DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v22i57.1174
El discurso y la travesía política de Andrés Manuel López Obrador
Enrique Carpio*
Meyenberg, Y. (2023). La travesía del redentor.
Discurso, propaganda y poder en el lopezobradorismo.
Ciudad de México: Ariel.
Este libro plantea que, para explicar el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018, su poder de convocatoria y la alta estima en que le tiene un buen porcentaje de ciudadanos, resulta insuficiente centrarse solo en esa campaña. Es necesario abordar también los relatos que ha inventado para ajustarse a las circunstancias y aprovechar las ventanas de oportunidad. Propone, para ello, una observación weberiana apegada a la neutralidad valorativa, en la medida de lo posible, a fin de ofrecer alternativas para entender a quien se ha auto adjudicado la misión de regenerar la vida pública como mártir que confronta el statu quo y que, al aspirar a la Presidencia de la República, adoptó el arquetipo de redentor con una narrativa de cambio (pp. 11-12 y 15).
La teoría aplicada son los “marcos de referencia” y los “procesos de enmarcado”, cuya interacción contribuye a delimitar, ordenar y estructurar la percepción de las personas, de manera que un relato político lleva a un público a suscribir una versión de los hechos que resalta una parte de la realidad mientras excluye otra. El libro señala que uno de los marcos de la narrativa de López Obrador es el populismo en el que, quienes no encajan en la visión de que el pueblo es el actor protagónico del cambio, son etiquetados como sus adversarios culpables, incluso, de lo que como presidente no pudo resolver. Otros rasgos son su relato de que le corresponde liderar la “cuarta” transformación y ser vocero de su propia versión de la realidad. Con sus conferencias en Palacio Nacional, mantuvo vivo el conflicto contra los adversarios y evitó rendir cuentas imputándoles lo malo que sucedía en el país. A esto antecede la capacidad de convocatoria y la habilidad para encabezar organizaciones y movimientos políticos que desarrolló desde ser líder del Partido Revolucionario Institucional (PRI), en Tabasco, hasta su liderazgo absoluto en el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) (p. 13-15 y 17).
El capítulo 1 explica qué son los “marcos de referencia” y los “procesos de enmarcado”. Con ellos, en la contienda los diferentes actores promueven definiciones de problemas, ofrecen un diagnóstico de sus causas mediante una interpretación moral, identifican un culpable y justifican maneras de resolverlos. Al mismo tiempo, debilitan los discursos contrincantes desacreditando sus diagnósticos y estrategias. Los guiones y estereotipos ofrecidos por los marcos se conectan con las ideas ya existentes en la mente de las personas, determinando la forma en que entendemos un problema y elegimos actuar en relación con el mismo (p. 18-22).
El capítulo señala que el discurso lopezobradorista fusiona varios marcos. El populismo es dominante, pues comparten el relato del pasado como una lucha por la emancipación y empoderamiento del pueblo al que corresponde ser motor del proyecto político para lograrlo, pero requiere un líder que lo rescate de su condición de víctima y reconduzca al país en la dirección correcta. Este, demanda fe ciega y que no exista más límite a su autoridad que su propia interpretación de la soberanía popular. López Obrador sustenta discursivamente su liderazgo sobre una situación de crisis originada por la corrupción de una élite que debe erradicar, moralizando y guiando a sus partidarios por el camino del bien, señalando a quienes han actuado mal y combatiéndoles. La autora recuerda que la mayoría de estos liderazgos han llegado al poder democráticamente pero no han gobernado de la misma manera, justificándose con el agravio sufrido por el pueblo y la necesidad de una transformación social, incluso modificando la Constitución para permanecer en el poder y ejercerlo de forma autoritaria. La fe religiosa del líder y sus seguidores en sí mismos como parte de un ente superior, el “pueblo” que ha de redimir a la sociedad, los lleva a creer estar autorizados para tomar cualquier decisión por arbitraria que sea (p. 28-35).
El capítulo explica que la narrativa lopezobradorista apela también a la Independencia, la guerra de Reforma y la Revolución como gestas que le han precedido, con un actor protagónico inflexible que nunca negocia ni cede, convencido de la necesidad del cambio, con vocación de servicio y dispuesto al martirio, sin el cual el bien no puede triunfar sobre el mal. Analiza cómo López Obrador aspira a ser, en esos términos, una celebridad histórica -semejante a Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero y Cárdenas- que libera a la Nación de las empresas extranjeras, defiende los recursos naturales, que educará a la sociedad en la honestidad, derrocará al régimen corrupto y empoderará al pueblo. Deber de este es apoyarlo y reconocerlo como representante único de los sentimientos democráticos porque prioriza lo social. La autora subraya que Cárdenas transformó al Partido Nacional Revolucionario (PNR) en Partido de la Revolución Mexicana (PRM, que luego sería PRI) a la medida de su proyecto y fue su “jefe máximo”; considera que lo mismo ocurre con López Obrador y Morena (p. 22-27 y 35-44).
El capítulo 2 define el liderazgo de López Obrador como carismático, populista y tenso entre la ética y el pragmatismo. A las condiciones para el liderazgo reconocidas en la teoría propone agregar la “capacidad persuasiva”: la pericia o potencial para influir en las creencias y actitudes de los demás. El objetivo de los líderes carismáticos es convencer de que poseen atributos extraordinarios para transformar abusos, atropellos e injusticias en respeto, reconocimiento e igualdad. Ofrecen milagros, exhiben sus cualidades, invocan valores como la Patria y la superioridad de un pueblo o una religión para obtener la fe de sus seguidores. El campo propicio para personajes persuasivos con discurso salvador es la insatisfacción generalizada y la sensación de desgracia (p. 47-51 y 55-60).
Cualquier liderazgo que prometa el cambio requiere una fórmula que enaltezca lo propio como de mejor naturaleza, mediante generalizaciones rígidas y la glorificación de los correligionarios como moralmente superiores. Más importante aún, que atribuya todos los males a un enemigo cuya destrucción resolverá la crisis; para López Obrador, él está destinado por el pueblo para lograrlo. En estos liderazgos carismáticos, la acción no es producto de convicciones políticas ni ideológicas, sino de la fe (p. 60-63).
El libro aborda la conocida tensión entre ética y pragmatismo, apuntando que en la realidad se pueden justificar fines pragmáticos mediante principios éticos y viceversa. Así, tanto los líderes como sus seguidores pueden justificar sus contradicciones si creen que alcanzarán sus fines, aunque los primeros dependen de lo que los segundos les toleren y aplaudan. López Obrador afirma que “transformar es moralizar”, “mover conciencias”, “cambiar mentalidades predicando con el ejemplo”, que es ético y no traiciona sus principios. La autora propone que realmente el pragmatismo predomina en su liderazgo; es decir, el actuar para conseguir el poder, mantenerlo, alcanzar la fama y la gloria mediante conductas que no son buenas ni virtuosas para imponer la propia voluntad venciendo la resistencia de los opositores. Plantea que obtuvo provecho de las posiciones que ocupó con el PRI en los años setenta y ochenta, así como con el Partido de la Revolución Democrática (PRD) después y luego en Morena explotando la figura de mártir víctima de conspiraciones de una mafia. Excepto en 2000 y 2018 cuando ganó, desarrolló capacidad para hacer ver sus derrotas electorales como prueba de fraude. Como presidente, descalificó los hechos sobre tráfico de influencias o malversación de dinero público de sus funcionarios o familiares, y no se limitó para tergiversar la realidad si eso favorecía sus intereses e imagen (p. 51-55 y 63-76).
El libro propone que la aceptación del discurso lopezobradorista proviene de la coincidencia de sus marcos con la evaluación de la política, la forma de pensar y los valores morales de muchos mexicanos; pero también, de que les permite justificar las contradicciones entre la ética y su pragmatismo político (p. 80).
El capítulo 3 analiza cómo el lopezobradorismo se convirtió en eje de movilización con un marco populista, cuya flexibilidad le permitió ser adoptado por líderes y militantes de diversas tendencias para articular una amplia gama de seguidores con agendas diversas que se asumen como víctimas de los mismos enemigos. Esta forma de recabar apoyo político necesita un vínculo organizativo para expresar descontento y actuar a favor de los propios intereses. Conseguido el vínculo, requiere ampliar los valores y creencias para reclutar y movilizar potenciales correligionarios, fomentar los prejuicios, intensificar las emociones sobre los culpables de una crisis y reforzar los estereotipos sobre los adversarios que serán blanco de descalificaciones. El objetivo es fijar en el imaginario colectivo la animadversión en su contra. El evento álgido para que el lopezobradorismo se convirtiera en eje de movilización fue la denuncia de López Obrador de ser víctima de un complot durante el proceso de desafuero –2004 a 2005– cuando era Jefe de Gobierno del Distrito Federal; primero el PRD y luego Morena han sido vehículos divulgativos del relato. El episodio le permitió capitalizar el malestar de los inconformes con la alternancia presidencial del 2000 y de quienes creían que un cambio verdadero solo podría ocurrir con un desplazamiento hacia la izquierda en la política (p. 81-87).
El capítulo considera que el populismo hizo posible la relación entre el PRD y López Obrador como aglutinadores de tendencias y agendas diversas, con un discurso anti neoliberal, anti tecnocrático, anti elitista y anti instituciones financieras internacionales nostálgico del pasado. López Obrador aportó el señalar personas específicas como adversarios. Pero a diferencia del PRD en que, aunque las decisiones descansaban en cada uno de sus presidentes los liderazgos de las “tribus” o facciones tenían capacidad de maniobra, Morena es de López Obrador. Tiene la última palabra al margen de cualquier estatuto, el poder emana de él, lo distribuye en función de la fidelidad a su persona y las rivalidades internas están orientadas a obtener su apoyo. Por eso, se ha formado una pequeña casta u oligarquía que impide el acceso de nuevos liderazgos y en la que el jefe formal del partido no es el real, sino un “segundo” dependiente de su capacidad para sacar como candidatos a los más afines a López Obrador (p. 88-92 y 107).
La autora propone que Morena es un “partido carismático” en que el líder real realiza todas las operaciones cruciales para fundarlo, elabora sus fines ideológicos y programa, selecciona la base social, es intérprete único de la doctrina, encarna su realización y todas las decisiones clave se concentran en él. El funcionamiento de Morena gira en torno a López Obrador, quien obtiene fidelidad de quienes son sus beneficiarios. El capítulo señala que desde dirigió al PRD ofrece la franquicia a quien pueda dar un triunfo, aunque se trate de ajenos al partido, lo que se ha acentuado en Morena, una mera maquinaria electoral en marcha solo cuando es necesario. Por eso no está fuertemente institucionalizado y López Obrador carece de incentivos para impulsarlo, pues el reforzamiento de la organización le quitaría el control. Desde 2012, la estructura territorial en ciernes ya era un vehículo para llevarlo a la Presidencia de la República (p. 92-104).
El capítulo 4 (p. 109-140) mapea la evolución de la narrativa de López Obrador entre 2004 y 2018, desde las penurias sufridas hasta los cantares de sí mismo como héroe (p. 111). Como mártir durante el episodio de su desafuero, se convirtió en un personaje conocido en todo el país, esbozó su Proyecto Alternativo de Nación y amplió su capacidad movilizadora. Como Jefe de Gobierno del Distrito Federal inauguró las conferencias matutinas diarias siendo su propio vocero para confrontar a sus adversarios, además de establecer que para “serenar al país”, los pobres son primero. Al perder la elección presidencial en 2006, revitalizó el relato mexicano del fraude electoral adaptándolo para su discurso, mandó “al diablo” las instituciones y renunció a hacer “política tradicional” al auto designarse “presidente legítimo”.
El capítulo propone que en la campaña de 2012 López Obrador adoptó el arquetipo de redentor que derrotará a la oligarquía rapaz saqueadora del país –élite política, empresarial y dueños de los medios de comunicación–, ofreciéndose a salvar a México con su honestidad, experiencia y corazón de manera humilde y sincera. Para contrarrestar su imagen de rijoso e irrespetuoso de las instituciones, su equipo de mercadotecnia electoral elaboró la parábola de la “república amorosa” en que el cambio verdadero solo puede provenir de la honestidad, amor, justicia, autoridad moral y un recto proceder para ser felices estando en paz con la propia conciencia. Sería esta la “revolución de las conciencias” para “hacer historia” con el “renacimiento de México” en que el pueblo se salva a sí mismo construyendo su destino.
La tercera etapa es la de “regeneración nacional”. El capítulo explica que, ante la reticencia del PRD, Partido del Trabajo (PT) y Convergencia –hoy Movimiento Ciudadano (MC)– para seguir a López Obrador tras su derrota en 2012, él mismo se hizo cargo de articular las fuerzas, facciones y personajes –su capital político acumulado– para fundar Morena. La estrategia la centraría desde entonces en divulgar sus ideas, en la denuncia permanente y contar con recursos públicos.
El capítulo 5 enfatiza el retorno de López Obrador, ya como Presidente de la República, a las conferencias matutinas como estrategia de comunicación para intentar fijar la agenda pública diariamente, hablar a sus feligreses y hacer propaganda. A partir de la teoría (p. 145-149), se puede aventurar que se trata de reforzar aquello que concuerde con los parámetros culturales y políticos de un público en episodios dosificados con lenguaje e imágenes estereotipadas para mantener su interés. Desatar emociones y reacciones hacia personajes específicos es el objetivo.
En ese instrumento de ejercicio del poder, la cuarta etapa de la “travesía”, la finalidad no fue rendir cuentas, sino evadirlo. El guion consistió de que los adversarios eran enemigos del presidente, su proyecto y del pueblo porque querían mantener sus privilegios producto de la corrupción; únicamente López Obrador portaba la información fidedigna sobre su gobierno y lo impuso tanto a los reporteros como a sus funcionarios cuando no concordaban con su visión; periodistas, comentaristas, diarios nacionales y extranjeros tergiversaban la realidad porque representaban el conservadurismo local y mundial; empresas nacionales y trasnacionales, en su afán de acumular capital, eran insensibles a las necesidades populares; las instituciones con autonomía para evaluar al gobierno y frenar abusos de autoridad eran neoliberales, simulaban y malgastaban el presupuesto; ya no había corrupción; un argumento de cualquier hombre o mujer del “pueblo” es más relevante que la opinión de expertos e intelectuales; las organizaciones de la sociedad civil eran representantes del periodo neoliberal; el clero también podía ser enemigo si exigía o criticaba; México ya no era colonia (p. 151-158), etcétera.
La autora propone que la de López Obrador fue una “presidencia retórica” cuyo objetivo era imponer en la agenda pública su versión de la realidad. Por eso, sus conferencias no aceptaron la cultura de colisión con la prensa. Predominaron crónicas no incisivas, invitados, reporteros y preguntas a modo para que el presidente expresara su interpretación sobre los temas de su interés, a pesar de que hizo miles de afirmaciones no verdaderas o sin sustento. Igualmente, con “no tener los datos”, tener “otros”, “no saber” y culpar épocas pasadas evadía los cuestionamientos incómodos. Otra característica fue su enojo con los medios, analistas y académicos que no interpretaban favorablemente su gestión ni los acontecimientos a partir de los marcos de su narrativa (p. 161-165 y 176).
La retórica se repitió en los informes constitucionales de gobierno. Aunque podrían ser cortes de caja para rendir cuentas y evaluar resultados, con López Obrador refrendaron sus convicciones, filias y fobias, las grandes directrices de su proyecto, así como sus diagnósticos y soluciones centradas en enfrentar al mal haciendo el bien. Lo mismo ocurrió en sus “informes al pueblo”, celebraciones significativas en su relato de la historia de México, encuentros y giras con sus simpatizantes (p. 179-186 y 191).
El libro señala que, sin embargo, en los hechos no logró ser tan eficaz en el cumplimiento de promesas como la distribución económica, el combate a la pobreza o la inseguridad, por mencionar solo algunos ejemplos. Esto contrasta con su discurso en el que abundan grandes logros (p. 191-193) y se auto describió como un buen mandatario, con el mejor gobierno para los peores momentos (p. 184), entre los más populares del mundo.
Al momento de escribir esto –agosto de 2024– López Obrador mantenía altos niveles de aprobación personal (p. 161) –no necesariamente para los resultados de su gestión–, y es cierto que Morena y sus partidos asociados retuvieron el control mayoritario del gobierno y del poder legislativo (p. 105) en la elección federal del mismo año. El asunto es si el cambio (p. 192 y 193) o “transformación” será solo conservar el poder sobre los hombros, imagen e ideas del líder con alta popularidad, hábil para evadir la responsabilidad; si será denostar, nulificar y desaparecer instituciones de contrapeso; si será solo la repetición del discurso populista muy religioso mediante la propaganda y el uso de los recursos gubernamentales para mantener la fe de los seguidores. Concentrar el poder mediante una maquinaria de partido subordinada y una élite cerrada de beneficiarios incondicionales no puede ser aceptado como prueba de éxito al gobernar, a menos que se abrace sin ambages el pragmatismo mencionado páginas atrás.
Llevando más lejos los argumentos de la autora (p. 190), esta reseña concluye afirmando que no debe importar solo que un gobierno, de cualquier partido, cumpla sus promesas de campaña, sino que también ocurra en democracia. Es decir, en un régimen con división e independencia real entre los poderes del Estado, con instituciones autónomas que permitan una auténtica competencia por el poder y establezcan límites para quienes lo ejerzan. Para que quienes lo ganen por mayoría de votos rindan cuentas sobre cómo lo ejercen, estén sometidos a la ley y los gobernados podamos seguir despidiéndolos si nuestra evaluación de sus resultados, verificables y contrastables cualesquiera que sean, resulte negativa. Esta es la cuestión política mayor de fondo.
* Profesor Investigador de Tiempo Completo de la Academia de Ciencia Política y Administración Urbana en el Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Correo electrónico: enrique.carpio@uacm.edu.mx
Volumen 22, número 57, enero-abril de 2025, pp. 549-556
ISSN versión electrónica: 2594-1917
ISSN versión impresa: 1870-0063