no es la región más pobre del mundo sino que esas cifras de pobreza y aun más graves que ellas afectan asimismo a muchos países, de modo que no resulta exagerado decir que esa es la forma normal de vivir de dos tercios de la humanidad.

Pero veamos en testimonios reales cómo es la vida de estos hombres y mujeres que han de enfrentar tal situación día a día.

El primer testimonio tiene que ver con la extrema pobreza en que viven muchísimas familias salvadoreñas. La guerra que afecta a El Salvador desde hace siete años ha hecho que más de 500,000 personas hayan salido del país y otras 500,000 hayan abandonado sus humildes ranchos para buscar un poco más de seguridad y alguna posibilidad de trabajo, que les permita sobrevivir. El problema de miles de familias viviendo de mala manera en las quebradas y en las laderas más inclinadas es un fenómeno repetido en todo el mundo, pero que en El Salvador por la estrechez del territorio y su gran densidad poblacional de más de 250 habitantes por kilómetro cuadrado así como por lo abrupto de su territorio se hace todavía más grave. A esto se añadió el terremoto del 10 de octubre de 1986 que tuvo su epicentro en la capital donde causó más de 1500 muertos y una destrucción que superó los mil millones de dólares. Este es el contexto en que se desarrolla la acción de una comunidad, que busca desesperadamente donde poder reconstruir sus champas, esto es, una chabola de diez metros cuadrados, hecha de cartones, palos y láminas, en la que se agolpan un promedio de diez personas. El testimonio que sigue es la transcripción de una mujer de esa comunidad, que se atrevió a abandonar su champa en una ladera, que amenazaba con enterrar su casa y que con los otros miembros de la comunidad se han tomado un terreno municipal en la que ha reconstruido su champa:


Pero aquí ya nos sentimos un poquito bien porque no tenemos peligro de alguna desgracia; nada más el problema de que el alcalde no nos quiere dejar aquí. Porque aquí lo que quiere es esfuerzo ¿verdad? Esfuerzo y decisión para no vivir como siempre se ha vivido, en un terrenito así como aquel donde estábamos, sufriendo o con miedo. Porque allí sí que verdaderamente daba temor de que cuando venían las tormentas ¡cómo se ponía uno! ¿verdad?, bien asustado. Luego ahora, aquí, fíjese que cuando vienen las tormentas –a veces digo que hasta culebras traen– no le siento temor. Ya me siento más tranquila porque creo que ya estamos en tierra firme y que no es ladera y que no hay derrumbe. Yo me acuesto y, aunque esté llover y llover, a mí no me preocupa, solamente pidiéndole a Dios que tengamos una solución para salir adelante. Allá no. Fíjese. En lo que venían esas grandes tormentas, así que venía la primerita, yo me levantaba porque sentía de que esa champa me caía encima por el gran ventarrón y la gran tempestad de agua. Por ese lado ahora me siento bien. (Carta a las Iglesias. 16-31 de julio, 1987, p. 9)


Una mujer que sigue viviendo en una champa de cartón y lámina ya se siente casi feliz porque al menos puede dormir sin estar amenazada porque se derrumbe su chabola y se vea arrastrada y atrapada por el deslave de la tierra. Lo nuevo es sólo la tierra firme en la que levantar algo que no puede llamarse casa ni por su extensión, ni por su distribución ni por los servicios disponibles. No tienen ni agua, ni luz, ni servicios sanitarios. No tienen tampoco trabajo fijo y las mujeres tienen que salir a ver qué encuentran para alimentar a sus hijos. Si salen a conseguir algo tienen que dejar abandonados a sus niños pequeños y de todos modos lo que consiguen apenas sirve para llevar algo de maíz y de frijoles de vez en cuando a sus hijos. Hasta como dice una de las mujeres tienen que ir “misereando un poquito de agua”, porque ni siquiera hay fuente pública cercana.

El terreno que estas familias se han tomado es un terreno municipal, porque piensan que si es del municipio bien pueden prestárselo hasta que encuentren otro más seguro que puedan incluso ir pagando con cuotas a su alcance. Pero es un terreno cercano a una colonia de casas, que sin ser de las más ricas, son por lo menos de clase media alta. En San Salvador es usual que cerca de las grandes mansiones estén los tugurios, pero no se ven porque si aquellas están en las colinas éstos quedan escondidos entre los barrancos y las quebradas. La ocupación de tierras de la comunidad, a la que nos referimos, tuvo lugar cerca de esa colonia y a su vista. De ahí que sean acosados por los vecinos que se quejan de que estas gentes han venido a ensuciar la colonia, de modo que con su presencia piensan los propietarios que puede bajar el precio de los terrenos y de las viviendas, porque gente rica no va a querer vivir junto a estos pordioseros. Vienen las presiones, las amenazas, las desapariciones de algunas personas de la comunidad, toda suerte de esfuerzos violentos para desalojarlos de allí.

Lo importante en este testimonio no es lo anecdótico. Es una muestra más de cómo vive una gran parte de la población salvadoreña. El 70% de las familias salvadoreñas no dispone más que de una pieza para vivir en ella todos sus componentes, entre seis y diez personas. Pero esa pieza, en muchos casos, es un tugurio, una champa. Lo era antes de la guerra y del terremoto, pero lo es mucho más en estos momentos. En el mundo rico, en lo que llamamos Primer Mundo y aun en países que sin pertenecer a él tienen un alto Producto Interno Bruto por persona se dan casos excepcionales y no tan raros en que familias enteras viven situaciones desesperadas en cuanto vivienda, salud, trabajo, educación, etc. La gran diferencia es que esto es lo excepcional en estos países mientras que es lo normal en países del Tercer Mundo, en países como El Salvador.

La comunidad que se atrevió a dejar la quebrada porque corría peligro de muerte en ella y se tomó unos terrenos municipales eludió el camino de la violencia. Más aún se tomaron un predio municipal porque no querían interferir con la propiedad privada. La primera respuesta de los pobres en la exigencia de sus derechos fundamentales no es la de la violencia y menos la de la violencia armada. Lo que piden es una oportunidad para poder ganar un poco, ahorrar y poder pagar o el alquiler de una pieza o un terrenito a plazos donde empezar a edificar primero su champa de cartón para ir llegando poco a su casita –no más de veinte metros cuadrados– de caña y de barro para ver si pueden ir llegando a hacer paredes de ladrillo y techo de lámina. Pero aun este tipo de protesta y esta forma de exigir sus derechos es, primero, desatendida por los gobiernos y después reprimida violentamente. Los gobiernos dicen no tener recursos y verdaderamente sólo el déficit habitacional de un país pequeño como El Salvador supondría miles de millones de dólares, cuando el presupuesto nacional no alcanza ni siquiera mil millones de dólares. Pero casi la mitad de ese presupuesto se emplea para los gastos de la guerra, de una guerra que ha surgido precisamente porque la mayor parte de la población no tenía casa donde vivir, alimento para subsistir, medicina mínima para las enfermedades, escuela para los hijos. Si todo esto lo hubiera en medida mínima, si las necesidades básicas –y solo eso– estuvieran resueltas nunca hubiera surgido la violencia en El Salvador y no se hubieran llegado a sobrepasar los sesenta mil asesinados en los últimos siete años.

Pero un día la cólera de los pobres, cuando se le cerraron todos los caminos no violentos se convirtió en lucha revolucionaria y la lucha revolucionaria en guerra civil. No se trata primariamente de una guerra por el poder o por ideologías e intereses políticos sino de una guerra por la subsistencia, por la satisfacción de las necesidades básicas. La guerra ya se ha prolongado demasiado y, dada la intervención norteamericana, puede extenderse aún más, si no se llega antes a un acuerdo negociado, cuyo punto principal en favor de la paz no puede ser otro que el respeto a los derechos fundamentales de las mayorías populares.

Hoy, no obstante, no estamos todavía cerca de una solución pacífica. El subdesarrollo y la violación permanente de los derechos humanos es en sí mismo violencia, violencia estructural e institucionalizada, es un pecado social que rompe lo fundamental del plan de Dios para los hombres y es generador de otros tipos de violencia. Lo que el mundo desarrollado debe aprender es que, antes o después, los pueblos subdesarrollados, marginados y oprimidos se levantarán y tratarán de hacerse justicia por su mano. Hoy día son cientos de miles los centroamericanos y mexicanos que salen huyendo para Estados Unidos en busca de trabajo, en busca de algo que les permita vivir como humanos. ¿Por qué Estados Unidos y, en general, los países ricos no ayudan a crear condiciones en los países subdesarrollados para que nadie tenga que salir de su tierra para poder sobrevivir? ¿No sería esto más justo? ¿No sería incluso más útil para ellos mismos?

Sin embargo, la primera respuesta que se les ocurre a los poderosos frente a la protesta popular es la de la represión violenta. Primero tratan de adormecer la propuesta, tratan de que el pueblo no despierte. Pero cuando despierta y protesta viene la represión. No sólo la lucha armada contra los alzados en armas sino la represión más cruel contra la población civil. La famosa teoría de secar el estanque para que los peces se ahoguen ha sido practicada en El Salvador y sigue siéndolo no importa la crueldad que implique.

Vamos a mostrarlo en otros dos testimonios, uno referido al pasado y otro al presente, no por lo que tienen de anecdótico sino porque pueden servir de paradigma de un fenómeno universal.

El primer testimonio es espeluznante y muestra cómo se podía morir asesinado e indefenso, si uno era pobre y campesino, porque esas dos condiciones bastaban para sospechar que se estaba a favor de los movimientos revolucionarios, los cuales habían surgido para defender los derechos de los más pobres. Dice así el testimonio:


Yo creo que soy la única que queda de la masacre del Mozote. Era el 11 de diciembre de 1981. Estábamos nosotros allá como estamos aquí en este campamento, sólo niños se miraban porque la gente se había refugiado de los cantones. Habían salido al Mozote; por eso fue que mataron a esa grosería de gente, porque estábamos refugiados todos y allí nos hallaron y a todos nos mataron.

Llegaron a pie, y en la mañana, como a las siete, había caído el avión y vinieron con la orden de matar a la gente. Dijeron que tenían la orden de matar a toda esta gente, que no dejaran ni uno. Eran los del Atlacatl y nos encerraron a nosotros, las mujeres en unas casas y a los hombres en la iglesia. Éramos como mil cien en todo. Los niños estaban con las mujeres. Después de eso que nos encerraron, nos tuvieron toda la mañana encerrados. Y ya como a las diez o a las once mirábamos nosotros que ellos estaban matando a todos los hombres en la iglesia; antes los ametrallaban y después les quitaban la cabeza. Yo estaba en una ventanita mirando y les decía yo, “miren están matando a los hombres nos van a matar a todos”. Y entonces las mujeres todas a llorar, y todas lloraban y gritaban allí encerradas; y los niños asustados que todavía no habían atinado, y los soldados cuidando las puertas, nadie podía salir.

De las dos en adelante empezaron a sacar mujeres; ya habían terminado de matar a los hombres. Entonces a mí me sacaron como a las cinco de la tarde a matarme. Ya estaban poquitas las mujeres que faltaban de matar. Y cuando me sacaron a mí, yo no quise. Y a los niños los dejaron encerrados; pero estaban haciendo pitas, querían ahorcarlos y degollarlos. Me quitaron la niña de 8 meses que tenía yo en los brazos, me la quitaron. Y tenían allí entre de nosotros los grandes cuchillos y estaban haciendo pita también. Y se llevaron a la niña de 8 meses y al niño más grande, y se lo llevaron allí por adentro y me traían de allí con las mujeres que iban a matar, “Dios mío”, yo dije, “Dios poderoso, no me vayas a fracasar aquí”. “Dios sabe que no debemos nada”, dije yo. Y entonces y así que íbamos llegando a donde nos pierden, así que nos formaron a matarnos, y yo sola me senté, me retiré, me metí bajo un matón de manzano, un matoncito chiquito, y así me quedé. Y con el dedo yo echaba las ramitas para ver de defenderme, que no se me miraban los pies. Así que vi yo que terminaban de matar a todas las mujeres, ametralladas las hacían. En la cola que a mí me traían habían como veinte mujeres y yo sola me quedé de última. Y así que terminaron aquel chorro de mujeres que tenían allí, fueron a traer otro y lo mataron también lloviéndoles balas.

Y las mujeres gritaban y lloraban. “No nos maten, nosotros no sabemos nada, no nos metemos con nadie”, decían las mujeres y “por qué nos van a matar, ¿no?”. Les decían los soldados, “no lloren ni griten porque viene el diablo y se las lleva”, decían ellos. Pero no las dejaban de matar, y yo estaba a los meros pies de ellos, y allí me defendí, allí me escondí. Y así que terminaron de matar a la gente y se sentaron allí en frente de mí y dijeron, sí, que a esa brigada a matarlos a ellos los habían enviado, que a esa gente a toda la iban a matar porque eran guerrilleros. Y los quemaron todos allí y dejaron prendido allí a montones de gente y lloraba un niño dentro de una fogata de fuego, chiquito. Lloraba, sí, y entonces vino un hombre y le dijo a un soldado, “mira a este niño, tú no lo mataste bien”. Entonces se fue y le metió otro balazo y no llora el niño. Casi se me caía fuego adonde estaba yo en medio de toda la matazón allí y después dijeron “ya se terminaron éstas aquí, vamos a ir a matar a los niños”. Entonces agarraron para allá, quedaron unos pocos por allá y otros por aquí, y entonces yo vi cuando me pude salir, pero mis niños se quedaron encerrados allá. Los mataron a los cuatro, uno de nueve, uno de seis, la otra niña de tres años y la niña de ocho meses. Allí quedaron mis hijos, allí murió mi esposo. Se me quedaron sólo mis padres que ya se habían refugiado aquí y dos hijas más que vivían abajo y por eso se salvaron. Y pasé siete días y siete noches en los montones solitita sin hallar gente ni nada, sin comer ni beber, no encontraba gente, toda la habían matado. Y yo decía la voluntad de Dios, como yo sola vi, que Dios me ha dejado para una declaración mía cómo hacen los militares. Y toda esa gente murió engañada porque decían que nos iban a llevar para Gotera. Y nosotros tampoco nos creíamos que nos iban a matar y yo los vi de cuando estaban matando a la gente y cómo los quemaron después los hombres, las mujeres. Y a los niños no los vi cómo los mataron pero sí oía los gritos, los lloritos porque estaba escondida yo.


Esta es la respuesta militar a la pobreza. Nadie de esta gente estaba armada, mucho menos era guerrillera. Su único delito era seguir viviendo en un territorio donde más habitualmente se encuentra la guerrilla que el ejército. Quien les ataca es un batallón especial, educado y entrenado por los norteamericanos. A los soldados, hijos también del pueblo salvadoreño, tan pobres como los más pobres del país les han infundido odio, les han enardecido no ya para luchar contra los guerrilleros sino para difundir el terror en un acto vandálico de terrorismo, a cuyas víctimas además luego las contabilizan como muertos causados al FMLN1, como masas del movimiento guerrillero. Pero, aun cuando a veces son simpatizantes de los guerrilleros y tienen que convivir con ellos, porque son el poder real en el área, son gentes, la mayor parte mujeres y ancianos, que no usan ningún tipo de violencia y que ni siquiera tienen armas para defenderse, cuanto menos para atacar a unos soldados superarmados. No es de extrañar entonces que mucha gente, al verse acosada de esta forma y al ver negados de esa manera brutal sus derechos humanos haya llegado a la convicción de que se necesite recurrir a la violencia y a la protección del FMLN para que no les siga ocurriendo cosa igual. Sin embargo, la mayoría lo que hace es huir, por el terror, de una gran pobreza a una pobreza mayor.

Se trata de un caso excepcional por el número de víctimas, pero en años pasados el procedimiento de exterminio de la gente pobre que se suponía simpatizar con los movimientos revolucionarios o que simplemente exigía sus derechos ha sido habitual. Como ya he dicho, de una u otra forma puede hablarse de más de cincuenta mil asesinados. En ese tiempo ya estaba en la Junta de gobierno el actual presidente Duarte, quien con su mera presencia en ella y con la presencia del partido demócrata cristiano en el gobierno pretendían ocultar estos hechos y hasta cierto punto los legitimaban como necesidades de la guerra. Hoy esto ya no ocurre así, aunque siguen dándose acciones contra los civiles, que pretenden seguir viviendo en zonas donde la presencia de la guerrilla es bastante persistente.

El siguiente y último testimonio muestra lo difícil que sigue siendo subsistir, luchar por la subsistencia en países como El Salvador, que refleja de forma dramática, pero no inusual, lo que es el problema de los derechos humanos en países subdesarrollados, en países que viven mayoritariamente dentro del círculo de la pobreza extrema. Dice así el testimonio:


Soy un campesino de 49 años de edad residente en Arcatao. El año 80 fui refugiado en la frontera de Honduras… y luego regresé hasta el pueblito donde yo nací. Esto fue el 83, sobre cuatro años, donde esto estaba desolado. Sólo se encontraban cinco familias ancianitas. Y luego decidí quedarme en mi casa junto con mi esposa y una nuera con un niño. Y comenzamos a trabajar. Hicimos milpa y nos fue bien. Sacamos para vivir el siguiente año y comenzamos a engordar un chanchito para comerlo y sacar manteca, y así hasta que se llegó este tiempo donde habitamos más de 600 personas sólo en el pueblo…

Hoy que ya vienen de vez en cuando las religiosas hemos tenido reuniones con ellas para ver en que forma nos ayudan y nos han oído nuestras peticiones porque nos han dado una ayudita para comprar lo necesario. Pero dado el caso que el día 24 de marzo, que íbamos a celebrar el séptimo aniversario de monseñor Romero, se hicieron presente la policía y no celebramos porque hubo una balacera en plena plaza y nos separamos huyendo. Amarraron a un señor Miguel Navarro, directivo, y Germán Serrano, también directivo. A este último sólo porque llegó a decirles que lo que estaban en la bodega eran granos, azúcar; y también fue llevado preso. También es alfabetizador con esfuerzo de la comunidad.

Lo que hicieron fue llevarse todo lo que había en helicópteros, el azúcar, el frijol, 16 sabanas que las íbamos a dar a los ancianitos, unas cuatro guitarras que las que queríamos para un coro de la Iglesia, tres compradas y una regalada por unas delegaciones de la ciudad de Madison. Pero todo eso fue llevado en unos helicópteros. También una pequeña tienda que se había establecido hacía dos semanas para unos ancianitos que tenían más necesidad y para unas viudas con niños. Lo que se había invertido eran mil colones de un dinero donado por las mismas delegaciones de Madison. Pero todo esto fue llevado en helicópteros, dejándonos en la intemperie de nuevo.

Lo siguiente que hicieron fue que una casa que un señor había prestado a unas personas para que alzaran la cosecha fue desmalbaratada. Los señores dueños de ese maíz eran un anciano de 70 años, Expectación Hecheverría y otro joven, Manuel Sosa… Y con lujo de barbarie dijo el señor que me dijeran a mí que él había regalado ese maíz porque era de un hijo mío. Y la casa es de mi padre. Y también mi casa la destruyen siempre que estos señores vienen, pues ahora le quebraron el techo. ¿Hasta dónde es el odio? Que otros pagarán por mí. Así fue Cristo, azotado, hasta crucificado.

Si estamos en este pueblito es porque aquí nacimos y nuestro gobierno dice que estemos donde nacimos. ¿Por qué nos manda a capturar? ¿Por qué llevarnos lo que nos regalan? Pedimos por sus medios, vengan los derechos humanos, Cruz Roja Internacional, Iglesia para que constaten lo hecho. Teníamos banderitas blancas puestas en las alturas al contorno del pueblo. Las anduvieron quitando no sabemos con qué fines. Rogamos a nuestro presidente no nos mande a quitar lo que nos regalan estas instituciones humanitarias y que cesen las capturas de esta comunidad porque no nos metemos en nada. Sólo pensamos en trabajar. Pero si así nos llevan, nos aniquilarán lentamente, quitándonos lo que nos mandan, sin dar paso a medicinas con tanta enfermedad. No hay paso a mercancía, no nos dan párroco, no nos dan profesores… Sólo nos dan terror con aviones a ametrallar, con operativos de esa naturaleza. ¿Cuál es el bien que nos da nuestro gobierno?

En detalle lo que nos llevaron: 22 quintales de azúcar, 13 cajas de material escolar conteniendo 1028 cuadernos, 17 medios de frijoles, 15 yardas de manta blanca, 4 llaves de chorros, 2 lámparas Coleman, 3 quintales de sal, 2 quintales de cal, 4 guitarras, 16 frazadas que eran de ancianitos.

Pido sea oída mi petición. A constatar mi conducta con la comunidad.

(Carta a las Iglesias, 1-15 mayo, 1987, p. 7-8)


Esta carta fue dirigida a nuestra universidad para ver si nosotros podíamos ayudarles en su desesperación. Es del mes de mayo de este año y refleja una situación usual. Ante todo, se trata de un grupo de desplazados que hubieron de huir de su pueblo porque les amenazaba la muerte, como se refleja en el testimonio anterior. Pero pasados algunos años en un refugio en una forma de vida por un lado segura pero por otro falsa y coartadora, deciden volver a su pueblo natal. Ya les han prometido que se respetarán los derechos humanos y con esa seguridad quieren recuperar sus pobres ranchos y su poco de tierra donde volver a sembrar su maíz. En el pueblito, Arcatao, no hay luz, no hay tiendas, no hay farmacias, no hay escuelas ni párroco, porque se supone que es un pueblo en el que está más tiempo la guerrilla que el ejército. Más aún no se permite que lleguen medicinas, que lleguen alimentos. Pero aún así algunos de los nacidos en el pueblo quieren volver. El ejército desconfía de ellos. Supone que simpatizan con la guerrilla los pobladores del lugar. Viven en gran pobreza, pero no es esto lo que les asusta. Con un poco de ayuda son capaces de unirse, de trabajar juntos, de progresar. No tienen grandes ambiciones y viven muy intensamente su fe cristiana. Se ven, como otros Cristos, azotados y crucificados. “Solo pensamos en trabajar”, así dicen. La guerrilla les respeta sus sembrados y cuando requiere sus alimentos les paga por ellos. Esto les sirve para comprar otras cosas, para buscar medicinas, que no las deja pasar el ejército, a pesar de haber entre ellos “tanta enfermedad”.

Los testimonios podrían multiplicarse. Guatemala, Honduras y Nicaragua desde otra perspectiva podrían multiplicar relatos como estos. Muchos de ellos ya han sido difundidos internacionalmente y han originado una gran solidaridad por todo el mundo. Hay ciudades norteamericanas que se hermanan con pueblitos salvadoreños y les mandan ayuda. No es esa la solución, pero es por lo menos un signo de esperanza y un poco de protección. Otros muchos países del mundo, cada uno con su propia peculiaridad, podrían ofrecer más y más pruebas de cómo se maltratan los derechos humanos en la mayor parte de los pueblos de la tierra. No depende esto de la mala voluntad de unas pocas personas, no depende principalmente de que los corazones de tal o cual hombre se hayan endurecido, de modo que con su conversión todo quedaría resuelto. Se trata de algo más estructural. Cambian los hombres y los hechos apenas cambian. La pobreza mundial es, por definición, un problema mundial y, en consecuencia, un problema estructural. Depende del orden económico internacional, depende del orden político internacional, depende de la predominancia de los nacionalismos sobre las necesidades actuales de la humanidad.

Todavía hay que hacer una última advertencia. Si el problema de los derechos humanos puede decirse que ha ido mejorando paulatinamente a nivel mundial, por más que queden manchas afrentosas de represión, el problema de la pobreza va empeorando. Son cada vez más los pobres que viven cada vez más pobremente. Y mientras el número de ricos o de personas que viven de modo aceptable humano crece a lo más aritméticamente, el número de las personas que viven inhumanamente sigue creciendo geométricamente. Nunca en la historia de la humanidad ha habido tanto número de pobres. Sólo mañana habrá más pobres que hoy; sólo mañana la pobreza de ese número mayor de pobres será mayor y más profunda que la de hoy. Y esto cuando habría la posibilidad real y de no tan difícil ejecución de resolver este problema, de revertir el proceso, si las naciones y sus dirigentes buscaran más el bien de la humanidad que el dominio y la explotación sobre ella, buscaran más el bien de la humanidad que el dominio y la explotación sobre ella, buscarán más el que la humanidad toda vaya liberándose que el tenerla dominada con el fin de que no resulte un peligro para la sobreabundancia y el predominio de unos pocos.

La esperanza contra toda esperanza

Lo que esta situación debe suscitar no es desesperanza sobre todo entre jóvenes. Al contrario debe despertar esperanzas y compromisos. Este escándalo de la humanidad debe ser superado. No debe ser tolerado en primer lugar por quienes tengan un mínimo de conciencia y aún alberguen en sus mentes una dosis, siquiera pequeña, de idealismo. Pocas tareas más importantes humana, técnica y políticamente que la de encontrar remedio permanente a esta situación inhumana, que deshumaniza mucho más al rico que al pobre, al verdugo que a la víctima. Por eso a la protesta debe seguir, inmediatamente, el poner manos a la obra. Una vez reconocido el problema, una vez sentida la compasión que ese problema merece, una vez avergonzados y confundidos porque nuestros padres y nosotros hemos hecho un mundo intolerable, hay que despertar la decisión inquebrantable de cambiarlo y la pasión por buscar soluciones efectivas para ello.

No es que no se haga nada en este punto. Hay bellas iniciativas personales, institucionales y nacionales. Dado el país que acoge esta reunión de jóvenes de todo el mundo, quisiera hacer referencia a la Nuova disciplina della cooperazione dell’Italia con i Paesi in via di sviluppo, que es una ley del gobierno italiano del 26 de febrero de 1987, es decir, de este mismo año, precisamente la finalidad de esa ley


Persegue obiettivi di solidarietà tra i popoli e di piena realizzazione dei diritti fondamentali dell’uomo…(). Essa e finalizzata al soddisfacimento dei bisogni primari e in primo luogo alla salvaguarda dellla vita umana, alla autosufficienza alimentare, alla valorizzazione delle risorse umane, alla conservazione del patrimonio ambientale all’attuazione e al consolidamento dei processi di sviluppo. La endogeno e alla crescita economica, sociale e culturale dei paesi in via di sviluppo. La cooperazione allo sviluppo deve essere altresi finalizzata al migioramiento della condizione femminile e dell’infanzia ed al sostegno della promozione della donna. (Gazzetta ufficiale della Repubblica italiana, Roma, 28 febbraio, 1987, p. 5-29)


Es muy de subrayar también, frente a la tentación de querer resolver la protesta de los pueblos pobres por la amenaza de la vía militar y no por el impulso a un desarrollo y liberación endógenos, que la ley italiana prohíbe que esta ayuda de cooperación pueda utilizarse directa o indirectamente para financiar la actividad de carácter militar ( cfr. mx art. l, n. 5). Y la ley enumera toda una serie de actividades posibles en esta ayuda que ofrecen muchas posibilidades a quienes deseen prestar su apoyo activo y que también son en sí mismas de gran significado y efectividad para los países y los pueblos que buscan salir del subdesarrollo (cfr. art. 2). En la ley están presentes, pues, los tres conceptos fundamentales del subdesarrollo, solidaridad y derechos humanos. Sólo la solidaridad permitirá en primer lugar, la contribución al subdesarrollo y con él la contribución a la promoción de los derechos humanos. Cuantos países y personas contribuyen directa o indirectamente al subdesarrollo, sobre todo si es por comisión pero también si es por omisión, contribuyen directa o indirectamente a la violación de los derechos humanos. Pero, en segundo lugar, la solidaridad contribuirá positivamente a superar a la vez el subdesarrollo y la violación de los derechos humanos. Los derechos humanos en referencia, vistos desde el subdesarrollo, son precisamente la satisfacción de las necesidades básicas y primarias, sobre todo aquellas sin las que no puede salvaguardarse la vida humana Y esto no se logrará a la larga sin un crecimiento económico y social, fruto de un desarrollo endógeno.

El haberlo visto así y el haber enfocado la cooperación con los países en vía de desarrollo desde esta perspectiva es una gran virtud de la ley italiana de cooperación.

Esta solidaridad cobra especial color si se trata de una solidaridad promovida por los jóvenes. Los jóvenes no son responsables de lo que ha sucedido hasta ahora pero sí lo son de lo que suceda desde ahora. No están todavía entrampados por los intereses económicos y por los egoísmos nacionalistas ni tampoco por proyectos políticos de dominación. Pero dentro de pocos años, si no se da ya una revolución juvenil, entrarán a formar parte de la sociedad dominante y con ello serán responsables de los males de nuestro mundo. Precisamente al no estar maleados todavía por los intereses económicos, políticos y sociales puede esperarse de ellos mejor comprensión de la solidaridad. Esta solidaridad está basada en el hecho mismo de la juventud. Los jóvenes tienen en común no sola la humanidad todavía no dividida y contrapuesta sino su propia juventud. Ser humano y ser humano de esta forma que es ser joven implica una mayor comunidad que la diversidad de clase social y, sobre todo, la diversidad nacional. Hay ciertamente una gran diversidad de culturas que debe ser respetada y preservada. Pero está el hecho biológico, psicológico y cultural de la juventud que se sobrepone a otras muchas diferencias. Aunque el ejemplo no es satisfactorio por diversas razones, la comunidad de gustos en el vestido en la música, en el modo de alejarse de la vida de sus mayores tanto de jóvenes en la Unión Soviética como en Estados Unidos, tanto en la India como en China, tanto en África como en América Latina muestra hasta qué punto el hecho primario de la juventud supera diferencias raciales, económicas, políticas y aun culturales. Hay, pues, en ello una solidaridad primaria en la que los jóvenes de todo el mundo pueden unirse para protestar por la situación inhumana de la mayor parte de la humanidad y especialmente de la mayor parte de los jóvenes de la humanidad y para proponerse seriamente la superación de tanta injusticia, de tanto despilfarro, de tanta violencia. Proseguir mecánicamente el pasado, no obstante los valores que haya en ese pasado, no puede llevar sino a la repetición y a la propagación de la injusticia, a ser cada vez menos humanos, a ser cada vez más marionetas de un dinamismo impersonal que pone el lucro y la dominación, el acaparamiento de los recursos y la imposición por encima de todo valor y de toda decisión personal. Jóvenes del todo mundo, uníos podría ser, no un correctivo de las frases paralelas proletarios del mundo entero, uníos o pueblos oprimidos del mundo, uníos, ni menos un sustitutivo, pero sí un planteamiento radical que pudiera poner el problema en otros términos.

La juventud en este problema del subdesarrollo y de los derechos humanos está sometida a desviaciones fáciles. La primera es la de mirar por sí y no por los otros y en ese sentido la de pasar de largo sin querer atender a lo que realmente está pasando en el mundo, no obstante nuestra responsabilidad en eso que está pasando. Darse, por tanto, cuenta de lo que está pasando en el mundo, en todo el mundo y no sólo en los límites pequeños de las fronteras nacionales o regionales y darse cuenta de ello en profundidad sería el primer arranque contra esa tentación de la ignorancia interesada o del descuido. Lo contrario sería irresponsabilidad y egoísmo. Hay muchas fuerzas interesadas en mantener drogados a los jóvenes para, por un lado, debilitar su potencial revolucionario de protesta y, por otro, para hacer de ellos un gigantesco mercado de consumo donde colocar bienes y servicios inútiles. Las dos cosas van juntas y contribuyen doblemente al sostenimiento y fortalecimiento del status quo, caracterizado por la injusticia estructural a nivel mundial. La segunda, es la de declararse impotente ante tanto mal: la injusticia es de los otros y no está en nuestras manos resolverla. Conceded fácilmente que no es responsabilidad de los jóvenes lo que está pasando y que la juventud poco puede hacer por remediarlo, la conclusión es la de vivir la juventud y esperar en el mejor de los casos a tiempos ulteriores en que se acceda al control de la situación. Mala suerte para los miles de millones de jóvenes que les ha tocado la desgracia de nacer en un país subdesarrollado donde no se puede satisfacer las necesidades básicas y mucho menos dedicarse al disfrute irresponsable de los años juveniles. ¿Acaso debo ser yo valedor de mi hermano? ¿Es que acaso los demás jóvenes del mundo son mis hermanos? La falta de esperanza lleva a la inacción y así el mundo de los mayores otra vez sale ganando porque la voz profética, la voz de denuncia y de utopía que corresponde a la juventud, ya no es escuchada. Este desaliento del sin sentido de la vida real que ofrecen los mayores puede llevar y de hecho lleva a excitaciones fáciles por la vía de la droga o el sexo, del éxtasis venido desde fuera y no crecido desde dentro.

De otro tipo es la reacción ante la injusticia que lleva a la violencia. La confusión de revolución con violencia puede ser una confusión noble e idealista, pero no deja de ser una confusión. El joven, se dice, es por edad revolucionario. Tiene un gran sentido de la justicia y se despiertan en él grandes ideales. Siente con claridad lo que no debe ser y no debe hacerse sobre todo en el ámbito de lo justo, aspira a que el mundo sea mejor, a que el mundo pueda cambiarse hacia fronteras más luminosas. Es también valiente y arriesgado. Pero puede entrar pronto en desesperación. La desesperación toma dos formas. Una la de dejar de esperar, la de no esperar ya en nada, pero otra la de la indignación. Cerradas todas las vías de la lucha pacífica por la justicia, la impaciencia, justa impaciencia muchas veces o por lo menos comprensible, le lleva al uso de medios violentos, no exclusivos los de la lucha armada. El querer conseguir, la paz, la justicia, la mejora de los derechos humanos, el desarrollo económico y liberador por medios violentos no deja de ser una tentación y siempre es un peligro. Más aún, siempre es un mal. A veces se recurre a la teoría del mal necesario para entrar por ese camino. Pero esta excusa, tras la que muchas veces hay o un idealismo sin contraste con la realidad o una ambición de poder, puede llevar a males gravísimos. No quisiera hacer aquí una teoría de la violencia ni tampoco una simplista condena de ella. Basta con advertir que puede ser uno de los tipos de reacción juvenil al que en principio no se debe llegar y al que la mejor manera de superar es logrando o que el mundo no sea tan inhóspito e injusto o que se den salidas no violentas para quienes tienen hambre y sed de justicia.

De ahí que se deba promover otra posición superadora por parte de los jóvenes y de los jóvenes de hoy frente al problema del subdesarrollo y de los derechos humanos. La juventud es precisamente la etapa decisiva de la vocación. La vocación es uno de los sucesos excepcionales de la vida humana. Es el momento crucial de oír la llamada casi última de la realidad y de responder a ella. Es el momento, corregible más tarde, de enderezar la existencia hacia un rumbo o hacia otro. En la vocación se adjunta la llamada de la realidad, la que nos rodea y la que somos nosotros mismos y la que fundamenta lo que nos rodea y la que nosotros mismos somos, a la que nosotros queremos ser y a lo que vamos a hacer. Pues bien, no creo que pueda quedar fuera de este planteamiento vocacional decisivo el tener presentes los clamores de la realidad del subdesarrollo y de la violación de los derechos humanos. Teológicamente podemos decir que a través de esos clamores de la humanidad que llegan hasta el cielo estamos escuchando nada menos que la voz de Dios. Desde una perspectiva más secular estamos escuchando la voz más profunda de la humanidad, una de las llamadas más apremiantes y más dignas de tenerse en cuenta. ¿Cómo responder a esta llamada, a esta vocación?

La palabra solidaridad es ya de por sí una gran respuesta. Ser solidarios con el dolor del mundo, ser solidarias con la tarea de liberar a la humanidad y para ello desarrollarla y superar las trabas que imposibilitan, social, económica, política y culturalmente el respeto a la dignidad humana, el respeto a los derechos humanos supondría un primer paso fundamental. Antes de saber a qué vamos a dedicarnos en concreto, a preguntarnos en qué va a consistir nuestra ayuda, es indispensable sentar esta primera vocación de solidaridad. No de solidaridad abstracta con la humanidad sino de solidaridad concreta, la solidaridad de la opción preferencial por los pobres, por el mundo de los pobres. Hay que suscitar más y más una responsabilidad solidaria con ellos y para eso hay que conocerlos y a ser posible convivir con ellos. No podemos repetir el grito de Caín, surgido precisamente de una responsabilidad que no desea asumir: ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano? Ciertamente no. Lo que si eres es el asesino de tu hermano o, al menos, el que le ha dejado morir y sufrir pudiendo evitarlo.

Una vez alcanzada y revivificada esta solidaridad lo importante es contribuir al desarrollo. Para ello oponerse a todas aquellas medidas nacionales e internacionales que obstaculizan el desarrollo (intercambio desigual, la deuda externa, la intoxicación consumista, la venta de armas, etc.) y favorecer las que lo apoyan, siempre que el desarrollo libere y no lleve a someter la identidad y la autonomía de los pueblos, su auténtica soberanía. Esto se puede hacer presionando en el interior de cada uno de los países desarrollados, pero también se puede hacer acudiendo a prestar ayuda, temporal o permanente en los países subdesarrollados. Ninguna de las dos es tarea de poca importancia. Muchas muertes por hambre o enfermedad han sido evitadas gracias a la ayuda generosa venida desde fuera. Muchas muertes también venidas de la represión y del terrorismo de estado se han evitado gracias a la conciencia vigilante de pueblos e instituciones que han clamado en favor de los derechos humanos. Y, visto positivamente, la vida ha empezado a robustecerse por la colaboración inteligente de instituciones gubernamentales y no gubernamentales, sobre todo cuando la ayuda no va a manos gobiernos corruptos sino a instituciones que poseen en primer lugar no el alcanzar el poder o mantenerse en él sino el servir a las mayorías populares, sean ellas sindicatos, universidades, iglesias y cualquier otro tipo de organización.

En la actual coyuntura de América Latina y especialmente de Centroamérica está presencia solidaria es de la mayor urgencia. Hoy, tras Esquipulas II,2 el documento firmado por todos los presidentes centroamericanos, incluido el nicaragüense, hay mayores posibilidades de paz en Centroamérica y con ella mejores oportunidades para un desarrollo que cuanto antes redunde en beneficio de las mayorías populares. Para conseguir esta paz en el momento actual ha de detenerse el proyecto guerrerista de la administración Reagan, que en esto no solo desconoce la voluntad del pueblo centroamericano sino la de su propio pueblo, que una y otra vez reclama soluciones políticas y no militares. Hay también más a la larga contrarrestar el influjo desmedido de los Estados Unidos, país predominantemente sajón y capitalista, sobre los países latinoamericanos, países predominantemente latinos y víctimas del capitalismo. En esto mucho tiene que hacer Europa y la ayuda europea. Tres son los mecanismos fundamentales a través de los cuales Estados Unidos ha mantenido su influjo dominador sobre el área centroamericana: el militarismo, la ayuda económica, la invasión cultural.

Los tres mecanismos alcanzan su máxima efectividad allí donde se da mayor dependencia económica. Cuando Europa tome más en serio su presencia en América Latina, cuando se decida a participar solidariamente en el destino de los pueblos latinoamericanos, surgidos sobre todo de la Europa latina, mediante un mayor respaldo político, una más cualificada contribución cultural y una mayor ayuda económica, los países latinoamericanos, sobre todo los pequeños países de Centroamérica, podrán recuperar su capacidad de autodeterminación y podrán entrar por una vía de desarrollo que satisfaga las necesidades básicas de forma endógena y promocione los verdaderos derechos humanos, mucho más allá de las apariencias exigidas por una democracia formal.

Hubo una participación colonialista de Europa en los destinos de América Latina. Tras ella se impuso el colonialismo y el imperialismo norteamericano todavía muy difícil de resistir, cuanto más de superar. La solución no está en el aislacionismo ni en el antagonismo. Está más bien en la solidaridad. Mucho pueden dar los pobres a los más ricos. Ahora les están dando más y más capital así como materias primas y alimenticias a muy bajo precio. Pero este dar es obligado. El verdadero dar de los países pobres a los ricos está centrado en otras dimensiones. Una, la del dicho evangélico que es más feliz el que da que el que recibe: al dar solidariamente a los oprimidos de la tierra, el dador se libera de su pecado y engrandece su ser personal; por ello es más feliz. La otra, es que en el mundo de los pobres, que conscientes de su pobreza luchan por su propia identidad liberada, hay una inmensa riqueza humana y una tarea llena de sentido. Los cristianos sabemos que en los pobres se esconde nada menos que el Dios encarnado y que, por tanto, son ellos, en definitiva, el lugar de la luz y de la gracia. Por eso la superación del subdesarrollo a través de la satisfacción endógena de las necesidades y la promoción de los derechos humanos por medio de la solidaridad de los jóvenes es, en definitiva, una nueva vocación, una nueva llamada a la realización del Reino de Dios entre los hombres, a la planificación de la humanidad que sólo así quedará salvada históricamente.



Septiembre de 1987



DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v21i55.1096



1 Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Coalición de movimientos guerrilleros formada por cinco organizaciones: La Fuerzas Populares de Liberación (FPL), Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP), Resistencia Nacional (RN), Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroaméricanos (PRTC) y Partido Comunista Salvadoreño (PC). Nota del editor.

2 Esquipulas II es el nombre de un acuerdo diplomático orientado a la desmilitarización y pacificación del área Centroamericana acordado por los gobiernos de Centroamérica y que significó en su momento el inicio del fin de los conflictos armados, motivo por el cual el presidente costarricense Oscar Arias recibió el premio Nobel de la Paz en 1987. (Nota del editor).

* Presentación realizada por el Dr. Ángel Sermeño Quezada, profesor-investigador de la Academia de Ciencia Política y Administración Urbana en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Correo electrónico: angel.alfredo.sermeno@uacm.edu.mx Agradecemos la colaboración de Ximena Cruz Calderón, Claudia Yesenia Delgadillo Alejandro y Mauricio Dónovan Valdivieso Solís quienes realizaron la transcripción del texto.

Volumen 21, número 55, mayo-agosto de 2024, pp. 213-237
ISSN versión electrónica: 2594-1917
ISSN versión impresa: 1870-0063