Entrevista
Serie Un lugar, fotógrafa Esther Pita.
DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v21i56.1131
Sobre gubernamentalidad, expertos y una ciencia biosocial. Entrevista a Nikolas Rose
Sebastián Escámez Navas*
Javier Zamora García**
Como justificamos ampliamente en la introducción, la obra de Nikolas Rose representa un ejercicio fiel de componer una historia crítica de nosotros mismos, análoga a la de Foucault. En este ejercicio, junto a Peter Miller, Paul Rabinow, Pat O’Malley y otros, Rose impulsó los estudios sobre gubernamentalidad en el ámbito anglosajón. El empleo de las técnicas de sí como categoría analítica debe mucho al enfoque de la gubernamentalidad y avalaría por sí solo la elección de Nikolas Rose como entrevistado en este dossier. Sin embargo, nos parece igualmente relevante la obra de Rose posterior a abandonar, al menos explícitamente, la gubernamentalidad como noción clave de su trabajo: su investigación sobre cómo los desarrollos en biología y neurociencia inciden en la manera en que concebimos la identidad humana, la normalidad y la patología; así como sus propuestas sobre el modo de enfocar la psiquiatría, la gobernanza de la ciencia o el urbanismo.
En la siguiente entrevista, que llevamos a cabo en junio de 2024 a través de correo electrónico, Nikolas Rose nos habla de los motivos que le condujeron a interesarse por las técnicas de sí, así como a rechazar la noción marxista de falsa conciencia. Igualmente, se pronuncia sobre su interés en el papel de los expertos como actores políticos y su incidencia en la construcción de las subjetividades, así como sobre el uso recurrente del “neoliberalismo” en la investigación sobre el gobierno de la conducta. Por último, bosqueja el enfoque biosocial que urge a adoptar en sus últimos trabajos para el abordaje de los problemas sociales y políticos.
Agradecemos mucho a Nikolas Rose su generosidad en acceder a esta entrevista en un momento en el que se encontraba especialmente ocupado.
–Las técnicas de sí han ofrecido un fértil aparato teórico y metodológico para analizar la relación entre poder, saber y subjetividad. En el estudio de tales técnicas, tu trabajo ha sido fundamental: lo que hoy entendemos por técnicas de sí debe mucho a tu investigación en campos como la psicología, la contabilidad, el consumo, la biomedicina o las neurociencias. ¿Qué tipo de cuestiones piensas que pueden abordarse de manera productiva con el marco foucaultiano de las técnicas de sí? ¿Cuáles de esas cuestiones son las que más te han interesado?
–Mi interés por las tecnologías y técnicas de la personalidad y el yo estuvo vinculado con la pregunta general sobre qué tipo de personas consideramos que somos en nuestro presente (o considerábamos que éramos en otros tiempos y lugares), por qué nos entendemos de ese modo y cuáles son las consecuencias de tal entendimiento para nuestra conducta. Una idea fuerza de mi trabajo ha sido que los conocimientos y los mandatos codificados desempeñan un papel clave y que, además, ha sido muy relevante la influencia de las ciencias en muchas de nuestras sociedades desde el siglo XIX: las ciencias de la vida, las ciencias médicas, las ciencias psicológicas y sociales, etc. Con sus pretensiones de verdad, estas ciencias han permitido que se crearan vínculos entre las aspiraciones de las autoridades de gobernar y regular diferentes aspectos de la vida personal y social y la conducta real de los seres humanos. Eso sí, los deseos de las autoridades se entrecruzaban de forma compleja con los mandatos de otros que afirmaban “saber” y ofrecían consejos sobre cómo vivir la propia vida y que, ciertamente, se han multiplicado en la actualidad.
–Al reflexionar sobre la intersección entre normas sociales y conducta ética, podría decirse que las cuestiones que describes guardan un importante parecido con los fenómenos ideológicos, si definimos la ideología como una cosmovisión que guía nuestras acciones cotidianas. Sin embargo, como has afirmado en textos como Governing the Present (2008), cuando comenzaste tu trabajo preferiste dejar de lado aquellos marcos teóricos que empleaban la noción de ideología. ¿Por qué?
–Cuando escribí Governing the Present, había rechazado la noción de ideología por varias razones. Algunas tenían que ver con una crítica general a los estilos de pensamiento marxistas. Además, consideraba que el término “ideología” no resultaba apto para fundamentar investigaciones sobre las relaciones de poder en épocas y lugares concretos. Por último, no compartía que el análisis y la crítica de la ideología tuviese por objeto desvelar la falsedad de ideas y creencias. Para mí, lo importante no era la falsedad, sino la verdad: que determinados modos de pensamiento y no otros conformen lo que se entiende comúnmente por «verdad», el modo en que se generan esos estilos de pensamiento, el modo en que circulan y cuáles son sus consecuencias. Como alternativa, desarrollé investigaciones específicas y limitadas –empíricas, pero orientadas a desarrollar conceptos– sobre cuestiones que me parecían significativas en momentos y lugares concretos.
–Uno de los rasgos distintivos de tu trabajo es que, al estudiar cómo se determina la conducta humana, has prestado atención a discursos y saberes mundanos, más que a teorías filosóficas. Concretamente, te has fijado en cómo esos discursos y saberes son elaborados por grupos de expertos. Ciertamente, en nuestras actuales sociedades democráticas vivimos rodeados de expertos que aspiran a influir en cómo gestionamos nuestra salud física o emocional, cómo amamos, cómo trabajamos, cómo hacemos ejercicio o educamos a nuestros hijos. ¿Crees que esta importancia de los expertos es típica de las sociedades occidentales contemporáneas?
–Ciertamente, como resultado de mi investigación y del trabajo realizado con otros, llegué a reconocer la importancia de los “expertos del alma humana” para la gestión de la subjetividad en las sociedades “democráticas” y el papel que desempeñaban en las diferentes configuraciones del poder. Sin embargo, no veo ninguna razón para no reconocer estilos de pensamiento similares en los regímenes políticos totalitarios, ni para no considerar el papel de los expertos en la gestión de la subjetividad durante las transiciones que estábamos viendo en China, por ejemplo. De hecho, ahora hay una serie de excelentes estudios empíricos sobre el auge de la experticia terapéutica en la China contemporánea. Me refiero a trabajos como los de Jie Yang (2015, 2017) o Li Zhang (2020).
–Actualmente se publican numerosos trabajos críticos que discuten cómo nuestras prácticas laborales, de ocio, amatorias o de autocuidado, con frecuencia mediadas por el conocimiento experto, constituyen formas de gobernarnos. Con gran interés, muchos de esos trabajos relacionan esas prácticas con el neoliberalismo. Sin embargo, no es raro encontrarnos en algunas de estas investigaciones una concepción demasiado simplista del poder, según la cual cada nuevo acontecimiento es una nueva encarnación del mismo fenómeno (en concreto, del neoliberalismo). Esto no sólo homogeneiza la realidad e impide captarla en toda su complejidad, sino que también fomenta una sensación de impotencia. Si todo es neoliberal, ¿cómo escapar o resistirse al neoliberalismo? Por contraste, tu trabajo ha intentado combatir estos problemas desde un enfoque basado en la gubernamentalidad; un enfoque que, siguiendo el espíritu de Foucault, nos permite entender las relaciones de poder como el producto de múltiples factores que no comparten un único centro, son heterogéneos entre sí y varían según el contexto.
–Para mí, los conceptos son útiles en la medida en que permiten analizar los problemas, y hay que cambiarlos, desarrollarlos, sofisticarlos o simplificarlos según lo exija la situación. Nunca he pretendido elaborar una “etnografía de la experiencia vivida”, sino que he intentado comprender cómo y por qué algunas autoridades han llegado a pensar y actuar de determinadas maneras y con qué consecuencias. Además, he intentado comprender cómo esas mismas autoridades evaluaban, cambiaban y desarrollaban sus planteamientos a la luz de los pocos éxitos y los muchos fracasos que identificaban en la consecución de sus objetivos. Como decimos Peter Miller y yo en algún lugar, aunque las estrategias de conducta son eternamente optimistas, también son congénitamente fallidas, y sus fracasos abren oportunidades para el desarrollo de otras estrategias (que casi inevitablemente fracasarán a su vez).
–Una de las señas características de tu pensamiento es que no defines la gubernamentalidad que emergió a partir de los años 80 como neoliberal, sino como “liberal avanzada”. El liberalismo avanzado es igualmente el marco donde ubicas tus estudios sobre los aspectos sociales de la biomedicina o la neurociencia. En Powers of Freedom (1999), identificas este “liberalismo avanzado” con una racionalidad de gobierno “a distancia”. Se trataría de una racionalidad que responsabiliza a los individuos para conducir sus propias vidas, pero que requiere, al mismo tiempo, que la sometan a la supervisión de ciertos expertos elegidos a través del mercado. También en Powers of Freedom planteas que la “gubernamentalidad liberal avanzada” se desarrolló gracias a autores neoliberales, pero no la llamas “gubernamentalidad neoliberal”, sino “liberal avanzada”. ¿Qué razones te llevaron a utilizar esos términos?
–A pesar de su éxito relativo, el despliegue de cuerpos de expertos que gozaban de autonomía significativa respecto de las autoridades permitió que el «gobierno» de la conducta se efectuara “a distancia” del dominio convencional de la política. Pero es importante entender cómo se desarrolla ese proceso. El papel de esos expertos fue adquiriendo cada vez más importancia a medida que aumentaban las críticas sobre el alcance de los poderes de los modernos Estados del “bienestar” y sus intentos de “planificar” y gestionar las sociedades. Aquellas críticas señalaban que los Estados fracasaban a la hora de conseguir sus objetivos, y el resultado de sus acciones era más bien encerrar a amplios sectores de la población en la dependencia y el clientelismo, al tiempo que se fomentaba el crecimiento de una vasta, ineficaz e interesada burocracia del bienestar. Las críticas no solo procedían de expertos autodenominados «neoliberales», sino también de socialistas, liberales y conservadores, así como de científicos sociales. No todos esos actores celebraban el “mercado” –y mucho menos en su forma más pura–, pero sí que apostaban por estrategias que aumentasen la autonomía y la capacidad de acción de los individuos y las organizaciones bajo nuevas formas de regulación (lo que en el Reino Unido se denominó “Nueva Gestión Pública”). Aunque existen “semejanzas de familia” entre los planteamientos adoptados en distintos países, el uso reiterado del término “neoliberal” homogeneiza inútilmente las distintas políticas y sus consecuencias y es por lo que pienso que apelar al neoliberalismo dificulta los análisis necesarios para evaluar lo que se hizo y formular alternativas.
–Como decíamos, uno de los rasgos que atribuyes a la “gubernamentalidad liberal avanzada” es que implica un cierto desplazamiento en la función de los expertos. El poder de los expertos va a estar mediado por las elecciones autónomas que hagan las personas, pudiendo elegir entre diferentes formas de experticia con el fin de gobernarse a sí mismas: entre diferentes modelos educativos, diferentes medicinas y estilos de vida para cuidar y mejorar cuerpo y cerebro, o diferentes terapias psicológicas para edificar el alma. Resulta tentador conectar ese diagnóstico con el de quienes señalan que hoy vivimos en un momento de posverdad, donde el experto ha perdido su autoridad tradicional, y el conflicto entre valores es tan fuerte que resulta difícil encontrar un suelo común.
–En cuanto a la proliferación de expertos en la actualidad, la multiplicación de autoridades del cuerpo y del alma, la reducción del umbral necesario para entrar en el régimen de las verdades potenciales, etc., no me siento capacitado para hacer comentarios que vayan más allá de lo obvio: la autoridad de la ciencia ha sido objeto de críticas por múltiples razones.
Tristemente, los teóricos sociales son en parte responsables de la crisis de confianza en la ciencia, pero la principal responsabilidad no es cosa suya. Hoy en día los medios para difundir informaciones con pretensión de veracidad se han multiplicado, y también son mayores los incentivos –políticos, financieros y de reputación– para hacerlo. Con todo, no estoy seguro de que exista un declive general de la “deferencia hacia la autoridad”, como sugieren algunos, sino más bien que hoy en día se puede reivindicar la autoridad sin pasar por las pruebas de verdad características de la ciencia.
Tal vez debiéramos fomentar un mayor reconocimiento de los obstáculos que han de superar las afirmaciones científicas antes de alcanzar la verdad, al tiempo que animamos a quienes pretenden ser autoridades científicas a ser más humildes respecto al carácter provisional y discutido de sus afirmaciones. Para que la autoridad y los expertos gocen del estatus y el poder de la legitimidad, deben estar dispuestos a someter sus afirmaciones a un análisis riguroso. La humildad podría ser una forma más poderosa de conseguir que se acepte una afirmación de verdad: los que proclaman a voz en grito y con orgullo que saben lo que es bueno para el cuerpo o el alma, o lo que es cierto en el ámbito de la política, suelen ser los que menos pruebas presentan de sus afirmaciones. No obstante, debo dejar que sean otros los que lleven a cabo el trabajo empírico y conceptual necesario para ofrecer una cartografía crítica de nuestro presente. Un trabajo que sin duda debe ser más sensible a la diversidad geopolítica histórica que el que yo emprendí sobre estas cuestiones hace cuatro décadas.
–En tus últimas investigaciones, especialmente, apreciamos una preocupación por cómo se conforma el conocimiento autorizado en ámbitos como la biomedicina, la neurociencia, la psiquiatría o el urbanismo. Se trata de una labor crítica, pero también propositiva. Propones entender la neurociencia como una ciencia social, o el desarrollo de una sociología habitacional (sociology of inhabitation) que incorpore el enfoque biosocial. ¿Qué te preocupa más de la manera en que se está desarrollando la biomedicina, en general, y la neurociencia, en particular?
–Mis últimos trabajos han desarrollado temas esbozados en libros anteriores, vinculados con la necesidad de una relación más estrecha entre los profesionales de las ciencias de la vida y las ciencias sociales y humanas. He sugerido que debe cultivarse un cierto vitalismo mundano para abordar, desde una perspectiva biosocial, los múltiples retos de la injusticia social que están inscritos en los cuerpos y las almas de nuestros semejantes. A tal fin, he intentado trabajar con quienes, tanto del lado de las ciencias de la vida como de las sociales, reconocen que resulta imprescindible colaborar con un espíritu de “amistad crítica” para desafiar las múltiples prácticas y experiencias que atrofian y limitan las capacidades de los seres humanos, individual y colectivamente. Con ese espíritu de amistad crítica escribí mi reciente libro Nuestro futuro psiquiátrico (Morata, 2020).
En términos más generales, en contra de muchas de las afirmaciones del posthumanismo, he argumentado que seguimos siendo “humanos, demasiado humanos” y que los conocimientos de la biología evolutiva humana contemporánea pueden ofrecer ideas cruciales para comprender el tipo de personas que somos y nuestra imbricación “transdérmica” con el complejo andamiaje material e interpersonal que nos proporciona la capacidad de pensar y actuar. El libro que acabo de publicar con Thomas Osborne, Questioning Humanity: Being human in a Poshuman Age (Edward Elgar Publishing, 2024) analiza estas cuestiones, conformando un alegato a favor de un humanismo provisional, moderado, naturalista y modesto.
Fuentes consultadas
Yang, Y. (2017). Mental Health in China: Change, Tradition, and Therapeutic Governance. Cambridge y Oxford: Polity.
Yang, Y. (2015). Unknotting the Heart. Unemployment and Therapeutic Governance in China. Ithaca: Cornell University.
Zhang, L. (2020). Anxious China Inner Revolution and Politics of Psychotherapy. Oakland: University of California Press.
* Profesor Contratado Doctor de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad de Málaga, España. Correo electrónico: sebastian.escamez@uma.es
** Doctor en Ciencia Política e Investigador García-Pelayo en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales de España. Correo electrónico: javier.zamora@cepc.es
Volumen 21, número 56, septiembre-diciembre de 2024, pp. 353-360
ISSN versión electrónica: 2594-1917
ISSN versión impresa: 1870-0063