Reseñas
DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v22i57.1170
“Mira en qué me convertí, me encantan las pacas, me mama el dinero”. Experiencias juveniles y vidas al límite en un género musical globalizado
Charlynne Curiel*
Valenzuela, J. (2023). Corridos tumbados. Bélicos ya somos, bélicos morimos.
Guadalajara: Ned Ediciones, Universidad de Guadalajara, IICMuseo UABC.
Era la noche del 15 de junio de 2024 en la ciudad de Oaxaca y miles de personas, mayoritariamente jóvenes, adolescentes e infancias, acompañadas de sus papás y mamás, aplaudieron efusivamente al ver a Junior H aparecer en el escenario junto a una banda de casi 30 músicos. Varones y mujeres cantaron por igual un repertorio que incluyó canciones de desamor (“Prometí que iba a olvidarte, Pero me fallé, yo te volví a buscar, Porque por las noches yo fui débil, Y no pude evitar llamar a tu celular”) y celebración de personajes del narcotráfico (“Era adicto a la adrenalina, Era lo que lo activaba y sacaba el jale en caliente, En el convoy puro suicida, Listos pa’ tirar vergazos, no la pensaban dos veces”) sin distinción de edades, género, orígenes étnicos y de clase. Un concierto de poco más de dos horas mostró a este joven cantante originario de Guanajuato, que empezó su carrera como migrante en los Estados Unidos, como ídolo y emblema de un género musical que capturó el mainstream en los últimos años.
Entre 2022 y 2023 los corridos tumbados, cuyas letras van de historias de narcotraficantes, la violencia del crimen organizado y el consumo hedonista a narrativas de amor romántico y decepciones amorosas, se convirtieron en éxitos en tiempo record y acumularon oyentes por millones, encumbrado a bandas como Fuerza Regida, Eslabón Armado, Grupo Frontera y a cantantes como Natanael Cano y Peso Pluma, este último el artista más escuchado a nivel global en Spotify durante el año 2023. Muy pronto estos artistas aparecieron en las principales listas de popularidad musical como Billboard, en espectáculos de premiaciones y programas de televisión sobre todo en Estados Unidos e incluso tuvieron nominaciones y ganaron Grammys, como fue el caso de Peso Pluma por su primer disco Génesis. El gusto por los corridos tumbados se expandió por contagio y muy pronto empezaron a surgir grupos, tríos, dúos que grabaron canciones de autoría propia y en colaboración que se escuchan miles de veces diariamente en las plataformas digitales.
Para cualquier persona sin antecedentes de lo que son y representan los corridos tumbados para las juventudes, el concierto de Junior H en Oaxaca y el éxito de los corridos tumbados a nivel global parecerían excentricidades. Pero no para la mirada de un sociólogo como José Manuel Valenzuela Arce que ha dedicado buena parte de su trabajo académico a analizar los fenómenos juveniles de sectores subalternizados (1988), la relación entre cultura, narcotráfico y corridos (2002) y las violencias que configuran las trayectorias de vida de amplios sectores de la juventud en nuestras sociedades neoliberales marcadas por el autoritarismo de Estado y la expansión del crimen organizado (2022).
Muy temprano el experto juventólogo identificó que el éxito de los corridos tumbados representa un fenómeno musical, económico y político de la “mexicanidad global” que demandaba explicaciones y análisis más allá de las opiniones a favor o en contra de un género que ha despertado mucha polémica. Continuando en las líneas de investigación que lo han hecho un reconocido sociólogo de la frontera norte de México, en el libro Corridos Tumbados. Bélicos ya somos, bélicos morimos, compuesto por siete capítulos, un prólogo (escrito por el corridologo Juan Carlos Ramírez-Pimienta), un epígrafe (escrito Christian Fernández Huerta estudioso de las juventudes y las culturas digitales), un glosario y, en su segunda edición, un Post Scriptum, Valenzuela genera explicaciones tanto del contexto que ve surgir a los corridos tumbados y belicones, como de los diversos procesos que explican porqué estas canciones forman parte de la producción de sentido de millones de jóvenes en México y otras partes del mundo.
El autor recurre a una estrategia metodológica que incluye el análisis de las letras de las canciones tumbadas, de los temas más recurrentes, de la información que se ha generado sobre su consumo en plataformas digitales, noticias cuyos protagonistas son los cantantes y las bandas tumbadas, en diálogo con los datos que dan cuenta de los cambios sociodemográficos de las juventudes precarizadas en América Latina, el particular escenario configurado en México desde el año 2006 cuando el entonces presidente Felipe Calderón declaró su guerra contra el crimen organizado y las condiciones sociotecnológicas que hacen posible la proliferación del género y que forman parte de la revolución digital acelerada por las circunstancias de la pandemia del Covid-19.
Para la sociología de la cultura y los estudios de las juventudes el fenómeno no es menor pues se trata, por un lado de un proceso socio-cultural asociado a la producción de subjetividades juveniles, creación de distinción y estilos de vida basados en ciertos tipos de consumo (como se señala en el epílogo) y en la diversificación de una industria cultural que ahora habita el mundo digital y las nuevas tecnologías; por el otro lado muestra una peculiar manera de expresar las problemáticas que las juventudes experimentan desde los márgenes de un proyecto económico y político que las ha precarizado cerrando las vías para la creación de planes de vida en condiciones dignas.
Desarrollando un marco teórico compuesto sobre todo por sus propias elaboraciones conceptuales, Valenzuela entrega una explicación que atiende al surgimiento de este género musical, en tanto heredero del corrido tradicional que data de mediados del siglo XIX, pero también como una expresión juvenil que abreva de otros géneros musicales como el hip hop (“como un fenómeno de renovación cultural etnojuvenil”), el reggaetón y el trap (“como experiencia que surge en la era del internet y las redes sociales, la conectividad global”) que retrata de manera cruda las representaciones, prácticas, narrativas y las relaciones que las y los jóvenes en condiciones de marginación establecen con su entorno y con ideales que se relacionan a “dejar atrás la pobreza” y “ser alguien”.
Son una expresión musical seductora asociada a la violencia, el crimen, el poder, el hiperconsumo y el individualismo que crea, en palabras del autor, narrativas inscritas en la narcocultura, definida como “el entramado sociocultural intersubjetivo de producción colectiva de sentido de vida y de muerte, siempre al filo de la navaja en entramados sociales atrapados por violencias estructurales y estructurantes, ámbitos ominosos y osónimos” (p. 118)
En el libro queda claro que el polémico género musical no está desprovisto del contexto sino que lo expresa. Partiendo de los análisis previos que ha realizado en torno a la narcocultura y el narcomundo y de la historia que ha recorrido el género de los corridos en México, en este libro Valenzuela da cuenta de la lógica social que subyace y transforma a un género musical popular arraigado especialmente en el norte de México y de las circunstancias que tornan el narcocorrido –como un estilo que se consolida a lo largo de los años ochenta identificado sobre todo con Los Tigres del Norte–, hacia los corridos perrones –que a finales del siglo XX hicieran famosos Los Tucanes de Tijuana– y al movimiento alterado de la década de 2010 –que se popularizó también en Estados Unidos con cantantes como El Komander–. En este recorrido histórico Valenzuela pone el énfasis en identificar las condiciones estructurales, los procesos sociales, las circunstancias de vida que inspiran las letras de los corridos cuyos temas recurrentes incluyen las drogas, la empresa y el negocio, el poder, los organismos policiales, el narcotráfico en Estados Unidos, el machismo, las mujeres audaces, la valentía, la ponderación de rasgos nacionales y regionales, la lealtad y el consumo ostentoso.
En ese sentido no es casual que el movimiento alterado, como un género musical previo a los corridos tumbados, se haya identificado con elementos apologéticos sobre el uso de armas, consumo de drogas y de una violencia explícita que da cuenta de los nuevos códigos incorporados en las células del crimen organizado que además de traficar estupefacientes y armamento, incluye entre sus actividades delictivas el secuestro, la violación sexual, la desaparición de personas y el uso de la violencia extrema en una fase del capitalismo definida como gore (Valencia, 2010).
Los corridos tumbados, señala Valenzuela, se relacionan a la violencia provocada por el crimen organizado y su articulación con el Estado no porque la producen sino porque son producto de ella. Contrario a las voces que escandalizadas aseguran que escuchar esa música contagiará a las juventudes las aspiraciones de “bad hombres”, el autor muestra que las letras de las canciones no hacen sino hacer inteligibles las experiencias de vida de miles de jóvenes en el contexto producido por una guerra declarada en 2006 contra el narcotráfico cuyas consecuencias fueron el fortalecimiento de las estructuras de los cárteles, la diversificación de sus actividades, el surgimiento de jefes, patrones y grupos del crimen organizado como actores cuyas prácticas definen los ambientes sociales de regiones enteras de nuestro país. Esto conlleva a la promoción de una ideología neoliberal asociada al consumo suntuoso de, por ejemplo, ropa de diseñadores europeos (Fendi, Gucci, Chanel, Saint Laurent), camionetas de lujo, bebidas como el champagne Dom Pérignon, joyas, pero también de mujeres.
La dimensión de género aparece en dos capítulos cortos dedicados a analizar, en uno, las narrativas que se expresan sobre las mujeres en las letras de los corridos, enfatizando la estética de la mujer voluptuosa intervenida quirúrgicamente a la que le gusta “bellaquear” y se torna trofeo (conocida también como la mujer “buchona”); en el otro, a las mujeres cantantes que se han apropiado del género para ampliar desde su mirada la oferta de canciones tumbadas que retoman la musicalidad pero abordan temáticas distintas, incluso feministas, como el caso de la sonorense Ivonne Galaz.
Teniendo en cuenta las edades de quienes se han popularizado como cantantes y compositores de los grandes éxitos del género tumbado, se observa que sus vidas han estado marcadas por el discurso de la guerra contra el crimen organizado, el proceso de militarización del país y de las noticias de hazañas de los grandes capos de negocios ilícitos que aparecen en las listas que hace la revista Forbes de los hombres con más dinero en el mundo.
Así, siendo el quinto empleador más importantes de México,1 el crimen organizado garantiza dinero, poder y una vida “al límite”, como señala el autor, en referencia al tipo de prácticas sociales y estilos de vida que se desprenden de su acceso indiscriminado a bienes de consumo ansiados por quienes crecieron en ambientes de desventaja social y vieron como vecinos, compañeros de la escuela y hasta parientes accedieron a ellos cuando fueron empleados para realizar alguna actividad ilícita. En este sentido, los corridos belicones dan cuenta de los imaginarios sociales que surgen de los efectos de la implementación de la agenda neoliberal: empobrecimiento, marginación, precarización y despojo de proyectos de vida a largo plazo, ante la clausura de los canales tradicionales de movilidad social como el acceso a los derechos sociales y la educación universitaria. En escenarios como estos –violentos y convulsos– surgen y se refuerzan ideales de masculinidad asociados a la acumulación de poder y riqueza que el crimen organizado puede garantizar sin esperar demasiado tiempo:
Uno de los códigos para interpretar el movimiento cultural que enmcarca a los corridos tumbados y belicones es que insufla, aprovecha y canaliza las frustraciones y anhelos aspiracionistas de millones de jóvenes que se identifican en los juegos del poder, consumo y posesión representados en narrativas que conforman una escalera al cielo desde ámbitos cotidianos precarizados y por canales cerrados de (in)movilidad. (p. 26)
En México representan además un fenómeno cultural excepcional, ya que el corrido considerado música popular tradicional (sobre todo de la frontera norte y el estado de Sinaloa) ha sido apropiado por las juventudes (como se señala en el prólogo del libro), pero es también una manifestación que coincide con lo que las y los jóvenes racializados, rebeldes e inconformes hicieron con el rock, el punk y el rap, por mencionar unos ejemplos, en sus intentos por tener un vía para comunicar sus sueños, aspiraciones y frustraciones. Lo problemático que el autor hace inteligible es ¿por qué actualmente estos jóvenes narran este tipo de historias, hacen alarde de ciertos estilos de vida y reproducen la clase de estereotipos de género sexistas y patriarcales que abundan en las letras de sus canciones?
Si bien hay un amplio análisis sobre la naturaleza que configura los escenarios políticos, económicos, socio-culturales y simbólicos de empobrecimiento, precarización y expansión de una filosofía de vida neoliberal, Corridos tumbados entrega explicaciones más complejas para entender los procesos de “desubjetivación” de amplios sectores juveniles que habitan lo que el autor llama “el presentismo intenso” o “las vidas al límite” como opciones disponibles “frente a la ausencia de las condiciones para desarrollar proyectos viables y vidas vivibles” (p.105). Estas “asumen límites crueles e infranqueables en los sinuosos entramados del narcomundo” (p. 117-118) aferrándose “a los elementos disponibles de supervivencia”, una experiencia “que se forma desde entramados socioculturales inscritos en procesos de socialización forjados con riesgos” (p. 176).
La gran aceptación juvenil y transclasista de este estilo musical ha generado amplio debate y polémica por el contenido de las letras, la estética urbana y globalizada de los cantantes, la narrativa de los videoclips y el tipo de inquietudes que le provoca a un sector de sociedad con incitación de censura.2
El lenguaje usado para contar las historias de los corridos tumbados, que justo es una gran preocupación de las “buenas conciencias”, aparece sistematizado en un glosario que recupera palabras que se incluyen en el habla tumbada, que se apropia de elementos del spanglish, de las formas de expresión del norte de México y de palabras-código que transmiten los principios o valores que se ponen en el centro de una “vida al límite” y que solo sus usuarios pueden descifrar porque describen aspectos de actividades ilegales, ilícitas e inmorales.
En el Post Scriptum de la segunda edición, Valenzuela analiza lo que subyace a la tentación autoritaria pero también a quienes manifiestan aversión a este género musical y sus creadores por narrar las experiencias y realidades de jóvenes que quieren salir de la pobreza, que asumen riesgos para participar del mercado de consumo que la sociedad neoliberal les ofrece. Se trata, dice el autor, de la “incómoda conciencia” de sectores sociales que sabiendo que las vidas de los jóvenes empobrecidos, participando o no del crimen organizado, se esfuman y desaparecen en los entramados de la violencia estructurante, les preocupa no sus muertes ni sus vidas tempranamente cegadas, sino la estridencia y el descaro de una expresión musical que da voz a quienes han estado en los márgenes y ahora tienen escenarios físicos y virtuales para que se escuchen sus historias.
Corridos tumbados. Bélicos ya somos, bélicos morimos es un libro necesario y urgente para entender las dinámicas contemporáneas que dan forma a las violencias estructurales (que el autor distingue entre estructuradas y estructurantes) en las que se desarrollan las vidas de millones de jóvenes precarizados en la región latinoamericana. El análisis de los datos que el autor presenta nos habla de un panorama caracterizado por el empobrecimiento, no solo económico sino también de oportunidades y de acceso a derechos, la encarcelación, el suicidio, la falta de futuro y la muerte temprana. El juvenicidio, abordado por Valenzuela en otros de sus trabajos, aparece aquí como un fenómeno que se explica desde los códigos que conforman el sentido y el significado de vida de vastos sectores juveniles que habitan el presentismo intenso como un dispositivo de “desubjetivación y desciudadanización”.
Las cifras y los casos son alarmantes y la complejidad de la relación entre la producción de subjetividades juveniles y la expansión de las industrias culturales en la era digital en un contexto como el que atestiguamos en nuestra región latinoamericana hacen del libro de José Manuel Valenzuela Arce un análisis urgente para entender, más allá de filias y fobias, lo que dicen los jóvenes que le cantan al narco (De la Cerda, 2024) y de manera crítica entender lo que estos jóvenes nos están diciendo a la sociedad sobre las condiciones que afectan directamente sus vidas y lo que podríamos hacer para cambiarlas.
Fuentes consultadas
De la Cerda, D. (2024-01-22). En defensa de Peso Pluma: escuchemos a las juventudes que le cantan al narco. En El país. Disponible en https://elpais.com/mexico/2024-01-23/en-defensa-de-peso-pluma-escuchemos-a-las-juventudes-que-le-cantan-al-narco.html
Valencia, S. (2010). Capitalismo Gore. Melusina.
Valenzuela, J. (2002). Jefe de jefes. Corridos y narcocultura en México. Plaza y Janés.
Valenzuela, J. (2022). La danza de los extintos. Juvenicidio, violencias y poderes sicarios en América Latina. Universidad de Guadalajara.
Valenzuela, J. (1988). A la brava ése. Identidades juveniles en México: cholos, punks y chavos banda. El Colegio de la Frontera Norte.
DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v22i57.1170
* Profesora-Investigadora en el Instituto de Investigaciones Sociológicas de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, México. Correo electrónico: curiel.iis.uabjo@gmail.com
Volumen 22, número 57, enero-abril de 2025, pp. 521-528
ISSN versión electrónica: 2594-1917
ISSN versión impresa: 1870-0063